VISITANTES DE OTROS MUNDOS
Jonás González Sandoval
Editorial Digital, Santiago (Chile), 2018. 154 páginas
Diego Zúñiga
Como coleccionista de libros de ovnis, una afición que reconozco absolutamente exótica e insensata, cada vez que aparece una nueva obra sobre estos temas siento una alegría insana. No por los descubrimientos que pueda traer consigo el nuevo texto ni por la promesa de un progreso científico imposible de eludir, sino por el mero afán de sumar una nueva joya a la lista. Salvo contadas excepciones, muchos de los libros de ovnis que se publican en la actualidad no son dignos de ser leídos, porque en general se trata de meras repeticiones de casos clásicos, muchos de los cuales eran mejor contados antes.
Cuando me enteré del libro de Jonás González, cuya primera edición apareció originalmente en 2016, quise echarle un vistazo y fui a pedirlo a la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile. Allá me dijeron que estaba extraviado, que no sabían dónde lo habían guardado, así que me propusieron que volviera otro día. Entre tanto, el autor puso la obra a la venta en Amazon y pude hacerme con una copia. Y bueno, ya que estábamos, me puse a leerlo. Y voy a ser honesto: «Visitantes de otros mundos» es bastante más de lo que un escéptico podría esperar.
A ver, no nos malentendamos. No es un libro crítico, ni mucho menos. Pero está escrito con una honestidad que conmueve incluso a un descreído sin alma como quien escribe estas líneas. González cree en los extraterrestres casi con inocencia. Investiga los casos que llegan a sus manos con el esfuerzo que uno entrega a las causas que realmente ama. No hay en este libro una intención de simple venta de mentiras: hay un genuino intento por encontrar algo. Su autor lo tiene claro: él busca extraterrestres, y en esa lógica muchas veces los halla. Está bien, cuando uno empieza a leer un libro sabiendo que ese es el terreno que va a pisar, no es tan terrible encontrarse con lo que viene.
González investiga una historia que escuchó, un presunto aterrizaje de un disco volador ocurrido hace varias décadas. Va a la casa de los testigos y lo tratan mal. Insiste, busca por otro lado, consulta a más gente, y llega finalmente allí donde quería llegar. Porque para él la ufología es ir tras la pista de aquello que un vecino, un amigo de un amigo, un conocido en una fiesta, le cuenta que vio o escuchó. Eso, al menos a mí, quizás porque estoy más viejo, me parece lindo, nadie podría criticar a alguien por hacer con pasión lo que le gusta.
Estoy convencido de que Jonás González llega a conclusiones equivocadas en su libro. Creo que los casos que expone son pobres en términos ufológicos, o se trata de sucesos menores que circulan por internet, sin posibilidades de convertirse de verdad en clásicos o en historias que merezcan atención por su alto grado de misterio. Es como una ufología clase b, si existiera algo así y sin querer ser peyorativo con ello. Es una ufología subterránea, digámoslo así mejor, una que no sale en la prensa, que no busca las luces de la figuración, sino las luces que, para esa forma de entender la ufología, son en verdad astronaves venidas de planetas lejanos.
Hay en «Visitantes de otros mundos» un hálito que recuerda a una ufología más clásica, donde se toman por reales imágenes evidentemente fraudulentas, trucadas, reflejos de lámparas en vidrios, y por atendibles relatos que carecen de datos o que en condiciones normales no pasarían de ser simples anécdotas. Pero no se puede pasar por alto que hay trabajo de recopilación, que hay un esmero por ser sincero y que Jonás González lo que hizo fue lo que muchos soñamos: escribir sobre algo que nos gusta y dejar los pies en la calle en busca de ese anhelo.
¿Es un libro imprescindible? No, claro que no. ¿Está lleno de casos que ponen en jaque a la ciencia, que nos abofetean con una realidad innegable, la de los visitantes del espacio? De ninguna manera. Pero, demonios, estamos ante un texto tan transparente, tan limpio en sus intenciones, tan humilde en sus pretensiones, que no se le puede acusar de buscar engañarnos. González escribió un libro que no miente. Se equivoca, por supuesto; carece de información, eso está claro, pero no tergiversa a propósito. Y como están los tiempos, en esta era de la posverdad y todo eso, un poco de honestidad, aunque muy extraviada en sus objetivos, merece ser destacada.