LOS CABALLEROS ARIOS DEL URITORCO
Wotan Dios principal de la mitología nórdica. Ciertos grupos esotéricos argentinos lo responsabilizan de haber entregado El Bastón de Mando a los Comechingones de la zona del Uritorco.
Los mitos crecen ante la falta de datos. Como dijo el historiador Hugh Trevor-Roper, «son el triunfo de la credulidad sobre la evidencia«. Efectivamente, se alimentan del vacío que dejan los archivos incompletos, agigantándose y perdurando en el tiempo gracias a los enormes agujeros negros que tiene el conocimiento histórico.
Los mitos[1] y la deshonestidad intelectual se hermanan en la construcción de historias que devienen en realidades cuando se las repite una y otra vez. En tanto la crítica no tenga el mismo espacio que tienen las fantasías y los delirios (mucho más redituables, por cierto), la mitología anclará en la opinión pública. He ahí la fuerza de las falacias y su perdurabilidad.
Pero cuando esas falacias se dicen con lenguaje académico, mechando datos ciertos con inventos, construyendo un jerigonza que nadie entiende pero aparentemente está muy bien dicha, y se mezcla la Biblia con el calefon en una mélange sin sentido, frente a una audiencia que sólo se ha formado leyendo El Libro Gordo de Petete, la cosa se vuelve más complicada e interesante al mismo tiempo.
La misteriosa ciudad de Erks tiene, por supuesto, a sus sabios. Hombres preparados que, a través de sus escritos esotéricos, pretendieron darle a la temática un tono académico rozando lo antropológico, lo sociológico, lo histórico, pero llenando los huecos de conocimiento con invenciones y una carga ideológica bastante pesada (y peligrosa), que terminó acercándolos al discurso a-científico de los «diabólicos» más imaginativos.
Desde mediados de la década de 1980, coincidentemente con el retorno de la democracia y la llegada al poder de un radicalismo (UCR) que por entonces tenía claras intenciones progresistas, ciertos grupos esotéricos de ultraderecha, guiados por el convencimiento de ser la vanguardia iluminada de la Patria, empezaron a publicar libritos de limitada circulación (generalmente editados por el propio autor o su grupo cercano), que reflejaban la idea, la necesidad según ellos, de «reestablecer el equilibrio y la justicia en la Tierra«.
No es casual que esta interpretación orgánica de la sociedad, casi de corte medieval, jerárquica y católica, autoritaria, militarista, no igualitarista y antidemocrática, floreciera en el seno de agrupaciones explícitamente filo-nazis que, como esotéricos que decían ser, trajeron a colación leyendas originadas en la Alta Edad Media, como es el caso concreto del Santo Grial. Uno de los símbolos más claros de la añorada restauración conservadora en Argentina.
No era para menos.
Concomitante con la democratización de la cultura política argentina en transición, los poderosos de antaño sintieron miedo. Sus viejos privilegios empezaban a ser cuestionados y sus crímenes (eufemísticamente llamados excesos) enjuiciados en tribunales civiles. Nunca había ocurrido una cosa así. Ya no se sentían seguros ni cómodos, por lo que no faltaron los que se pintaron las caras para detener el proceso. El equilibrio de antaño se corroía. El orden, la religión, la familia. Habían perdido efectivamente el poder y, aunque una porción del mismo lo conservó durante un tiempo (mucho más largo que el deseado), no iban a resignarse fácilmente. Presentaron batalla. Y en ese enfrentamiento todas las armas fueron válidas, incluso las místico-esotéricas. Los llamados objetos de poder. Los bastones de mando. Las reliquias del pasado que venían en auxilio de los privilegios perdidos. Y si para ello había que tergiversar el pasado histórico con mentiras y delirios, bienvenidas sean las falacias y los dislates teóricos.
Entonces, una vez más, tal como había acontecido en la Alemania del NSDAP, acá en Argentina, de manera desprolija y sin la participación del Estado, empezaron a pulular teorías difusionistas que hablaban de una Raza Superior Antiquísima, blanca (aria), justa y sabia, que había poblado, controlado y enseñado las bases de la civilización a los pueblos precolombinos.
Racismo, xenofobia, antisemitismo y delirios arianistas, disfrazados de misterios y enigmas del universo, iniciaron una lenta pero efectiva colonización de conciencias. Y las sociedades originarias, subestimadas, disminuidas a meras tribus de salvajes ignorantes, se convirtieron en conglomerados inútiles que, por sí mismos, habían sido incapaces de desarrollar el avance tecnológico, cultural y espiritual, sin el apoyo (directo o indirecto) de esos hombre blancos, venidos de allende los mares, varios siglos antes que Colón.
Ignoradas intencionalmente por una ciencia oficial, conspirativa y mentirosa según el discurso esotérico en ciernes, todas y cada una de esas antiguas migraciones habían sido ocultadas al común de los mortales. Sólo ellos, la crema y nata de la intelectualidad vernácula, guiados en principio por la intuición, la canalización telepática de información y una desinteresada búsqueda de la Verdad (para ellos siempre con mayúsculas) eran los únicos capaces de revelar a las minorías preparadas ese mensaje.
