VIAJE A VENUS EN UN PLATO VOLADOR
«DECIDIMOS INVESTIGAR»
Así titulan los Reeve el apartado en el capítulo IX de su libro Flying Saucer Pilgrimage, y nos cuentan lo siguiente:
«La experiencia de Salvador Villanueva Medina causó sensación entre los interesados en los platillos. Muchos mexicanos se habían quejado de que los hermanos del espacio parecían aterrizar en todas partes, pero no en México. No había mucho más que avistamientos de platillos. Este era un verdadero «˜contacto»™ con seres del espacio justo en México. Una cosa es discutir «˜contactos»™ en países lejanos, pero otra es encontrar que la gente de tu propia comunidad tiene experiencias justo «˜en casa»™. Era la oportunidad de México para su propio «˜Adamski»™. Pero, por supuesto, la experiencia tenía que ser investigada y comprobada. Como siempre, había muchos escépticos. Muchas personas estaban haciendo una pregunta muy pertinente, «˜¿Por qué el chofer mantuvo esta terrible experiencia para sí mismo durante casi diecisiete meses? ¿Por qué no la contó antes?»™
«Su respuesta a esto fue que les había contado a algunas personas después de que ocurrió y había sido rechazado totalmente. Se lo dijo a su mujer, y acordaron que por el bien de su trabajo era necesario mantenerlo en secreto.
Portada del libro del matrimonio Reeve.
«La historia nos intrigó tanto que tuvimos muchas sesiones con el señor «˜Gebe»™ y el chofer en las que discutimos su experiencia a fondo. Se hizo una transcripción escrita de su historia, con gran detalle. Nos identificamos mucho con él y a su pedido lo llamamos «˜Salvador»™. Confiamos en que no le importaba si le llamábamos por ese nombre en este relato de nuestras experiencias juntos. Nosotros mismos teníamos ganas de conocer la verdad y todos los incidentes, minuto a minuto, relacionados con este contacto, y lo mismo ocurría con el señor «˜Gebe»™. Todos nos dimos cuenta que no había testigos, pero poco a poco nos enteramos de que sólo unas pocas personas que han contactado en los últimos tiempos en todo el mundo han tenido testigos. Cualquier investigador tiene que reconocer esta situación. Por favor, recuerde que somos investigadores privados de platillos -sólo eso. Nunca ha habido nada «˜oficial»™ de ningún tipo en nuestras investigaciones. Nuestra política en esta materia ha sido la de «˜convivir»™ con la gente que tuvo experiencias con platillos para poder «˜sentirla»™ nosotros mismos y hacer nuestras propias decisiones. Convencer a otros nunca ha sido nuestra meta. Queríamos convencernos a nosotros mismos de una manera u otra. Estábamos tan deseosos de refutar este contacto como de probarlo. Discutimos con el señor «˜Gebe»™ la posibilidad de sacar al chofer de su trabajo por tres o cuatro días y viajar a Ciudad Valles, cerca de donde ocurrió el encuentro, a fin de realizar una investigación cuidadosa. Él pensó que esa era una buena idea y finalmente fue arreglada. Mientras tanto, hicimos todo lo posible por averiguar lo que podíamos acerca de Salvador y sus antecedentes y para obtener el relato de su contacto por escrito.
«Salvador mismo es un mexicano bastante joven, de condición humilde. Es bajo, gordo y tiene el pelo negro oscuro. No ha sido bendecido con mucha escolarización o educación. Está casado y tiene una buena familia, de siete hijos, a quien apoya con su trabajo como chofer y taxista. Personalmente lo encontramos muy simpático, y descubrimos que tenía un buen sentido del humor. Su rostro muestra carácter, y uno puede sentir su honestidad y sinceridad. Su humildad nos dio una buena impresión – no es jactancioso o grandilocuente en absoluto, más bien tiene una actitud «˜digna»™. Una característica sobresaliente es su excelente memoria «˜fotográfica»™, junto con poderes de observación realmente excepcionales, minuciosos hasta el detalle. Él es un alma muy religiosa y piadosa y no bebe bebidas alcohólicas. Nos hicimos amigos».
Pero antes de continuar con lo que sería una de las primeras investigaciones de campo de la ufología mexicana, veamos el relato de Salvador Villanueva. Aquí utilizaremos una versión mezclada de los relatos que aparecen en su libro, lo publicado por M. Gebé y la versión por escrito que entregó a los esposos Reeve. A esta parte le llamaremos «Primer acto», pues es en términos generales, la versión que aparecería publicada en los primeros artículos de M. Gebé. En ella no se menciona el viaje en plato volador al planeta Venus.
YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS (PRIMER ACTO)
El 20 de agosto de 1953[1] a las 9 p.m. estaba cubriendo mi ruta de taxi (en la Ciudad de México) en la que trabajo y me ocupó desde 1931. Tomé como pasajeros a dos tejanos, un hombre y su esposa. Él era de aproximadamente cincuenta años, tenía el pelo gris, era delgado y alto. Ella era un poco más bajita que él y parecía de unos cuarenta años de edad. Los recogí en el Zócalo para llevarlos al Hotel Oxford[2]. Durante el viaje me pidieron que les recomendara un chofer que les ayudara a conducir a Laredo su automóvil, que entonces estaba en un taller de reparación, sometido a un chequeo luego de un accidente.
Cartel publicitario el Buick 1952.
Contra mi costumbre, me interesó el trabajo y me puse a su servicio. Volví a verlos al día siguiente a las 10 horas recogimos su automóvil, que era un magnífico Buick modelo 1952, que avanzaba con facilidad. El resto del día los llevé a varios lugares. Me pagaron y luego me contrataron para llevarlos a Laredo a partir de las 9 a.m. del día siguiente.
Al día siguiente, después de haber hecho algunas compras, salimos para Laredo conduciendo a una velocidad de sesenta a setenta millas por hora. A la pareja le urgía llegar y nos turnábamos manejando el vehículo.
Más allá de Valles[3] llevábamos recorridos menos de 500 kilómetros, 484 para ser exactos, cuando se produjo un ruido en la transmisión del coche[4]. Paramos al lado de la carretera, temerosos de causar un desperfecto grave.
Ya era tarde. Mis acompañantes decidieron regresar a la ciudad en busca de una grúa y un mecánico, ya que en plena carretera y sin herramientas resultaba imposible hacer alguna reparación. Llamaron a un coche que pasaba y me dijeron que esperara y cuidara su coche.
Cuando mis improvisados patrones se alejaron, saqué el gato de defensa con objeto de investigar de dónde provenía el ruido. Lo coloqué, levantando una rueda; eche a andar el motor conectado a la transmisión y me deslicé por debajo, para oír con mayor claridad. Quería ver si podía arreglarlo antes de que regresaran mis clientes. Estaba empezando a oscurecer[5]. Sólo pasaron dos o tres coches. Yo estaba muy solo.
Estando en esa posición oí que alguien se acercaba, pues se escuchaban pasos en la arenilla que se acumula en la orilla de la carretera. Miré la parte de debajo del coche y vi dos piernas delante de mí. Las piernas estaban cubiertas con pantalones de un material como la pana. Alarmado, ya que cuando mis improvisados patrones se fueron y me metí debajo del coche no había visto a nadie cerca y el lugar es despoblado, traté de salir lo más rápidamente posible.
No acababa de hacerlo cuando oí una voz extraña que en perfecto español[6] me preguntaba qué le pasaba al coche. No contesté, sino que acabé de salir, quedando sentado y recargado en la carrocería.
Dibujo de la época basado en el relato de Salvador Villanueva.
Un hombre con una cara muy blanca estaba delante de mí, como a metro y medio. Estaba vestido con un uniforme de una sola pieza de un material similar a la pana o a un tejido de lana, que lo cubría hasta los pies. Estaba apretado en los tobillos, puños y cuello, pero estaba suelto en otros lugares, dando la apariencia de ser elástico. Alrededor de su cintura llevaba un cinturón grueso, de unas tres pulgadas de ancho, de un color azulado, redondeado en sus bordes y sin unión aparente. Lo extraño del cinturón era que tenía agujeros en él, y los agujeros se iluminaban poco a poco, como si tuvieran luz eléctrica en su interior. Llevaba un casco bajo el brazo, como los utilizados por los jugadores de football americano, un poco deformado en la parte trasera. A la altura de la nuca, en dicho casco, había un abultamiento del tamaño de una cajetilla de cigarros cubierta a su vez de perforaciones desvanecidas en sus bordes. A la altura de las orejas, se veían dos agujeros redondos como de un centímetro, de los que salían gran cantidad de alambritos delgados y temblorosos, que aplanados sobre el dorso del casco formaban una circunferencia como de tres pulgadas y media. Estos alambritos y la protuberancia eran de color azul, igual que el cinturón y una cinta al parecer metálica en que remataba el cuello del uniforme. Este y el resto del casco eran de color gris opaco[7]. No tenía más parte visible que la cabeza y la cara, cuyo color resultaba sorprendentemente parecido al marfil. Tenía facciones finas y una mirada penetrante. Sin barba. Tenía el pelo fino, ondulado, gris platinado y le caía un poco más abajo de los hombros y por detrás de las orejas. Estas, las cejas, la nariz y la boca formaban un conjunto maravilloso, que completaban un par de ojos verde brillante que recordaban los de una fiera. Parecía de un 1 metro 20 centímetros de altura y un peso de 50 kilos[8].
