Esta reseña y los cuatro artículos que la anteceden fueron publicados en el blog de Vicente Juan Ballester Olmos, quien no necesita presentación alguna. Desde aquí agradezco su autorización para reproducirlos en Marcianitos verdes.
Reseña de La Invasión Británica
Luis Ruiz Noguez, ingeniero químico mexicano e infatigable investigador, es un autor prolífico y formidable recopilador de información en varios ámbitos de lo insólito y desconocido, no en vano su web es una de las más contundentes y abarrotadas de noticias del universo ufológico, la afamada «Marcianitos Verdes» (https://marcianitosverdes.haaan.com/). Ruiz acaba de publicar su enésimo libro, «La invasión británica», subtitulado «El día que aterrizaron los platos voladores en Inglaterra», de 356 páginas: https://tinyurl.com/y5h2gz4j
El primer párrafo de la Introducción ya revela el pensamiento del autor, la quintaesencia de sus conclusiones tras décadas de dedicación al estudio de supuestos avistamientos de ovnis:
No hay algo como el fenómeno ovni, pero hay un montón de fenómenos que producen los informes ovni. No hay tal cosa como «ovnis verdaderos». Los relatos de experiencias ovni forman el núcleo del síndrome, pero las historias no constituyen «evidencia», son folclore. La cultura, no la experiencia, crea la interpretación ovni, pero algunas experiencias son independientes de la cultura. El síndrome ovni cumple el papel de lo «Otro» sobrenatural. La hipótesis extraterrestre y otras teorías exóticas no pueden explicar los ovnis. La idea de una super conspiración para ocultar la verdad sobre los ovnis es infalsificable. El denominador común en las historias de ovnis son los seres humanos y creer en ellos. La gente quiere creer en los ovnis.
Pero no es mi propósito, con esta nota, valorar el (por otra parte, certero y realista) razonamiento de Ruiz, sino comentar este último volumen con el que nos ha regalado. Cubre lo que en ufología llamaríamos un flap o incremento súbito, más o menor elongado en el tiempo, de denuncias de observaciones ovni en una región geográfica muy acotada. Estas oleadas son algo muy característico del «fenómeno ovni»[1], de hecho, ese patrón que se clona aquí y allá, afianza la naturaleza sociológica de esta quimera de los no identificados.
En el caso concreto de este libro, los incidentes se centran en la localidad de Warminster, en el condado inglés de Wiltshire, fundamentalmente en el verano de 1965. Tras unos preliminares consistentes en noticias de inquietantes sonidos escuchados por algunos vecinos a finales de 1964, a principios de 1965 se pasó de fenómenos auditivos a visuales, lo que llamaríamos «ovnis». Un papel preponderante en la difusión «’y, seguro, la extensión»’ de esta oleada lo jugó Arthur Shuttlewood, entonces reportero de The Warminster Journal, posteriormente mutado a ferviente creyente y autor nada menos que de seis libros sobre este asunto, publicados entre 1967 y 1979. A eso se le llama explotar algo hasta la saciedad. Escribe Ruiz:
Shuttlewood estima que, a mediados de 1966, 420 personas habían visto «La Cosa»[vocablo usado localmente para denominar el ente transgresor] y que, a fines de 1966, el propio equipo de Shuttlewood había visto 972 ovnis. El pico de la actividad ovni ocurrió en los años 1965 a 1966 (página 53).
Me centraré en los casos ovni propiamente dichos, pero antes un apunte de una situación insólita que indica el tenso ambiente creado hasta entonces (y una motivación para instigar posteriores contagios, dicho sea de paso): el 25 de agosto de 1965, el presidente del consejo municipal de Warminster y el jefe de la Cámara de Comercio convocaron una reunión pública en el Ayuntamiento, «para disipar los temores de que los sucesos fueran un peligro para la Tierra». Más de 200 personas atiborraron la reunión. Lo bien cierto es que ese fin de semana la población de la ciudad pasó de 11,000 a más de 18,000 habitantes. Ruiz cita a Christopher Evans: «los pubs se secaron de cerveza por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial» (página 68).
El libro, además de ser un relato pormenorizado de todo lo que sucedió en torno a Warminster, en lo tocante a ovnis, es una galería de personajes, un quién hizo qué en las vivencias e historias de la época «’mediados de los sesenta»’ en la región. Dividido en dos partes, la primera (once capítulos), versa fundamentalmente en el papel jugado por Arthur Shuttlewood en la larga serie de acontecimientos que allí ocurrieron. La segunda (seis capítulos) se dedica a la subsiguiente (y más que previsible, inevitable más bien) oleada nacional británica de 1967.