El grado de manifiesta hipocresía era alarmante. Algunos mintieron conscientemente, a sabiendas de estar rescribiendo la historia a partir de falsos presupuestos e interpretaciones que no se apoyaban en ninguna prueba, sino en fantasías de cuño propio. Otros en cambio, verdaderos mitómanos patológicos, terminaron creyéndose sus propios delirios y, aprovechando la ignorancia de mucha gente en la materia, levantaron una andamiaje de relaciones y «hechos» que nunca habían ocurrido.
Viejas mentiras nacidas en cenáculos místicos del siglo XIX, especialmente aquellas que venían de las entrañas mismas de la Escuela Teosófica, pasaron por el tamiz de ese «nacionalismo esotérico» que tan bien describe en su libro Hernán Brienza[2].
El refrito tuvo éxito dentro de grupos cerrados (casi sectarios); y, retroalimentado sin crítica alguna en esas pequeñas células de elegidos, creció y terminó instalándose en la sociedad hasta el día de hoy.
El atractivo de esa rebeldía intelectual se confundió con la estupidez. Pero no importó. Los argumentos más increíbles les resultaron plausibles y así, fantasía y realidad se confundieron de tal modo, que fue posible imaginar la llegada de vikingos a Bolivia, a Paraguay y Brasil, o templarios a Capilla del Monte y la Patagonia, buscando el mítico Santo Grial[3].
Como era de esperar, aparecieron nuevos héroes y mártires intelectuales. Hombres incomprendidos que a fuerza de tesón buscaron despabilar a la humanidad, sacrificando su vida al anonimato. Acoglanis puede ser considerado uno de ellos. Pero en este desfile de sabios y autoridades ocultas no fue el único. Hubo otros. Uno en particular, nombrado en páginas anteriores, cuya vida también estuvo llena de sucesos improbables y se hizo pública en la década de 1980 a través de un libro de esoterismo.
Su nombre era Orfelio Ulises Herrera.
Orfelio Ulises portando el Bastón de Mando de los Comechingones. Ilustración. No hay fotos de este particular personaje nacido en Bolívar (Pcia de Buenos Aires) y formado, según el discurso esotérico argentino, en la mítica ciudad de Shambalá.
Es sintomático advertir cómo en determinados ámbitos surge siempre la necesidad de inventar sabios para justificar dichos y hechos que carecen de fundamento lógico o son falsos. La falacia del experto funciona a la perfección. Sus voces bastan para sentenciar lapidariamente Verdades universales aún sin tener ninguna prueba en la que apoyarse. El testimonio basta. La palabra revelada es suficiente. De ahí la inclinación de exhibir títulos, curriculum vitae o habilidades como señal de sapiencia, sin importar si lo que «los sabios» esgrimen son o no disparates. Es notable el tiempo que los «diabólicos» invierten en estos menesteres.
Es lo que, de alguna manera, ocurrió con Ãngel Acoglanis.
También con el mencionado Orfelio Ulises.
Son casos parecidos, aunque con una diferencia clara: de Orfelio Ulises sólo tenemos referencias a partir de un texto esotérico escrito por el abogado Guillermo Alfredo Terrera que, en pocas palabras, fue quien lo lanzó a la palestra. Sólo por su testimonio sabemos de la existencia y extraordinarias cualidades que ese «Gran Maestro Hermético«[4].
Guillermo Alfredo Terrera. Vehemente abogado nacionalista y místico. Sus escritos son otros de los grandes responsables de las fantásticas historias que se cuentan sobre el Cerro Uritorco, la ciudad intraterrena de ERKS y la búsqueda del Santo Grial en tierras cordobesas.
En el libro de Terrera, Wolfram Eschenbach, Parsifal, Orfelio Ulises-Leyenda y Metafisica, y en una síntesis del mismo realizada por otro conspicuo miembro del esoterismo nacionalista argentino, Fernando Fluguerto Martí[5] se consignan los siguientes datos sobre el personaje, que resumimos seguidamente (en condicional, como podrá observarse).
Orfelio Ulises Herrera habría nacido en una estancia cercana a la ciudad de San Carlos de Bolívar, provincia de Buenos Aires, en 1887. A sus 26 años (de los cuales no hemos encontrado absolutamente ni un solo dato) viaja a Shambhala, en el corazón de Tíbet, donde permanecerá ocho años (entre 1913 y 1923 aproximadamente) recibiendo el «Conocimiento Hermetico» de parte de los sabios monjes de la región. Cumplido el curso, habría sido enviado a misionar a nuestro continente, recalando primero en México y, desde allí, tras siete años de peregrinaje, recaló en Chile («para estudiar «“dice Martí- el conocimiento de los proto-arios«. Del país trasandino habría pasado a nuestra provincia de Córdoba con una nueva orden (que le dieran telepáticamente): encontrar el sagrado Bastón de Mando de los comechingones. Objeto de poder que habría hallado finalmente en 1934 y que conservaría hasta 1948, año en el que se lo traspasara al abogado Guillermo Terrera, último depositario conocido del tan importante objeto[6].
Convengamos que de este poderoso maestro poco más es lo que se sabe. Pero lo que se dice saber de él es en verdad inverosímil.