Tenía miedo y estaba temblando por dentro. Me preguntó dos veces en español correcto qué le pasaba a mi coche. Yo no podía contestar porque estaba asustado y lo observaba de cerca.
El hombre se llevó la mano derecha a la boca para preguntarme: «¿No puedes hablar?». Me resultó alucinante el sonido sonoro musical de su voz, salido de una boca perfecta que enmarcaba dos hileras de pequeños y blanquísimos dientecillos.
Haciendo un esfuerzo me levanté, dándome un poco de valor al notar mi superioridad física. El individuo me animaba esbozando una sonrisa llena de dulzura; pero yo no salía aun de la rara impresión que me produjo la súbita aparición de aquel tipo tan singular.
«Sí», respondí finalmente, y lo único que se me ocurrió decir fue: «¿Es usted un aviador?[9]»
Portada de la primera edición del libro de Villanueva en donde podemos ver la apariencia del venusino, tal y como la describe el contactado.
Haciendo derroche de amabilidad me contestó «Sí. Mi máquina que la gente llama avión está allí» y señaló en la dirección de un pequeño montículo en frente de nosotros.
«¿Tú no eres de México?» le pregunté.
«No», dijo, «Yo vengo de un lugar en el espacio».
La palabra «espacio» me llamó la atención, pero nunca se me ocurrió pensar en otros planetas, sino sólo de otros países.
Reconfortado con su contestación, se me ocurrió invitarlo a subir al coche, ya que era casi de noche. Hacía un airecillo frío, bastante desagradable, que aumentaba de cuando en cuando, al pasar algún vehículo a gran velocidad.
La oscuridad nos empezaba a cubrir y el hombre, en vez de aceptar o de agradecer la invitación, procedió a acomodarse el casco cuidadosamente, dejándose oír un ruido muy parecido al que produce un automóvil en marcha a gran velocidad. En las perforaciones del cinturón comenzó a prender y a apagar con profusión diversas luces, que aumentaban de intensidad.
El hombre alzó el brazo derecho como despidiéndose, se acercó a un montículo de tierra, lo alcanzó con agilidad, saltó al bosque que bordea la carretera y me dejó solo. Pasado un momento me subí al mismo y trate de buscarlo, localizando a cierta distancia la franja luminosa de su cinturón que semejaba un grupo numeroso de luciérnagas. A unos 200 metros aún podía ver las luces de su cinturón cintilar. Me quedé parado cerca del coche hasta que se perdió de vista en el bosque.
Regresé al coche, quité el gato, y por consejo de unos motociclistas vigilantes de caminos que pasaban, lo saqué del asfalto, acercándolo al borde en que estaba parado.
Entonces me metí al coche y traté de dormir. Me acurruqué en el asiento, cavilando sobre aquel extraño ser y pensé que quizá fuera en verdad algún aviador que había sufrido un accidente o percance y tuviera el avión destrozado en el bosque.
Instante en que se aleja el venusino rumbo al plato volador, según un dibujo de la época.
Ocasionalmente pasaban los coches y me despertaban. Por fin me quedé dormido. Debió haber pasado bastante tiempo, pues estaba profundamente dormido cuando fuertes golpes dados en el vidrio de la puerta delantera derecha me despertaron. Vi a dos personas de pie cerca del coche y pensé que eran los propietarios del automóvil. Sin pensarlo, abrí la puerta. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que era mi amigo aviador, pero esta vez estaba acompañado por otro más alto, pero con el mismo tipo de uniforme.
Sin darme cuenta, los invité a subir, cosa que aceptaron de inmediato[10]. El pequeño se sentó junto a mí, y luego el más alto. Fue así cuando, por primera vez, sentí la extraña sensación de que aquellos seres eran algo superior a mí. Como si fuera una premeditada advertencia, al estirar el brazo derecho sobre ellos tratando de ayudarlos a cerrar la portezuela, sentí un dolor agudo como el que produce un golpe repentino dado en un codo, seguido de un entumecimiento que me paralizó momentáneamente el brazo[11].
