El turbio negocio del ecologismo

EL TURBIO NEGOCIO DEL ECOLOGISMO

Por Juan José Morales

Eiilogo Muchas conmovedoras campañas en defensa de la fauna, sólo encubren los manejos de mafias tan sórdidas como las que vendían «protección» en el Chicago de los años 20.

Primero fue ¡Salvemos a los delfines! Luego, el grito de batalla se trocó en ¡Salve­mos a las tortugas! Ahora, la con­signa es ¡Salvemos los manglares! y los consumidores, convencidos de proteger el medio ambiente y librar de la voracidad humana a tiernos e inofensivos animales, boicotean con entusiasmo el atún latinoamericano, el camarón cap­turado por latinoamericanos y el camarón producido en granjas acuícolas latinoamericanas.

Lo que los ingenuos seguidores de esas campañas ignoran, es que tras ellas se mueven los intereses de poderosas empresas que se va­len del ecologismo para arruinar rivales o eliminar competidores, y se esconde un multimillonario ne­gocio que en ciertos aspectos re­cuerda la venta de «protección» por parte de la mafia de Chicago.

La principal promotora de estas campañas es cierta agrupación ecologista llamada Earth Island Institute (EII), nombre que podía traducirse como Instituto de la Isla Tierra. Tiene su sede en San Fran­cisco y se hizo famosa cuando con­trató un buque panameño que ha­bía estado inactivo 6 años, lo puso bajo el mando de un capitán perua­no y lo mandó -con unos infati­gables camarógrafos norteameri­canos a bordo- a pescar atún de la peor manera posible, matando enormes cantidades de delfines.

El documental así manipulado se exhibió profusamente a todo lo largo y ancho de Estados Unidos para demostrar cómo asesinaban delfines… ¡los mexicanos! y pedir a los enternecidos espectadores que no compraran atún proceden­te de México.

LAS PÉRDIDAS

La campaña culminó con la ex­pedición de una ley -extraterritorial como la Helms-Burton- su­puestamente destinada a proteger a los delfines pero que sólo se apli­ca en las zonas donde pescan los buques latinoamericanos, no don­de lo hacen los estadounidenses.

A partir de febrero de 1991 se prohibió la entrada de atún mexicano a Estados Unidos y sólo aho­ra parece que se levantará el em­bargo. Resultado: México ha per­dido en estos últimos años por quiebra de sus propietarios la cuarta parte de su flota pesquera. Perdió también 400 millones de dólares por atún no vendido o ven­dido a bajo precio, y quedaron sin empleo 30,000 tripulantes de los buques y obreros de las empacado­ras. Algo similar, aunque en menor escala, padecieron Colombia, Venezuela, Costa Rica y Panamá, a quienes también se extendió el embargo. En cambio, las grandes empresas atuneras norteamerica­nas, como la Bumble Bee, Star Kist, Vam Camp y Chicken of the Sea, prosperaron al seguir ven­diendo su atún libres de la compe­tencia mexicana.

La siguiente campaña de EII fue contra los camaroneros mexicanos. Con el alegato de que en sus redes caen muchas tortugas, que mueren asfixiadas, logró también la aprobación de una ley que con­diciona las importaciones de ca­marón a Estados Unidos al uso de exclusores de tortugas, unos pesa­dos y estorbosos enrejados que se instalan en las redes. Los excluso­res se obstruyen fácilmente con sargazo y otros materiales, y redu­cen las capturas de camarón.

Para vender camarón en Esta­dos Unidos, los productores deben demostrar que fue capturado con redes dotadas de exclusores.

Además, el producto debe os­tentar la leyenda Turtle safe, que puede traducirse como «tortugas a salvo» y es similar al Dolphin safe aplicado al atún.

Sólo que -y aquí está la parte más turbia del asunto- esa leyen­da fue registrada en propiedad por EII, cuyo director, Todd Steiner, de inmediato advirtió a los productores de camarón que tenía «que llegar a un arreglo» con su organi­zación para poder usar el lema. En pocas palabras: o pagan para reci­bir protección de EII, o su camarón no entra a Estados Unidos.

RICO FILÓN

Las cosas no paran ahí. Ahora, EII trata de registrar en propiedad -o quizá ya lo hizo- el lema Mangrove safe, con el que preten­de rotular todo camarón produci­do en granjas acuícolas, como condición para permitir su entrada a Estados Unidos.

Simultáneamente, ha lanzado otra escandalosa campaña en el sentido de que la construcción de esas granjas significa acabar con los manglares -mangrove en in­glés-, un tipo de vegetación arbó­rea que crece en aguas salobres próximas a la costa… pero única­mente en zonas tropicales, con excepción de Florida.

También aquí queda claro que el objetivo no es salvar los mangla­res sino proteger a los empresarios yanquis de la competencia del ca­marón de cultivo latinoamericano, y a la vez explotar ese rico filón que es la venta de autorizaciones para usar el lema.

No importa si un camaronicul­tor no toca un solo mangle al construir su granja, o que ésta se halle a 200 kilómetros del manglar más cercano. De todas maneras se le cobrará «protección». Quien no pague, no podrá usar el sello Man­grove safe y por tanto tendrá cerra­do el mercado norteamericano.

Para aquilatar mejor la magni­tud de estos negocios «ecologis­tas», basta señalar que las exporta­ciones latinoamericanas de cama­rón hacia Estados Unidos tienen un valor superior a 1,500 millones de dólares por año. De ellos, 400 millones corresponden a la «pro­tección».

Earth Island Institute podría obtener ganancias por más de 500 millones de dólares al año, única­mente en lo relativo al camarón. Y además de ser una cantidad nada despreciable, con sólo una parte de ese dinero bastaría para organizar tantas campañas de «salvemos lo que sea» y registrar tantos lemas de Cualquiercosa safe como se quiera, y seguir ampliando cada vez más el jugoso negocio de la venta de protección, que para colmo es apoyado en el propio México por muchos tontos útiles.

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