En primer lugar, la ciudad de Shambhala jamás existió. Ni en el Tíbet, ni el desierto de Gobi, ni en ningún lado. Es una urbe imaginaria que los esoteristas creen es la sede en donde se puede conocer la voluntad Dios y en la que reside el Rey del Mundo, un supuesto monarca que, adelantándose al actual proceso de globalización, gobernaría el planeta entero desde las sombras, desarrollando arduos trabajos en pos de la evolución espiritual de la humanidad. No cualquiera puede entrar a ese lugar. Hay que tener un nivel «vibracional» especial. Tan especial como el que se requiere para entrar en Erks, ciudad con la que comparte otro aspecto: ambas son urbes subterráneas (intraterrenas, suena mejor)[7].
«Allí se encuentra un mundo oculto».
«Allí se encuentra un mundo oculto, misterioso, desconocido y prohibido. Donde habitan entidades con tecnologías mas allá de nuestra comprensión, Y el conocimiento se mantuvo oculto para nosotros en esta otra dimensión».
«¿Sera revelada alguna vez la verdad?»
«Las fuerzas terrestres de poder y codicia deben ser para siempre selladas, El conocimiento prohibido para ejercer la guerra».
«Cuando la humanidad aprenda, a utilizar los conocimientos adquiridos en estas tierras extrañas para el beneficio de la humanidad, entonces encontraremos la entrada a ese mundo«[8].
Convengamos que estas referencias vuelven el viaje de Orfelio a Shambhala extremadamente dudoso e improbable (por no decir imposible, evitando así que los «mente-amplias» nos critiquen).
Es un dislate que no merece ningún otro comentario (al menos en este trabajo).
Pero no es todo.
Tenemos también que referirnos al objeto sagrado que el bolivarense nativo encontrara al pie del cerro Uritorco: el Bastón de Mando de los comechingones.
¿Qué nos dice el místico abogado Terrera y sus discípulos al respecto?
En este punto el salto fuera de la realidad es descomunal; pero muy interesante por las conexiones que podemos hallar con otros dislates; no tan inocentes como la de esa simple piedra.
El Bastón de Mando de los Comechingones. Objeto místico esotérico al que se le atribuyen poderes especiales capaces de iniciar un Nuevo Orden en el planeta y muy especialmente en América Latina.
Todos los «diabólicos» coinciden en afirmar que el Bastón de Mando de los Comechingones era (es) un cetro sacrosanto de enorme poder, no sólo simbólico sino bien concreto y real. Un objeto con el cual era posible actuar directamente sobre la realidad.
«Una antena para comunicarse con la divinidad«, dicen unos. «Un canal directo con los Hermanos Superiores«, sostienen otros. «La llave definitiva para entrar en los reinos subterráneos«, afirman los creyentes de Erks. Y como si todo eso fuera poco, el bastón le daría, a quien lo poseyera, el poder necesario para liberar y dominar el mundo.
¿Megalomanía? ¿Delirios de grandeza? ¿Fantasías milenaristas?
¿Cabe alguna duda al respecto?
Así todo, decenas de personas con formación académica creyeron (y creen) en todo esto, compitiendo incluso por poseer el bastón. Claro indicio de que un título universitario no significa nada, o muy poco, cuando las quimeras invaden la forma que se tiene de ver el mundo. Una forma muy particular, por cierto.
Sin más referencias documentales que el libro de Guillermo Terrera, la tradición cuenta (!Oh
grandiosa tradición!) que el bastón había sido buscado por distintas potencias extranjeras, aunque sin éxito alguno. Sólo el bueno de Orfelio Ulises lo habría conseguido «desenterrándolo («¦) del escondite en el cual había permanecido oculto durante siglos: el cerro Uritorco«[9].
Pero el cetro lítico no venía solo: «Apareció junto a otros dos objetos, una piedra circular parecida a un moledor (conana) y un tercero (un trono de piedra) que el descubridor quiso se quedara en el lugar«[10].
Cuenta Terrera que «El Bastón autentico [porque hay que aclarar que se hicieron copias para proteger el verdadero (¡?)] fue encontrado («¦) partido en tres trozos de 43, 40 y 28 centímetros y que mide 1,11 metros de longitud y 4 centímetros de diámetro. Pesa algo más de 4,5 kilogramos. Esculpido en basalto negro, el pulido de la piedra fue datado en más de 8000 años, lo que desconcierta a historiadores y arqueólogos«[11].
Y claro que desconcierta. Aunque a esta altura del partido, los exagerados 8000 años de antigüedad, es lo de menos. Lo que perturba realmente es el nivel de credulidad que gira en torno de semejante falacia, en especial cuando leemos respecto del origen de tremenda reliquia.
De acuerdo con lo expuesto por Terrera, los comechingones, aborígenes que se ubicaban en la región de la actual provincia de Córdoba antes de la llegada de los europeos en el siglo XVI, eran sus poseedores originales. No es mucho lo que se sabe de este pueblo. Las crónicas españolas son escasas y, cuando hacen referencia a ellos, destacan una característica física: eran indios que usaban barba. Cosa rara en el mundo precolombino, en el que las caras lampiñas eran la regla. De estos rasgos, y de la ausencia de información, se agarrará Terrera para imaginar una historia paralela en la que los comechingones devinieron en un pueblo de origen nórdico, de una altura por encima de lo normal, barbados, de piel clara y rubia.
¡Por fin llegamos a los indios blancos!