Fue tan fuerte la impresión que, instintivamente, me apreté hacia el lado izquierdo, poniendo espacio por medio. Le di la espalda hacia la puerta con el fin de observarlos cada vez que un coche pasaba por allí. Entonces se me ocurrió encender la luz del techo. Así lo hice y pude ver el interés con que el más alto de ellos me estaba observando. Su piel era muy blanca.
Un momento después se dejó sentir un calorcillo emanado de sus cuerpos o de sus uniformes, que por cierto resultaba agradable, ya que en esa época la temperatura en la región es fresca.
Un temblor nervioso comenzó a invadirme. «¿Son ustedes europeos?» Finalmente me atreví a preguntar.
El más pequeño respondió que venían de otro lugar mucho más lejano.
«Nuestro lugar», dijo, «es mucho más habitado que éste. Allí no encuentra mucho espacio entre persona y persona».
El venusino portando su casco y vistiendo su traje ajustado rematado con un cinturón luminoso, frente a su nave espacial.
Entonces empezó a hablar con toda libertad, pero el más alto se limitaba a asentir con la cabeza en reconocimiento. El más pequeño dijo que en su lugar los pueblos cubrían todo. No había zonas deshabitadas, y las calles eran continuas. La gente no caminaba en las calles porque eran metálicas y de ellas sus vehículos tomaban la energía. Había una gran cantidad de vehículos de gran diversidad, pero nunca se utilizaba ningún tipo de combustible. Las calles nunca se cruzaban al mismo nivel. Algunas tenían las aceras hechas de bandas sin fin (cintas) corriendo en direcciones opuestas.
Le pregunté acerca de las hortalizas, frutas y cereales, como las que comemos. Me respondió que todas las casas tenían patios pequeños en el centro donde había un jardín y un pozo. Producían todos los alimentos que necesitaban -de todo y mucho más de lo que comemos en la tierra se producía en estos patios interiores. Añadió que no tenían grandes árboles. Ellos no tenían edificios altos. En una cuadra continua de calle había construcciones.
Le pregunté si tenían algunos océanos o mares. Él dijo «Sí» y todos estaban habitados. Le pregunté si no tenían los combustibles, ¿cómo generaban la energía? Me dijo que la energía se generaba en los centros de producción que aprovechaban los inagotables rayos solares.
La conversación se prolongó durante horas[12]. A veces sentía que ellos estaban bromeando. Siendo un hombre sin mucha educación, nunca había oído nada como esto antes. Traté de averiguar de qué país eran. Por último, con titubeo, le pregunté dónde estaba su país, porque todo parecía tan fantástico. Los dos se rieron, pero de ninguna manera ofensiva. Entonces el más pequeño, dijo, «Estamos hablando de otro «˜mundo»™ como se llama este en el que vives».
A pesar de su voz armoniosa me volvió a sentir incómodo, pero finalmente les pregunté cómo viajaron de su mundo. El bajito respondió que pronto tendría la oportunidad de ver la nave en la que viajaban. Después de decirme esto, ambos me observaron con atención. El hombre bajito acarició mi pierna derecha y dijo: «¿Esto te sorprende? Bueno, te sorprenderá más saber que en este mundo en que vives hay hombres como nosotros que viven entre ustedes, visten y comen como ustedes lo hacen. Y son ellos los que nos informan todos los datos acerca de cómo son, su progreso, sus formas de vida y su gobierno».
Portada de la edición japonesa del libro de Villanueva.
Yo no podía creer lo que decían, y dije de manera burlona, «Bueno, ¿qué forma de vida y de gobierno tienen ustedes?»
Él respondió: «La etapa por la que atraviesan ustedes ahora, la vivimos nosotros hace algunos miles de años. En nuestro mundo hubo guerras y destrucción, atrasos y adelantos; pero un buen día llegó la ecuanimidad. Finalmente se alcanzó un acuerdo entre los diferentes gobiernos para que lo que ustedes llaman naciones y países desaparecieran y todos nos convertimos en hijos de un mismo mundo. Se derrocaron líderes políticos y se eligieron en su lugar sabios y destacados humanistas. Se formó un consejo de sabios, y son los que ahora gobiernan. Los que tienen mentes excepcionales o se destacan en cualquier ámbito del conocimiento pertenecen a este grupo.