La obra recoge a la perfección los prolegómenos, la intensidad central y la paulatina desaparición (aunque estas cosas nunca terminan de desvanecerse) de la oleada de Warminster de 1965. Y muestra el papel que jugaron periodistas e investigadores en la trama. Un capítulo que me ha fascinado particularmente es el séptimo, «El juego de los datos». Es especialmente significativo porque abunda en una de las peores facetas de la práctica ufológica: la degradación de la información. Ruiz ha aflorado este problema con claridad. Los relatos de los avistamientos, las horas, los nombres, las circunstancias. Los datos. Todo es sujeto de distorsión y de cambio de un autor a otro, de una fuente a otra. Este trasfuguismo de la información siembra la duda perenne de que las declaraciones de los testigos sean inexactas cuando las leemos en una publicación. La sensación «’más que eso»’ es que lo que estudiamos es apenas una forma de literatura de ficción sin siquiera retazos de realidad. Por todo ello, esos reportajes, esos artículos, esos libros carecen de valor probatorio y lo que arrojan no pueden considerarse datos fidedignos. El análisis estadístico o temático conduce irremediablemente a falsas conclusiones. Esa es una de las tragedias del estudio de los ovnis. No podemos fiarnos de la información que circula.
Lo que ocurre es que determinar el fondo de ciertas narraciones cuesta un tiempo considerable y, generalmente, no compensa, ya que muchas veces verificamos que los eventos o incidentes originales resultan irreales, falsos o, simplemente, son de naturaleza más que prosaica.
En este contexto, viene a cuento un ejemplo que hemos analizado recientemente. La prensa ufológica española se ha ocupado en bastantes ocasiones de un acontecimiento supuestamente acaecido en 1966 con varios ingredientes, un avistamiento ovni por militares, una fotografía, el vuelo de un ovni sobre Ferrol (La Coruña) y la recuperación en el mar de un vehículo aeronáutico de la NASA. Una serie de sucesos que se presentaron como directamente relacionados entre sí. Después de una laboriosa investigación, logramos llegar al fondo del asunto y lo que encontramos fue una torpe mezcla de hechos sin conexión y que tuvieron lugar en años distantes entre sí. Les aconsejo la lectura del informe que redactamos[2]
De vuelta al libro de Ruiz y a este respecto, el autor señala:
Podría pensar que lo que estoy mostrando aquí es cuán poco confiables eran los datos que se estaban grabando y transmitiendo en Warminster. Pero creo que es mucho peor que eso. Creo que esto muestra cuán poco fiables pueden ser los datos forteanos; particularmente aquel primero escrito o en algún momento reescrito por los periodistas. Y si se puede cambiar tanto «’incluso elementos simples como fechas, horas y números»’ al cruzar el Atlántico, piense cuánto más daño se puede hacer cuando los datos cruzan la barrera del idioma (página 134).
La oleada de Warminster trajo consigo el gran abanico de la fenomenología, ufológica, incluyendo los casos de «humanoides», al que Ruiz dedica el extenso capítulo 8. En cuanto a fotografías, apartado que me interesa sobremanera en el contexto del proyecto FOTOCAT, se hace hincapié en que las dos colinas principales de la zona, Cradle Hill y Starr Hill, se convirtieron en el centro de reunión de aficionados, creyentes, curiosos e investigadores, desde donde se tomaron muchas fotografías nada concluyentes: Arthur Shuttlewood se convirtió en el gurú, un sumo sacerdote de los ufólogos que visitaron las colinas de Warminster, leemos en la página 85.
El testimonio gráfico más popular y mediático de la época fue la imagen conseguida por el joven de 23 años Gordon Faulkner el 29 de agosto de 1965, detalladamente documentada en el capítulo 9. No quiero adelantar nada de lo que Ruiz ha escrito al respecto, baste decir que documenta perfectamente todo lo relativo a la foto dichosa, así como otras menores. Algún otro debió gastarse una fortuna en carretes de película y revelado, como Bob Strong, que llegó a tomar 3,623 fotografías, de varios cientos de aeronaves, y 3,500 películas (en éstas, curiosamente, no se materializó nada)
Warminster, 29 de agosto de 1965. © Gordon Faulkner. De Warnings from Flying Saucer Friends, Portway Press, 1968.