Toda persona que haya estado alguna vez en las selvas sudamericanas podrá reconocer que decenas de leyendas referidas a tribus misteriosas, tienen clara vigencia aún hoy. En las selvas de Perú, Bolivia o Brasil se comenta a diario sobre la aparición (siempre esporádica) de «indios blancos, rubios y con ojos claros«, miembros de una perdida tribu no catalogada, que buscan constantemente mantenerse aislados de la civilización. Los rumores se acumulan, se difunden en las tertulias celebradas alrededor de las cervezas nocturnas y, en esas condiciones, los «indios blancos» cobran una realidad muy difícil de ser negada. Se les adjudican poderes fuera de lo común; vestimentas que no concuerdan con el estereotipo del silvícola tradicional y, últimamente, un elevadísimo grado de espiritualidad que los acerca más a los iluminados gurús de la New Age, que los degenerados politeístas de las crónicas españolas del siglo XVII[12].
Cuando los europeos se desplazaron por el mundo, en momentos de la última gran expansión imperialista (fines del siglo pasado y principios del XX), creando colonias y explorando regiones hasta entonces intransitadas por occidentales, supieron recopilar extraños informes sobre aborígenes de piel muy clara, habitando rincones que el sentido común jamás hubiera considerado propicios para el desarrollo de comunidades blancas. El mito del indio rubio se propagó como una mancha de aceite por los cinco continentes y no tardaron en ser considerados los responsables de las más magníficas obras arquitectónicas de la antigüedad. Ya sea en Ãfrica, Asia o América, la raza blanca se endosó todo aquel pasado que, a ojos de un explorador europeo, resultaba admirable.
Este argumento posee una dosis peligrosamente oculta de racismo. Expliquemos, brevemente, porqué.
Cuando, en el siglo XIX, el auge de la arqueología, y el interés por las antiguas civilizaciones orientales o precolombinas, empujaron a los estudiosos europeos a abandonar sus ciudades y trasladarse a los rincones más extraños del planeta para practicar in situ sus investigaciones, se llevaron la gran sorpresa de toparse con testimonios culturales que jamás habían imaginado. El régimen colonial les abría las puertas a nuevos mercados, a más y variadas materias primas, pero también a un pasado totalmente ignorado y que no encajaba con los prejuicios del hombre culto, burgués y europeo de entonces.
Las ruinas egipcias, mayas e incaicas que salían a la superficie, tras siglos de olvido, no parecían concordar con la situación social de los países en las que se levantaban. Regiones pobres, dependientes, con un sistema educativo deficiente o inexistente, como así también una tecnología por completo importada de Europa, habían poseído en el pasado antecesores maravillosamente creativos y con una disposición técnica que sus descendientes contemporáneos habían perdido u olvidado. ¿Cómo era posible que «simples indios o negros» pudieran haber construido obras de arquitectura e ingeniería tan fabulosas? ¿Cómo adjudicarles a sociedades semisalvajes logros tan magníficos en el campo de las artes? No cabía otra explicación que ésta: sus constructores eran miembros de una raza desaparecida, superior y, por supuesto, blanca.
Así, pues, fenicios y romanos, cartagineses y griegos, vikingos o atlantes, habrían difundido sus legados culturales por todo el mundo, enseñando, a los pobres salvajes, métodos y técnicas que luego éstos olvidarían para siempre. Estas teorías difusionistas fueron muy convenientes para los colonizadores europeos de los siglos XIX y XX, puesto que con ellas creaban un precedente histórico para la ocupación y explotación imperialista. Si se fijaba un origen extranjero («blanco») a los monumentos arqueológicos que se encontraban, se legitimaba y justificaba la apropiación de ricas regiones del planeta. «Nosotros, los blancos, hemos estado primero aquí. Les hemos ensenado todo y ustedes lo perdieron. Aquí estamos, nuevamente, para civilizarlos». Ninguna sociedad cobriza o negra era considerada capaz, por sí misma, de alcanzar un nivel de civilización y progreso propio del hombre blanco. Racismo puro.
Por lo tanto, los rumores sobre «indios rubios» venían a confirmar los postulados del imaginario racista que analizamos (por más que los mismos exploradores o arqueólogos no fueran conscientes del arraigado prejuicio que cargaban).
Misioneros y censistas; cazadores y exploradores; aventureros y contrabandistas, sean del grupo étnico que sean (indios, blancos, mestizos, mulatos, negros), continúan (actualmente) denunciando avistamientos de indios rubios que, como las sombras de la selva, pasan y desaparecen, sin saberse nunca a dónde van.
Pero no es todo.
Volviendo al Bastón de Mando de los comechingones, y teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, es lógico que dentro de ese esquema ideológico se afirmara, como lo aseveró el abogado Guillermo Terrera, que no habían sido esos «indios» los verdaderos fabricantes del bastón, sino un dios.
El dios de dioses: Vultan o Wotan, deidad de origen nórdico asociado a Odín.
¿Indios blancos al pie del Uritorco? ¿Dioses nórdicos recorriendo América, trayendo los fundamentos de la civilización? ¿Milenarias culturas, altamente tecnificadas y con un elevado conocimiento espiritual, en los orígenes mismos de nuestro continente? ¿Simbología germánica en las antiquísimas ruinas precolombinas? ¿Textos medievales que anuncian una primigenia expansión de arios por todos lados?
Éstos y otros delirios racistas son los que sobrevuelan, consciente o inconscientemente, muchas de las afirmaciones y «teorías» que se siguen repitiendo con relación a la historia del Uritorco.