«La sede de este gobierno, está en un lugar central. En cada grupo o núcleo, hay un representante de este consejo que se encarga de recibir y estudiar las sugerencias de los habitantes y de transmitir los acuerdos. Todos estos hombres son muy capaces y sabios. Entre las clases bajas no hay pobreza extrema, ya que cada habitante trabaja voluntariamente en donde es enviado o puesto y tiene lo suficiente para vivir bien. Nadie se queda con sus hijos. Desde el momento en que son pequeños van a una zona determinada donde son debidamente atendidos. Allí viven y crecen y son educados de acuerdo a sus cualidades físicas y mentales. Más tarde, viven en el núcleo para que sean asignados».
Cuando el alba apareció los visitantes salieron del coche. Un ruido como un zumbido proveniente de sus cascos o sus cinturones, subiendo a veces de tono hasta herir los oídos. Tomé valor para preguntar de dónde provenía el ruido y ambos indicaron sus cinturones. El pequeño hombre me dijo que los cinturones también podrían ser utilizados «para identificar un enemigo».
La curiosidad me invadió y no tuve más remedio que preguntarle para qué les servían dichos cinturones. La pregunta, al parecer, les llenó de satisfacción. El bajito fijó su vista en el cinturón. Su acompañante solo lo elevó entre sus manos, sin dejar de observarme. Pero su expresión era tal que daban a entender que, con aquella maravilla puesta, se sentían inmunes a cualquier peligro. O por lo menos eso me pareció.
En Brasil el libro se editó con el título «Aventura no planeta Vênus» y una portada en la que aparecía George Adamski.
Por fin, el bajito alzó la vista y me dijo: -Este es un aparato que sirve para inmovilizar cualquier mecanismo o enemigo. Ahora dime, prosiguió, satisfecha tu curiosidad, ¿tienes deseos de conocer la máquina? Ven con nosotros y rubricó la invitación con amplia y amable sonrisa.
Empezaron a caminar a la derecha (Este) a través de los campos. No me pareció digno desairarles. Por lo tanto, me apresuré a seguirles. El suelo estaba cubierto de árboles y arbustos[13]. Algunos metros más adelante, sorpresivamente, tuve ante mi vista la majestuosa nave de que me habían hablado. Emergía deslumbrante, rodeada de follaje, como gigantesco huevo en descomunal nido. Paré en seco mis pasos y me puse a contemplar lo que tenía delante. Una majestuosa esfera achatada se apoyaba en tres boyas que formaban triángulo. Tenía, en la parte superior, un cable ligeramente inclinado hacia dentro, como de un metro de altura, circundado de agujeros que semejaban ojos de buey como los que usan en los barcos[14]. El conjunto era impresionante y daba la sensación de una gran fortaleza. Era de un color muy parecido al que se produce en un pedazo de acero al quemarlo contra un esmeril. Pero de una transparencia difusa.
Por último llegamos a la nave que era de aproximadamente 10 metros de diámetro y posiblemente la mitad de altura. A una señal una sección de la nave se abrió y pude ver algunas cosas en el interior. Mis visitantes me invitaron a su interior. En este punto entré en pánico total y me volví y corrí hacia la carretera y el coche. Pocos minutos más tarde, de pie junto al coche y mirando en la dirección de la nave, la vi subiendo lentamente por encima de las copas de los árboles. Oscilaba y era luminosa con rayos azules a su alrededor. Luego despegó y desapareció rápidamente en la dirección del sol naciente.
Hacia el mediodía los norteamericanos y regresaron junto con un mecánico que diagnosticó el problema del coche como daño debido a la falta de lubricante en la caja de cambios. Mis clientes se inclinaron a culparme de esto, y todos coincidimos en que sería mejor si regresaba a México.
Salvador Villanueva dedica el libro a sus padres. Dedicatoria aparecida en la primera edición.
Un camión pasó dirigiéndose a la Ciudad de México, y acordé con el conductor que me diera un aventón. Rebosante de mi reciente experiencia, empecé a contarle al conductor del camión. Este último rápidamente me hizo callar al sugerir que había estado fumando marihuana. Después de este rechazo comencé a darme cuenta por primera vez de la dificultad y el peligro de contar de mi experiencia. Al llegar a casa, sin embargo, se la conté a mi esposa y mis dos hijos mayores.
