Hambre por lo mágico

HAMBRE POR LO MÁGICO[1]

Mario Méndez Acosta

A lo largo de los cientos de miles de años en los cuales el ser humano desarrolló su cultura contó con una herramienta en apariencia invaluable y de gran utilidad para enfrentarse, comprender y aun vencer a la naturaleza. No todo lo que ocurría a su alrededor resultaba de fácil explicación; para algunos fenómenos -la minoría- le era fácil hallar una cau­sa y, por lo tanto, podía inventar algún procedimiento a fin de controlarlos, pero la mayor parte de los acontecimientos o regularidades que detectaba el hombre primitivo resultaban totalmente inexplicables o, más bien dicho, parecían manejados por una serie de caprichosas voluntades e inteligencias extranaturales a las que convenía contentar, apaciguar o intimidar.

De todo ello hizo surgir la humanidad un ejército de pequeñas y grandes divinidades, a las que de inmediato se propuso controlar de la forma que fuera. Así surgió esa herramienta para enfrentarse a la naturaleza que conocemos como magia, y que no es sino el compendio de métodos, conjuros, alabanzas e invocaciones para poder manejar la realidad, acudiendo a los que se suponía sus primeros causantes, los espíritus y las fuerzas sobrenaturales, que a los ojos del hombre primitivo ocupaban hasta el último rincón del universo.

Por varios milenios la humanidad y la magia convivieron de manera íntima, pues ésta le permitía al hombre pro­nosticar el futuro y cambiar a voluntad el curso de los acon­tecimientos o, por lo menos, eso creía la mayor parte de las personas. La magia les funcionaba en buena medida, ya que en ocasiones, las suficientes, se cumplían las predicciones o se realizaban los deseos de cierta tribu, y al no existir la esta­dística los humanos no podían darse cuenta si se trataba de aciertos que probabilísticamente resultaban inevitables en todo proceso regido por el azar. Es más, hubiera resultado en verdad asombroso e improbable que jamás hubiera habido aciertos de algún tipo en las acciones de cualquier chamán; así. aunque reducido, el número de aciertos logrados le bas­taba al tribeño para mantener la fe en la eficacia de su cotidiano diálogo con las «fuerzas que son». En ocasiones, se les lograba conmover, y eso era bueno; en otros casos se fraca­saba y ni modo, ¡ellas tendrían sus motivos para no acceder a los deseos de las personas!

La insaciable curiosidad humana alimentaba, y aún lo hace, ese afán por lo mágico, lo mismo que ese inevitable deseo de resolver las cosas, aquí y ahora, sin complicacio­nes estorbosas. El pensamiento mágico se institucionalizó por medio de las grandes religiones, cuando la humanidad alcanzó la etapa agrícola y urbana hace unos ocho mil años. Sin embargo, siempre quedaron resabios de aquella ma­gia elemental primitiva, aun entre los miembros más refi­nados y supuestamente cultos de todas las sociedades.

Pero hace cerca de cinco siglos empezó a surgir una competidora muy eficaz de la magia. Aunque ya había dado señales de vida en tiempo de los griegos, la ciencia floreció en la época del Renacimiento, y emprendió de inmediato una labor que venía a robarle todo sustento y legitimidad a la magia; es decir, comenzó a explicar cómo y por qué ocu­rren las cosas. Pronto se comprendieron las leyes que rigen a la física y a la química, se explicó la forma y las caracterís­ticas del cosmos, así como de nuestro planeta, y al cabo de unos pocos siglos ha logrado contestar casi en su totalidad las grandes preguntas que el ser humano solitario se hacía a sí mismo cuando en las noches de la más remota prehistoria contemplaba las estrellas junto a una fogata. El pensa­miento mágico tuvo que abandonar así trinchera tras trin­chera ante los embates de personalidades como Copérnico, Galileo, Kepler, Newton, Darwin, Einstein y hasta Freud. La necesidad de una explicación mágica de los fenómenos de este mundo desapareció casi del todo para la vanguardia del intelecto humano.

Sin embargo, el hambre por lo mágico no podía morir de un día para otro, y quizá nunca lo haga. Para las masas, el adelanto científico, aunque en efecto les ha proporcionado un gran bienestar material, no les ha significado mejor comprensión del mundo. El pensamiento mágico aún cont­rola gran parte de la educación y formación de una considerable mayoría de los seres humanos, y ese apetito por lo mágico pervive todavía en los países más desarrollados. Para satisfacer esa demanda surgen multitud de cultos y super­cherías, que de buena o mala fe pretenden dar a las perso­nas los poderes mágicos que tanto anhelan, como por ejem­plo el de predecir acontecimientos futuros, o bien el de alterar la realidad con meros deseos, aunque también puede ser que les proporcionen un refugio o una explicación sencilla de los problemas que es necesario afrontar y resolver en este mun­do.

La nueva magia usa muchos de los ropajes de su archi­enemiga, la ciencia, y en la mayor parte de los casos se pre­senta como una rama incomprendida de la misma, y ya casi no lo hace como una disciplina descaradamente sobrenatu­ral.

En gran parte de los periódicos y revistas de interés ge­neral aparece sin falta, en cada número, una columna con el horóscopo de todas las personas que tengan la curiosidad de consultarlo. El hecho de que en cada publicación se reco­mienden muchas veces cosas contradictorias para el mis­mo día no arredra al creyente verdadero, y ejércitos com­pletos de despistados guían su vida en distintos grados por lo que se le ocurre a algún redactor, habilitado de astrólogo chocarrero, o bien por lo que les indique algún indigente cul­tural en cualesquiera de los programas astrológicos de la TV matutina. Los medios modernos de comunicación, y desde luego la Internet, ofrecen muchas otras formas de consul­tar el porvenir a quien se interese. Supuestos psíquicos ope­ran servidos telefónicos muy costosos para dar consejos al crédulo, y millones se mueven ya detrás de la gran red in­ternacional de la ignorancia organizada. Veremos más de esto.

Bibliografía

Jensen, E. Mito y culto entre pueblos primitivos, Méxi­co, 1966, Fondo de Cultura Económica.

Castiglioni, Arturo. Encantamiento y magia, Méxi­co, 1972, Fondo de Cultura Económica.

Mircea, Eliade. El chamanismo, México, 1976, Fondo de Cultura Económica.

Kurtz, Paul. The Transcendental Temptation, Buffalo, N.Y., 1991, Prometheus Books.


[1] Publicado en Ciencia y Desarrollo, No. 151, México, marzo-abril de 2000, Págs. 102-103.

Un pensamiento en “Hambre por lo mágico”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.