No hay nada inocente en todo ello.
La ideología se filtra con ponzoña por las grietas abiertas de la historia. La ignorancia y escasez de datos ha abierto, y siguen abriendo posibilidades infinitas a la hora de imaginar e inventar el relleno con el que esos huecos son tapados.
Fantasías peligrosas.
Delirios que persiguen objetivos claros.
Credulidad y locuras que terminan siendo creídas e instaladas en el imaginario de millones.
Romanticismo y aventuras filo-nazis que pasan inadvertidas, mezcladas con el emergente discurso neoconservador de espiritualismo New Age.
Esto es lo que ocurre cuando las quiméricas especulaciones terminan convirtiéndose en «hechos comprobados» y nadie cuestiona nada, dejando que la «estúpida importancia» de los discursos, expresados con seriedad y voz grave, impere sin más.
Pero los dichos del esoterismo argentino, y el de otros tantos que lo imitaron, no son nada originales. Hay antecedentes, como ya hemos visto, en el pensamiento e imaginario imperialista europeo del siglo XIX; ambos fortalecidos y justificados académicamente a partir del brote de nacionalismo autoritario que se dio en Alemania, durante los años del nazismo. Y un acontecimiento es el que marca el «momento fuerte» de todo esto: la creación, a mediados de la década de 1930, de una organización conocida con el extenso nombre de Deutsche Ahnenerbe, Studiengesellschaft fur Geistesurgeschchte (Herencia Ancestral Alemana, Sociedad para el estudio de la Historia de las Ideas Primitivas) o simplemente «Ahnenerbe«.
Símbolo de la Ahnenerbe. Herencia Ancestral. Sociedad para el estudio de la Historia de las Ideas Primitivas
Cuando el 1 de julio de 1935, Heinrich Himmler, jefe de las temibles SS, inauguró este instituto, lo que perseguía era fundar un espacio de prestigio dedicado a crear mitos, distorsionar la verdad y generar evidencias falsas, tergiversando la historia y la arqueología, para respaldar las ideas expansionistas y raciales de su Führer, Adolf Hitler[13].
La Ahnenerbe se convirtió de ese modo en un reducto de mentirosos bien pagados cuya meta sería transmitir a la opinión pública, a través de libros, revistas, congresos, exposiciones y filmes, los resultados de esos hallazgos tan reveladores. Para ello, Himmler reunió a estudiosos y académicos de prestigio dentro de Alemania, generalmente profesionales ambiciosos y sin escrúpulos que buscaban escalar posición dentro de la sociedad y del Partido, sin importarles la verdad. Eran nazis oportunistas. Aunque, claro está, también estaban aquellos convencidos de las falsedades que transmitían. Ambos grupos, eran conscientes de una frase que, tiempo después, en 1948, George Orwell escribió: «Quien controla el pasado, domina el presente«. Es lo que Himmler, la Ahnenerbe y todo su ejército de místicos, historiadores, arqueólogos, folcloristas y biólogos pretendieron hacer, con un lamentable éxito.
Karl-María Wiligut. Este austríaco, nacido en 1866, hijo de un ex combatiente de la Primera Guerra Mundial y heredero del odio hacia la república de Weimar, el Tratado de Versalles y la democracia, se enroló en un grupo paramilitar de ultraderecha siendo muy joven. Tras un matrimonio frustrado y una denuncia por incesto fue internado en un manicomio. En 1927 lo dieron de alta y empezó frecuentar ámbitos esotéricos donde hizo público sus supuestas capacidades para canalizar lo que denominaba el antiguo conocimiento de los antepasados. Siendo una persona de gran verborragia y carisma, se rodeó de mediocres que llegaron a considerarlo un sabio y en 1933 conoció personalmente a Himmler, quien quedó impresionado por sus ideas y le pidió ayuda para encontrar un lugar apropiado donde instalar el cuartel general de las SS. Según cuentan, Wiligut le recomendó (tras una canalización) un sitio en particular; según él, en donde se había librado, en épocas del decadente imperio romano, una batalla en la que un caudillo germano había vencido a las legiones romanas. Ello bastó para que Himmler (admirador de lo germánico y de la raza nórdica) comprara en ese lugar (Westfalia) el castillo de Wewelsburg, construido en el siglo XIII, e incorporara a las SS a su consultor místico quien desde ese instante se hizo llamar Weisthor (Weis es sabio, Thor es el dios del martillo). Wiligut decía que su familia remontaba el linaje a esa mítica deidad (hijo de Odín/Wotan).
Pero no le bastó un asesor como Wiligut.
El primer presidente de la Ahnenerbe fue un especialista en prehistoria cuya capacidad de comunicación era más que amplia. Se llamaba Hermann Wirth. Un tipo encantador, convincente y elocuente, que estaba convencidísimo de haber descubierto una antigua escritura sagrada, según él la más antigua del mundo, con la que (sostenía) iba a descubrir y comprender a la ancestral religión aria practicada por una civilización nórdica perdida en el Atlántico Norte, que Himmler y otros delirantes peligrosos estaban buscando.