El documentadísimo libro de Ruiz no menciona, sin embargo, el informe sobre la fotografía de Faulkner que hizo en julio de 1967 el Cambridge University Group for the Investigation of UFOs, un grupo de miembros de esta universidad, a solicitud de Charles Bowen, director de la Flying Saucer Review (FSR), quien mandó a James Wadsworth, uno de los investigadores principales del proyecto ovni de la Universidad de Colorado, una versión mecanografiada del informe manuscrito. Este informe, junto con otros papeles de la correspondencia del proyecto dirigido por el Dr. Edward Condon, se hallaba en los archivos del NICAP, y fueron felizmente escaneados en 2017 por Barry Greenwood. La conclusión de dicho informe avala el veredicto de fraude y dice concretamente:
A mi juicio, esto es mucho más consistente con el comportamiento de un objeto lanzado al aire verticalmente desde el suelo, frente al observador, una hipótesis que cuadra bien con la elevación de la cámara con un ángulo de 57º.
El mismo Bowen, en una carta a Wadsworth fechada el 19 de julio de 1967, dice que estuvo a punto de publicar la foto de Faulkner, pero que se desilusionó cuando vio la foto original. «Un astrónomo amigo mío también la vio y la desechó al instante», escribe.
El libro también se ocupa de un suceso que, aunque ocurrido en 1970, volvió a situar a Cradle Hill, Warminster, en el epicentro del debate ufológico británico y mundial, al ser catapultado desde las páginas de la entonces prestigiosa FSR. Hablamos de las fotografías tomadas desde ese lugar la noche del 28 de marzo de 1970. Lo que hace singular de este episodio es que fue el fruto de una experiencia de engaño por parte de los miembros de la Society for the Investigation of Unidentified Object Phenomena (SIUFOP), entre los que estaban David Simpson, Ken Rainer y Norman Foxwell. Los dos primeros, ubicados en una colina cercana (Sack Hill), encendieron intermitentemente una luz rojo-púrpura, sabedores de que desde Cradle Hill muchos de los observadores congregados allí verían las luces y las interpretarían como ovnis. Además, Foxwell se situó en Cradle Hill y aparentó tomar fotos, las cuales había sido previamente expuestas con otras imágenes.
Las resultantes fotos del «fenómeno» se publicaron y analizaron en la FSR. El reputado astrofísico francés Dr. Pierre Guérin las estudió y afirmó que no solamente no podían ser falsificadas, sino que, al presentar diferencias entre las imágenes registradas y lo que se observó visualmente, eso implicaba que el ovni emitía luz ultravioleta. Fue un escándalo cuando los autores del experimento confesaron el fraude. La posición de Guérin y la de aquellos que habían sostenido que se trató de un ovni verdadero quedó muy deteriorada.
Los autores del experimento han publicado varios artículos al respecto[3],[4]. Esto es lo que concluyeron:
Los engaños han sido una herramienta útil para evaluar la destreza para la observación y las habilidades de investigación de los ufólogos. Éstos han ilustrado claramente que los humanos ven lo que quieren ver y que la calidad de las investigaciones sobre ovnis es generalmente muy pobre.
En España, años después también se experimentó con el mismo concepto. En 1978, un grupo de personas interesadas por la investigación científica del fenómeno ovni, pertenecientes a los grupos CEP y CEI, coordinados por Félix Ares de Blas, decidieron comprobar si una oleada se podía inducir, o cuán fiables eran los relatos de los testigos. Para ello, pusieron en marcha el Proyecto Iván. Primero hicieron una campaña de activación, en la que unos testigos experimentales contaron a la prensa que habían visto un ovni. Tales noticias crearon el ambiente propicio para que se dieran más casos espontáneos. Posteriormente, un día de luna nueva usaron las luces de un coche con filtros de distintos colores que encendieron intermitentemente desde una montaña próxima a Irún (Guipúzcoa). Un grupo de encuestadores registraban lo que describían los observadores en Irún. Se comprobó cómo se estimulaba una «oleada» y que los testigos se inventaban colores y movimientos inexistentes, incluso algunos vieron «aterrizar» al ovni y haber visto un humanoide. Hasta un conocido reportero dijo haber entrevistado a dos testigos que los encuestadores se habían inventado y que no existían[5].
