EL COCOLITZLI, LA “MUERTE NEGRA” DE LOS AZTECAS
Juan José Morales
Sobre las grandes epidemias que diezmaron a la población de México en el siglo XVI después de la Conquista, dejándola reducida de 22 a sólo 2 millones de personas, no parecía haber ningún enigma. La explicación aceptada desde hace mucho es que se debieron a enfermedades desconocidas en América e introducidas por los españoles, como sarampión, paperas y -especialmente- viruela, contra las cuales los indígenas carecían de defensas naturales.
Los culpables, pues, parecían plenamente identificados. Pero -como en las series policíacas de televisión- el epidemiólogo mexicano Rodolfo Acuña-Soto decidió reabrir el caso casi 5 siglos después, y tras años de escarbar en los documentos de la época descubrió nuevos y reveladores detalles que lo llevaron a la conclusión -ahora ampliamente aceptada en los medios científicos internacionales y respaldada por subsiguientes trabajos de varios investigadores- de que aquella megaepidemia se debió a otra enfermedad.
Acuña-Soto -profesor e investigador en el Departamento de Microbiología y Parasitología de la Facultad de Medicina de la UNAM-, dice que los aztecas conocían bien la viruela, quizá desde antes de la llegada de Cortés, y le llamaban zahuatl. Según los registros de la época colonial, hubo epidemias en 1520 y 1531 que, como es común, duraron alrededor de un año. En total murieron unos 8 millones de personas. Pero –agrega – la epidemia que se desató en 1545, seguida de otra en 1576, parece haber sido de una enfermedad totalmente distinta y mucho más virulenta, a la cual los indígenas denominaban cocolitzli, que causaba una muerte rápida, era muy contagiosa y en corto tiempo se propagó por todo México, excepto las zonas coste ras.
Ese vocablo, cocolitzli, se usa todavía en algunas regiones de habla náhuatl como sinónimo de enfermedad mortal y de él tal vez deriva la expresión “Me fue del cocol”, que significa haber sufrido graves problemas.
MEGASEQUÍA Y MEGAEPIDEMIA
El cocolitzli, según Acuña-Soto y las descripciones del protomédico Francisco Hernández, testigo de la epidemia, era una forma de fiebre hemorrágica caracterizada por elevada temperatura, fuerte dolor de cabeza, vértigo, profuso sangrado por nariz, ojos, oídos y boca, intenso dolor de tórax y abdomen, ictericia, orina negra, trastornos neurológicos y nódulos detrás de las orejas. Duraba 3 e 4 días y la mayoría de los enfermos morían. Atacaba casi sólo a los indígenas, no a los españoles. Se estima que la epidemia de 1576 acabó con el 45% de la población del país, lo cual fue una catástrofe demográfica comparable a la peste bubónica o “muerte negra” de la Europa medieval. Después, aunque el mal siguió siendo común durante la Colonia, ya no hubo brotes de tal magnitud.
Si el cocolitzli existía en el México prehispánico, los indígenas tenían – o debían tener- defensas naturales contra él. Resultaría anómala entonces su extrema virulencia en los años posteriores a la Conquista. Acuña-Soto lo atribuye a los efectos de una aguda y prolongada sequía – quizá la más severa en 20 siglos que se prolongó 40 o 50 a .os y afectó a casi todo México, parte de Centroamérica y una vasta región de los actuales Estados Unidos y fue equiparable a las 4 de parecida duración ocurridas entre los años 750 Y 950 de nuestra y a las cuales algunos investigadores atribuyen el colapso de la civilización maya en el sureste de México y de la cultura teotihuacana en el centro del país. Las grandes sequías, al trastocar la hidrología, la flora, la fauna y la ecología de una región en general, han estado ligadas históricamente a brotes epidémicos. En este caso, la epidemia pudo haber sido resultado de aquella gran sequía.
El agente causante del cocolitzli no ha sido identificado, pero a juzgar por las características de la enfermedad y la manera como se propagó, es muy probable que fuera un virus del grupo de los hantavirus, de los cuales se conocen actualmente al menos 14 especies o serotipos y son llamados así porque el primero se descubrió en 1951 a orillas del río Hantang en Corea. Se transmiten a través de agua, alimentos o aire contaminado con orina, excrementos y saliva de ratones, topos y otros roedores, o por mordedura o simple contacto con estos animales. Producen fiebre hemorrágica con síndrome renal o pulmonar, según ataquen los riñones o los pulmones y son responsables de unos 100,000 casos anuales, fundamentalmente en Asia pero también en Europa y, en mucho menor grado, en América.
PELIGRO LATENTE
Las epidemias por hantavirus ocurren usualmente después de una prolongada sequía seguida por un breve periodo de copiosas lluvias. En esas condiciones se produce una gran proliferación de roedores, con el consecuente incremento en la posibilidad de que los seres humanos entren en contacto con ellos.
Los hechos encajan en el cuadro, pero queda explicar por qué el mal atacaba casi exclusivamente a los indígenas y no a los españoles, aunque éstos no habían estado anteriormente expuestos a él y por tanto no podrían haber desarrollado impunidad. Acuña-Soto y sus colaboradores sugieren que ello se debió a que, por su condición de conquistadores y mayor jerarquía social, gozaban de mejores condiciones de vida, tenían menos contacto con los roedores y no sufrían la aguda tensión emocional de los indígenas, quienes no sólo padecían hambre, insalubridad y privaciones, sino también el impacto anímico de la derrota, condiciones todas que los hacían más vulnerables a enfermedades.
El siguiente paso en las investigaciones sería tratar de identificar al virus responsable de la gran epidemia, el cual quizá pueda encontrarse en restos de personas muertas en aquel entonces. También es posible que exista en poblaciones de roedores silvestres. Pero aunque todavía se mantenga latente en los animales, en mucho tiempo no ha habido brotes de la enfermedad y los científicos consideran muy improbable que pudiera ocurrir uno de gran magnitud, pues en la actualidad las condiciones ambientales y sanitarias son totalmente diferentes a las de aquellos tiempos. La “muerte negra” de los aztecas, por fortuna, difícilmente podría resurgir.