Estas ideas le cayeron muy bien al jefe de las SS, aunque no por mucho tiempo. En 1937 (dos años después de su nombramiento) Himmler le pidió la renuncia. El motivo: Hitler no era muy afecto a las leyendas germánica sino a las griegas y romanas, y Wirth lo que buscaba era desplazar al catolicismo y al protestantismo para instalar (a futuro) esa religión que supuestamente había hallado. Políticamente eso no era conveniente. El Führer no podía ponerse en contra de esas dos instituciones y presionó a Himmler para que lo echara.
Es sintomático notar que, el pensamiento de Wirth, entronca con los delirios místico-esotéricos de los que hemos venido hablando respecto del Uritorco.
Wirth era un convencido de que la vida urbana prostituía el alma de la gente, creía que el nuevo hombre debía volver al campo y recuperar el pasado, abrevando en las tradiciones populares las cuales eran la entrada al conocimiento verdadero. El tema es que, para cuando Wirth lanzó su teoría sobre la escritura aria más antigua del mundo, ya se sabía a ciencia cierta que la egipcia y la mesopotámica (con 4000 años de antigüedad) eran efectivamente las más viejas y que no existían evidencias que probaran la teoría del presidente de la Ahnenerbe. Como si eso fuera poco, afirmaba que esa raza nórdica había evolucionado en el ártico y que era descendiente de los antiguos habitantes de la Atlántida; y en lo personal, perjuraba que poseía capacidades telepáticas y era clarividente.
Como puede observarse, la cabeza de la Ahnenerbe comulgaba con toda una serie de ideas imposibles, cercanas a los delirios teóricos de Acoglanis y Terrera.
La falta de originalidad de los esotéricos vernáculos también se advierte al hacer un punteo de las creencias sostenidas por el Dr. Walter Wüst, quien desde febrero de 1937 se convirtió en el nuevo presidente de la institución.
Wüst no era un nazi convencido. Se hizo nazi por conveniencia. Su puesto le dio poder e influencias. Fue un difusionista acérrimo, interesado también es la mítica raza nórdica en la que creía se había originado toda la civilización. Sostenía con vehemencia que desde Europa, esto arios blancos, valeroso, inteligentes, bien formados, habían emigrado primero a Irán, después Afganistán y finalmente la India; y que el libro sagrado hindú, escrito en sánscrito, el Rig-Veda, era un documento de la raza nórdica.
Los eruditos reunidos en la Ahnenerbe también comulgaban con estas fantasías.
Uno de ellos, el arquitecto Edmund Kiss, afirmaba haber localizado una antiquísima colonia nórdica en el actual territorio de Bolivia. Concretamente en las ruinas de Tiahuanaco.
Para él, el yacimiento tenía una antigüedad de más de un millón de años [¡?], y para sostener esa locura partía de una teoría cataclísmica que hablaba de cinco lunas anteriores a la nuestra estrellándose contra la Tierra y borrando todas evidencias de esa primigenia civilización aria en la que soñaba. Sólo dos lugares habían resultado a salvo: el Tíbet y los Andes bolivianos. Por ende, las ruinas de Tiahuanaco, con su Puerta del Sol y demás esculturas decorando sus edificios, eran para Kiss pruebas de la existencia de arios en el altiplano hacía miles y miles de años.
Así pues, guiada por estas ideas locas, la Ahnenerbe organizó ocho expediciones documentadas y probadas históricamente. Tal vez la más famosa sea la practicada en 1938 al Tíbet y de la cual hay profusa evidencia desde que (en 1970) de encontraron los archivos y filmaciones oficiales[14].
Las teorías difusionistas, que explican el origen ario de todas las civilizaciones del mundo, tuvieron éxito en muchos ámbitos, incluso en personas que llegaron a creer que los comechingones eran de origen nórdico. Después, sí, vinieron sus epígonos menos despiertos, repitiendo los mismos prejuicios, levantando las mismas banderas raciales, pero mezclando todo con ovnis, extraterrestres, intraterrestres, hermandades blancas y energías misteriosas.
Hay pocas cosas nuevas bajo el sol.
Todo se recicla.
Aún los dislates.
PALABRAS FINALES
Cartel de ingreso a la ciudad de Capilla del Monte. Desde un primer momento se estimula a creer que los alienígenas nos vigilan.
Como hemos podido ver, la historia de Capilla del Monte tiene un antes y un después del mes de enero de 1986. Las enseñanzas de Acoglanis, sus mensajes místicos y crípticos en torno a la ciudad de Erks y, posteriormente, la aparición de la «huella» en el cerro El Pajarillo, cambiaron todo. No sólo la manera de concebir la oferta turística y sus atractivos locales (antes El Zapato, hoy el Uritorco), sino también la composición social y el imaginario del pueblo. Actualmente, Capilla del Monte tiene una población no originaria mayor en un 50 % (o más) a los nacidos y criados (NYC) en el lugar. Las migraciones internas hacia Capilla, desde mediados de la década 1980 generó el surgimiento de los «nuevos capillenses«, en su mayoría instalados en el pueblo en busca de tranquilidad, seguridad y revelaciones espirituales y esotéricas (ya sea que éstas vengan de Erks o del espacio exterior)[15].
Este fenómeno sociológico terminó por cooptar no sólo al conglomerado comercial (restaurantes, hoteles, hosterías, etc., que viven y explotan el misterio) sino también a las autoridades municipales.
Cartel promocional de Capilla del Monte. Secretaría de Turismo de la ciudad. La cultura extraterrestre oficializada por el gobierno comunal.
