LATIGAZOS TERAPÉUTICOS
Juan José Morales
Si la algioterapia llega a popularizarse tanto como esperan sus fanáticos, los médicos tendrán que cambiar el estetoscopio por un látigo de 7 colas y la tradiÂcional bata blanca por un atuendo -capucha incluida- de verdugo del Santo Oficio o el uniforme de los guardianes de campos de concentración nazis, con relucienÂtes botas y elegante chaqueta de cuero.
Y es que la algioterapia o algosÂterapia -como también se denoÂmina-, una sedicente medicina alternativa, busca exactamente lo contrario de lo que durante siglos han intentado los médicos: proÂvocar dolor en lugar de evitarlo o aliviarlo. Aseguran sus promotores que una buena dosis de sufrimienÂto ocasionado por azoÂtes, pellizcos, golpes y otros tratamientos por el estilo hace más que cualquier medicamenÂto o procedimiento quiÂrúrgico para curar la depreÂsión, la anorexia, la celulitis, las deficiencias en el desarrollo, la hiperactividad, las toxicomanías, las carencias de concentración, la pérdida de control sobre la propia vida, y otros muchos males físicos, psíquicos y emocionales.
Aquí conviene precisar que no debe confundirse la algioterapia con la algoterapia, que es un trataÂmiento cosmético a base de algas. A la algioterapia -del griego algos, dolor, y therapeuein, sanar o curarÂse le define grandilocuentemente como «Una técnica de sanación complementaria consistente en la aplicación controlada de pequeños periodos de dolor intenso (generalÂmente de 15 a 30 minutos, aunque a veces puedan ser necesarios traÂtamientos intensivos, más prolonÂgados)». En esencia, consiste en «La sobreestimulación dolorosa de determinadas zonas del cuerpo, donde se encuentran órganos proÂductores de hormonas. Esta sobreÂestimulación dolorosa puede ser sin duda desagradable, pero no conlleÂva riesgo alguno para la salud».
Es ideal -se asegura- para trastornos físicos, psicológicos y emocionales que implican un desÂbalance orgánico.
Aunque, justo es decirlo, no ofreÂce curar el cáncer, el Alzheimer o la tuberculosis. Más bien es algo así como un sucedáneo muy sui géneris del diván del psicoanaÂlista, con la ventaja adicional de que si el paciente es masoÂquista, la pasará de maravilla durante las sesiones, pues le resultarán en extreÂmo placenteras.
TRATAMIENTO DE CHOQUE
Los llamados algioterapistas sostieÂnen que la medicina, al concentrar sus esfuerzos en suprimir el dolor con analgésicos, calmantes, anestésiÂcos y otros productos, ha hecho que el ser humano olvide la importancia de esa sensación como mecanismo fisiológico fundamental, junto con la sexualidad y el hambre. El dolor, dicen, tiene efectos positivos, y al dejar de experimentarlo el hombre moderno ha perdido la capacidad de estimulación que un buen dolor provoca. Pero, agregan, así como algunos movimientos espiritualistas han redescubierto las virtudes del ayuno, la algioterapia es una especie de ayuno sensorial, de disparador que pone en marcha mecanismos olvidados por el ser humano pero fundamentales para el organismo.
Recomiendan, por lo tanto, coÂmo tratamiento de rutina, someterse caÂda 2 semanas a una buena sesión de alÂgioterapia. Si se apliÂca regularmente, aseÂguran, el organismo se mantendrá sano y estabilizado. Y no es necesario acudir a un especialista. PueÂde uno autoflagelarÂse o aplicarse unos buenos azotes en las nalgas, los muslos o la espalda con una tableta de madera. O bien se puede teÂner la ayuda de alguna persona de confianza que se encargue de administrarlos. Aunque, desde luego, lo recomenÂdable es ponerse en manos de espeÂcialistas, es decir, de algioterapeutas calificados. Por supuesto estos cabaÂlleros -o damas- no necesitan pasar por una escuela de medicina o enfermería (de hecho en ninguna se enseña algioterapia). El diploÂma que los acredita como tales se obtiene en instituciones de nomÂbre rimbombante y nula seriedad científica, como la llamada Escuela Internacional de Algioterapia o la Escuela Española de Algioterapia.
Pero como parece que no mucha gente se deja convencer de poner las nalgas al aire y permitir que le propinen una tanda de palmeÂtazos simplemente para mantener su equilibrio orgánico o combatir el estrés y la depresión, los algioÂterapistas ya encontraron un par de anzuelos infalibles para atrapar a 2 tipos de potenciales pacienÂtes más abundantes que los peces en el mar: los gorditos y los adoÂlescentes. Afirman que su técniÂca permite adelgazar a cualquier persona como por arte de magia o hace desaparecer en un santiamén el acné más severo.
En cuanto a los barros y espiniÂllas, las «pruebas» de lo eficaz que es la algioterapia para acabar con ellos son los acostumbrados testimonios anónimos o de personas desconocidas, como el de una chica que «Estaba acomplejadísima e ir a clases era un martirio. Pero fue sólo cosa de comenzar el tratamiento y en 3 o 4 meses, ¡zas!, el acné deÂsapareció».
Y respecto a la portentosa capaÂcidad del dolor para hacer que las llantitas se desvanezcan sin dejar rastro no hay tampoco prueba clíÂnica alguna que lo demuestre, sino tan sólo la afirmación, sin mayores explicaciones, de que «La sobreestimulación dolorosa es capaz de re activar los sistemas del organisÂmo capaces de destruir la obesiÂdad localizada, esté donde esté. Una sola sesión producirá pérdidas hasta de 5 kilos, y una o 2 sesiones al mes son suficientes para no volÂver a preocuparse de la grasa nunca más. Sólo hace falta ser un poquito valiente».
Y ciertamente, hay que tener valor para someterse a los tratamienÂtos algioterapéuticos, que pueden ser de 2 tipos: sostenidos, con sesioÂnes de media hora a 2 horas una o 2 veces al mes, o de choque, en los cuales la sesión se prolonga entre 4 y 72 horas y la paliza se aplica con mayor intensidad y agresividad.
PAGO EN ESPECIE
Como es usual con las llamadas medicinas alternativas, de la algioÂterapia se dice que sus orígenes se remontan a la época de la civilizaÂción griega, mas fue ocultada por la medicina oficial y -en los últimos tiempos-, por la próspera indusÂtria del adelgazamiento, que la ve como una temible competidora.
En sus anuncios los algioterapisÂtas aclaran que no cobran mucho sino, por el contrario, tienen muy en cuenta la situación económica y social de sus pacientes. Aunque barata, lo que se dice barata, esta pseudomedicina no lo es. Pero -añade la publicidad- «La mayoría de terapeutas aplican una generosa política de descuentos para personas con problemas ecoÂnómicos, tratamientos prolongaÂdos, estudiantes o jubilados, etc». Son también, agregan, lo bastante considerados para no exigir el pago completo al momento, sino que lo aceptan diferido, en abonos menÂsuales y hasta en especie, aunque no precisan cuál es la especie.