Se pregunta Ruiz: ¿hay una explicación para «La Cosa»? En el capítulo 11, se relacionan los avistamientos de Warminster con operaciones en las instalaciones militares de la zona, en alguna de las cuales se ensayaban nuevos y secretos tipos de aviones de la tecnología más avanzada. Y, curiosamente, se conecta el efecto de la lectura de los libros de Shuttlewood con la motivación de la pareja de jubilados Doug Bower y Dave Chorley para comenzar la creación de círculos en las cosechas de maíz, que luego dio pie a sofisticados y artísticos glifos, luego exportados a otros muchos países y asociados, como no podía ser de otra forma, con la llegada de los extraterrestres.
Tras tanto tiempo de noticias en los medios locales, el contagio se extendió a nivel nacional, de ahí la siguiente oleada de 1967 en el Reino Unido. Un catálogo de cerca de 90 casos, de todas clases y a lo largo de Gran Bretaña, se expone en el capítulo 12. La saga de los platillos volantes contiene altas dosis de fraude-broma en los episodios más notables. Así, por ejemplo, la siembra en suelo inglés (Kent, Somerset y Wiltshire) el 4 de septiembre de 1967 de varios artefactos manufacturados por jóvenes estudiantes de ingeniería, con la forma estereotípica de discos volantes. Ruiz se ocupa extensamente de esta peripecia y de su impacto en el país y en el ministerio de Defensa en los últimos cinco capítulos de su obra, así que no lo alargaré más, excepto añadir esta foto de uno de los cacharros que se diseminaron.
Bromley, 4 de septiembre de 1967. En un campo de golf cerca de Londres, Harry Huxley encontró este primer artefacto a las cinco de la mañana. Naturalmente, Policía y Ejército tomaron cartas en el asunto. © Robert Chapman, UFO (Mayflower, 1974), plate.
Ya de cosecha propia, diré que en enero de 2019 FOTOCAT tenía 12,358 casos fotográficos, de los cuales 525 pertenecen a Gran Bretaña (UK, Gales y Escocia), un 4.2% del total. Si la población mundial es de ~7,500 millones de habitantes y la británica de ~66 millones (0.9%), esto significa que el índice de casos producido en el país es cuatro veces superior al que demográficamente le correspondería. Y no es de extrañar porque el fenómeno ovni tiene fundamentalmente una raíz anglosajona. Es un dato que constatamos. Para el Reino Unido, FOTOCAT tiene registrados 510 informes gráficos entre 1950 y 2005. Su distribución por década es la siguiente:
1950Â Â 1960Â Â 1970Â Â 1980Â Â 1990Â Â 2000
25Â Â Â Â Â Â Â Â Â 82Â Â Â Â Â Â Â 79Â Â Â Â Â Â Â Â Â 41Â Â Â Â Â Â Â 94Â Â Â Â Â Â 189
Vemos que hay un gran incremento en los sesenta (efecto de la oleada que comenzó en Warminster en 1965 y que llegó hasta 1968), un bajón enorme en los ochenta (saturación), un aumento sostenido en los noventa (los videos) y una intensa acentuación en el presente siglo (los móviles con cámara incorporada). No puedo dejar de mostrar una estadística anual de los casos que tengo catalogados. En la gráfica se aprecia la oleada de mediados-finales de los sesenta. Entre 1965 y 1967, los años que cubre el libro que estoy reseñando, de los 42 casos que conozco, cerca del 60% procede de la región del South West, donde se localiza el condado de Wiltshire.
Este libro contiene, además, 28 páginas de ilustraciones, facsímiles y fotos y la obra se cierra con un imponente listado de referencias que llena siete páginas. Algo desacostumbrado para los libros en español de esta materia, un índice de 18 páginas clausura el volumen. Muy recomendado.
http://fotocat.blogspot.com/2019_03_29_archive.html
[1] V.J. Ballester Olmos, «UFO Waves: An International Bibliography», GEIPAN web,
http://www.cnes-geipan.fr/typo3conf/ext/dam_frontend/pushfile.php?docID=11383
[2] Julio Plaza del Olmo, V.J. Ballester Olmos y Mercedes Pullman, «El OVNI de La Graña»,
https://www.academia.edu/37908857/El_ovni_de_La_Grana
[3] David I. Simpson, «Experimental UFO Hoaxing», MUFOB New Series, 2, marzo de 1976,
https://archive.is/MsC7F#selection-295.0-297.12
[4] David Simpson y Ken Raine, «An Account of Experimental UFO Hoaxing», Magonia, 75, julio de
2001, http://magonia.haaan.com/2009/ufo-hoaxing/
[5] https://blogs.publico.es/strambotic/2018/10/proyecto-ivan/