Hoy Capilla del Monte, Meca místico-esotérica de la Argentina, tiene de sí misma una mirada muy diferente a la de antes. Ha reinventado el significado simbólico de su atractivos y el imaginario imperante. Tal es el caso del cerro Uritorco (Cerro de los loros), ignorado hasta la década de 1980 y convertido hoy en el principal polo de atracción de la región[16].
Ya han pasado 30 años y todo augura que aún le queda mucho tiempo por delante.
Toda Capilla del Monte preparada para la conmemoración.
Enero de 2016
Capilla del Monte, Córdoba
FJSR
BIBLIOGRAFÃA
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[1] Entendidos en el sentido que le dieron los filósofos griegos a partir del siglo V a.C., es decir, como sinónimo de «mentira», «falacia», y no bajo la acepción que tiene dentro de la historia de las religiones, «relato sagrado que explica el origen de las cosas».
[2] Véase: Brienza, Hernán, Los Buscadores del Grial en la Argentina, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2009.
[3] Coincidentemente con los renovados bríos de esos antiguos mitos difusionistas del siglo XIX, el mercado editorial de mediados de la década de1980 empezó a poblar las mesas de novedades de las librerías con un tipo de material bibliográfico que también reciclaba viejas mentiras, está vez de las décadas de 1940 y 1950, referidas a la presencia de nazis en Sudamérica, y más específicamente en Argentina. A partir de entonces, se impuso una tendencia que el historiador Ignacio Klich denomina revisionista (atención con no confundir este término con posturas reivindicativas del régimen nazi) [VÉASE: Klich, Ignacio y Buchricker, Cristian, Argentina y la Europa del Nazismo. Sus Secuelas, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2009]. Libros, artículos, reportajes y documentales/ficción se encargaron de volver a instalar la idea de que Argentina había sido, en los años posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, un nido de nazis en el que empollaron miles y miles de criminales de guerra, entre ellos los más altos jerarcas del caído régimen alemán. Como no podía ser de otra manera, el mito más impactante se revitalizó y no fueron pocos los que con seguridad obispal sentenciaron (y lo siguen haciendo) que el mismísimo Adolf Hitler se había trasladado a nuestro país, deambulando por diferentes rincones de Argentina (la costa patagónica, Bariloche, Mar del Plata, La Falda y Miramar en Córdoba, sin adentrarnos en aquellos que sostienen haberlo visto de tour por España, la Antártida o el Tíbet) [Véase al respecto nuestro trabajo previo Hitler y los Misterios del Gran Hotel Viena. Disponible en Web: http://letrasuruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/hitler_y_los_misterios_del_gran.htm]. Toda esta producción revisionista partió de una serie de prejuicios, ideas y rumores que estuvieron presentes y circularon, como ya dijimos, hacia el final del conflicto, pero que en años posteriores se probaron completamente falsos. El primero de esos supuestos fue la fobia al peronismo. Todos los autores que se inscribieron en esta línea pretendieron denostar con denuncias al régimen de Juan D. Perón, tildándolo casi de un IV Reich latinoamericano, abierto a recibir a cuanto asesino nazi tocara las puertas. Cualquier estudio histórico cierto (y el de Ignacio Klich lo es) relativiza y pone en tela de juicio esta generalización exagerada y falsa. En segundo lugar, los escritores, devenidos en tardíos cazadores de nazis, carecieron (todos) de formación histórica. No eran (no son) historiadores profesionales (por más que se autotitulen de ese modo), sino periodistas; muchos de ellos proclives al sensacionalismo y a las conspiraciones políticas, con una absoluta falta de crítica histórica y sustento documental (basta con hojear la mayoría de ellos para observar la carencia de citas documentales y bibliográficas) [Tal vez sea Uki Goñi el más serio y mejor documentado de todos ellos]. Lo que la mayoría hizo, con mayor o menor éxito, fue repetir falsedades instaladas en el imaginario de la gente. Así nacieron el perdido tesoro (oro) nazi, las deambulaciones ya citadas de Hitler y su secretario Bormann por el mundo, la llegada de submarinos a las costas de la Patagonia cargando jerarcas en fuga y, finalmente, la presencia de expediciones secretas de nazis en la zona de Capilla del Monte y el Uritorco en pos de objetos de poder. [Ya fuera del campo de este revisionismo periodístico, habría que considerar también esa tendencia que liga a los nazis con ovnis, experimentos parasicológicos, viajes en tiempo y contactos con entidades de otros planetas].
[4] Véase: Terrera, Guillermo, Wolfram Eschenbach, Parsifal, Orfelio Ulises – Leyenda y Metafísica, Tercera edición. Del autor, Buenos Aires, 1991. Y Terrera, Guillermo; Antropología Metafísica. El Bastón de Mando y los Triángulos de Fuerza, Editorial Kier, Buenos Aires, 1987.
[5] Véase. Disponible en Web: http://www.taringa.net/comunidades/literario/1141770/Vida-y-muerte-de-Orfelio-Ulises.html
[6] Últimamente, el periodista Jorge Camarasa, en su libro Historias secretas de Córdoba, agregó que Orfelio Ulises vivió largo tiempo en el pueblo de Villa Bustos (Córdoba) dando clases particulares de matemática y reuniendo a sus seguidores en torno a la Escuela Primordial de las Antípodas, grupo esotérico que él mismo fundara y en el que participaba el padre de Guillermo Terrera, desde 1939. De ahí el contacto que posteriormente tuvo con el aún joven abogado devenido en maestro del hermetismo y portador del Bastón de mando hasta el día de su muerte en 1998.