Continuará…
[1] En su libro Villanueva dice «Corría la segunda decena del mes de agosto de 1953», lo que ha dado pie a varias confusiones en cuanto a la fecha en que, supuestamente, ocurrió la aventura.
[2] Había un Hotel Oxford en la colonia Tabacalera, Delegación Cuauhtemoc, pero no hay más datos para determinar si se trata del mismo en donde se hospedaron los turistas norteamericanos. En los ochentas, cuando intenté investigar el caso de Villanueva, me dirigí a ese hotel, pero no tenían registros de sus huéspedes, mucho menos tan antiguos.
[3] Se refiere a Ciudad Valles, en el estado de San Luis Potosí. En la literatura ufológica hay mucha confusión sobre este punto. Algunos mencionan «Ciudad Vallejo», que es una ciudad de California, otros hablan de «Ciudad Valley»™s», es decir, «los valles de la ciudad», etc.
[4] En el libro se habla de la transmisión, en el relato a los Reeve se menciona «la caja de cambios (diferencial)».
[5] Diversos autores mencionan que eran las 6 de la tarde, pero en las fuentes originales no se da la hora exacta.
[6] En varias revistas y libros sobre platos voladores se dice que el extraterrestre hablaba en español, pero uniendo las palabras. De esto nada se menciona en las diversas ediciones del libro de Villanueva, ni en los artículos de Gutiérrez Balcázar, ni en el libro de los Reeve.
[7] Varios autores mencionan una especie de caja negra en la espalda, pero de eso no hay constancia en ninguna de las fuentes originales.
[8] El insólito tamaño de sus interlocutores no pareció llamar la atención de Villanueva. Gordon Creighton, entonces editor de la Flying Saucers Review hace un comentario con tintes racistas: «Su pequeño tamaño no parecía extraño porque muchos indios de México son muy pequeños, y concluyó que probablemente eran pilotos de alguna cercana República de América del Sur».
[9] En su libro, Villanueva escribe algo distinto: «Como no me sintiera obligado a contestar, le pregunté a mi vez si era aviador». En las revistas ufológicas se dice que pensó que era un aviador de un país vecino, pero nuevamente ni Villanueva, ni Gutiérrez Balcázar, ni los Reeve hacen referencia a eso.
[10] Nuevamente, varias fuentes ufológicas mencionan que había comenzado a llover y por eso Villanueva los invitó a pasar al interior del coche. No hay referencias de esto en los trabajos de Villanueva, Gutiérrez y Reeve.
[11] Este incidente no se los mencionó al matrimonio Reeve.
[12] Esa noche parecía interminable. Pasaban y pasaban las horas y el Sol nunca aparecía. Villanueva subió el coche para revisar el motor; llegó el venusino y partió; aparecieron los motociclistas; Villanueva se quedó dormido por algunas horas; regresaron los venusinos y se pusieron a platicar por varias horas más.
[13] A los norteamericanos no les comentó nada de lo siguiente, al principio, pero en su libro dice que «El terreno era lodoso. Nuestros hombres vadeaban los charcos, buscando lugares más duros. De repente me di cuenta de que en los lugares donde asentaban los pies, el lodo se abría sin adherirse a ellos, con el mismo efecto que produce un fierro caliente. Vi mis zapatos. Los llevaba totalmente cubiertos de lodo, alcanzando éste a mancharme las piernas del pantalón. El descubrimiento me dio la sensación de estar caminando tras dos fantasmas, e inconscientemente empecé a rezagarme, aumentando la distancia entre los hombres y yo, pero sin dejar de seguirlos».
[14] Justo la descripción y lo que se ve en las fotografías tomadas por George Adamski.
yo creo,que haya ido al planeta venus,auque yo no fui,nunca a un planeta,pero tengo muchas experiencias con naves de otros lugares,ejemplo en la ciudad de san luis argentina,lago potrero de los funes vi subir y bajar varias naves del agua,en pleno dia en la ciuda capital san luis 5 de la tarde,varias personas,vieron como un ojecto volador metalico iva de sur a norte,para luego desapareser tras una cortina invisible a vista de todos,otras de las experiencias rio negro cinco saltos 2 de la mañana una gigantesca nave vago el lago pelegrini,8 metros de donde estaba yo parado.despedia muchas luces de colores ,entre ellas naranja.
como yo me iva asercando la nave se fue lebantando del suelo,asta depues perderse en el cielo.soy de creer,que los extraterestres,son los angeles que menciona la biblia,y tienen que ver con el arrebatamiento venidero,antes del fin del mundo.