[7] Esta tan singular literatura habla de muchas ciudades intraterrenas desperdigadas por el mundo. El planeta, como diría el inefable Fabio Zerpa, es como un queso gruyere, repleto de cavernas y túneles interconectados en los que parece viven seres un tanto diferentes a nosotros. Un listado de centros intraterrenos o accesos a ellos (seguramente incompleto) debería tener en cuenta a los siguientes: Erks (Córdoba, Argentina), Shambhala (Tíbet), Belukha (Siberia), Monte Horeb (Sinaí), Monte Etna (Italia), Monte Perdido (Pirineos), Montserrat (España), Monte Shasta (California), Culiacán (Mexico), Ciudad Blanca (Honduras), Laguna de Guatavita (Colombia), Roraima (Venezuela), Cueva de Los tayos (Ecuador), Cusco (Perú), Paititi (Selva amazónica peruana), Marcahuasi (Perú), Puerta de Amaru Muru (Bolivia), Sajama (Bolivia), Sierra do Roncador (Brasil), Talampaya (La Rioja, Argentina), Isidris (Mendoza, Argentina), Somuncurá (Patagonia, Argentina).
[8] En Busca de Shambhala. Disponible en Web: http://www.bibliotecapleyades.net/vida_alien/alien_races11.htm
[9] González, R. y Villamil, R., op.cit, pág. 109
[10] Ibídem, pág. 109.
[11] Ibídem, pp.-109-110.
[12] En un viaje al Perú, realizado en el año 1985, el autor pudo entrar en contacto con un joven cantor ambulante en la ciudad costeña de Nazca (famosa por sus gigantescos geoglifos de la Pampa Colorada) que le refirió una extraña historia sobre «indios blancos» en las selvas cercanas a Iquitos. Relató que «hacía ya unos años» había sufrido una enfermedad a la que ningún médico de Lima le había podido encontrar cura. Estaba perdiendo peso y su salud empeoraba día a día. Sabiendo que se moría, decidió regresar a su pueblo natal, en plena selva. Hacía tiempo que no lo visitaba y en ese viaje, que suponía el último, se encontró con un viejo amigo de la infancia que sorprendido al verlo tan desmejorado, decidió llevarlo a una comunidad aborigen, a varios días de caminata, en donde lo sanarían. El cantor (que contaría con unos 35 años cuando transmitió esta historia) describió a los indios con unas características sorprendentes: altos, delgados, rubios y extremadamente blancos. Vestían túnicas que resaltaban la bondad que tenían, y poseían, dijo, la capacidad para comunicarse telepáticamente. Permaneció con ellos durante tres meses. Sus cuidados y atenciones, como así también el uso de plantas medicinales desconocidas por los farmacéuticos de las ciudades costeras del Perú, le salvaron la vida. También comentó que estos hombres «superiores» eran protectores de una ciudad perdida, conocida con el nombre de Paititi, y que escasa personas conocían la existencia de esa misteriosa tribu [FJSR].
[13] Sobre la Ahnenerbe no hay demasiados trabajos serios publicados en castellano a no ser la obra de Heather Pringle, El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi [Editorial Debate, Argentina, 2008] y su antecesor, el libro de Michael Kater, Das Ahnenerbe der SS 1935-1939, publicado en 1974, pero a lo largo de la década de 1980 el tema fue cajoneado. Había todavía en actividad muchos ex miembros de la organización trabajado como académicos en universidades de Alemania Occidental y Oriental. Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín, y dos años después el Comunismo soviético, el asunto se reactivó llegándose a organizar un congreso que versaba sobre los Nazis y la Prehistoria, a cuya cabeza estaba el Profesor Achim Leube (académico del lado Este). Kater y Leube encontraron, pues, indicios de las operaciones realizadas por la Ahnenerbe en el exterior. Finalmente Pringle, desenterró casi 1000 documentos originales que han permitido reconstruir parte de las tareas que allí se cumplieron y, aún más interesante, aquellas que NO se habían realizado.
[14] Véase: Soto Roland, Fernando Jorge, «Fantasías y mitos sobre las expediciones nazis al Uritorco» en Todo es Historia, N° 580, Buenos Aires, Noviembre de 2015.
[15] Para conocer en detalle este fenómeno sociológico véase: Otamendi, Alejandro, El turismo místico-esotérico en la zona del Uritorco (Córdoba, Argentina). Síntesis de una perspectiva etnográfica. Disponible en Web: http://revistas.univerciencia.org/turismo/index.php/rbtur/rt/printerFriendly/101/140
[16] Muchos son los que se arrogan la potestad de este enorme cambio. Desde Fabio Zerpa, pasando por Guillermo Terrera, Gustavo Fernández o el IPEC. En todo caso, de lo que no hay controversia, es en el rol fundamental que tuvieron los medios de comunicación en la difusión del asunto. Para algunos el papel que jugó José de Zer (Nuevediario) fue clave; para otros, el periodista Enrique Sdrech (diario Clarín) fue el primigenio auspiciante del fenómeno.