“¡Pero conmigo funciona!”

«Â¡Pero conmigo funciona!»

Texto de J. M. Hernández, publicado en La Ciencia y sus Demonios. Traducción gentilmente autorizada, colaboración de Jorge Jarufe

Roberto es una persona normal, le gusta practicar deporte y viajar. Compartir mucho tiempo e innumerables aventuras con Pablo, su amigo de infancia. Además de los muchos años de amistad, también están unidos por pasatiempos y gustos muy parecidos.

Sin embargo, existe una gran diferencia entre ambos: Roberto tiene muy mala suerte. Sin ir muy lejos, otro día ellos compraron unas baratijas para mejorar el equilibrio en la práctica de uno de los deportes que les apasionan: el surf. Una pequeña pulsera que según el fabricante les permitiría mejorar su estilo. De hecho, Pablo notó una considerable diferencia desde el primer día, que fue apreciable a los ojos de todo el mundo. Roberto continuó con su surf de siempre, perdiendo los 85 Reales invertidos.

No es la primera vez que sucede algo así. Hace un par de años, Pablo encontró una solución a otro problema que los dos tienen: pasar mal en barco. Siendo grandes apasionados por los deportes náuticos, las náuseas eran un inconveniente para los dos hace años. Pablo supo de un secreto para evitar la molestia: cubrir el ombligo con un pedazo de esparadrapo. El truco no tiene ninguna justificación, pero desde entonces, Pablo no pasa mal, mientras que Roberto sigue vaciando el estómago por el borde en la primera ola que sacude la embarcación.

Lo mismo sucedió con ese carísimo tratamiento floral cuando estuvieron en Tailandia, con aquel remedio homeopático para evitar el jet-lag y hasta con el ionizador que ambos comprar para mejorar el sueño. Pablo siempre amortiza al investido; Roberto no hace más que jugar dinero.

Lógicamente, el pobre de Roberto comienza a enfadarse. Nunca creyó en mala suerte, pero está cada vez más convencido de que a pesar de su escepticismo, algo debe existir y lo alcanzó en lleno.

Sugerencia y sugestionabilidad

El caso de Roberto y Pablo, sin embargo, no es nada excepcional. Roberto es una persona a quien la psicología calificaba como poco sugestionable, mientras que Pablo presenta una alta sugestionabilidad. Todos somos sugestionables, en mayor o menor medida, y muchos de nosotros lo hemos comprobado en múltiples ocasiones: ¿quién nunca se sintió mal después de leer una relación de síntomas de determinada enfermedad? ¿Quién no tuvo nunca un amuleto que llevaba a pruebas o en viajes y que le hacía sentirse más seguro?

Los efectos de la sugestión se conocen desde hace siglos, habiéndose constatado en innumerables momentos y siendo tenidos en cuenta desde mucho por la práctica médica. Está comprobado que cuando se le dice a una persona que le va a dar un remedio para su enfermedad, en un porcentaje significativo de los casos la persona mejora, aunque sólo se le da agua con azúcar sin poder de curación alguno. En la mayoría de los casos, la mayoría de las personas que sufren de este tipo de cáncer de próstata, no se sienten atrapadas, cualquier medicamento.

Pero la sugerencia o efecto placebo no se limita a las enfermedades. También se presenta una alta sugestionabilidad ante acontecimientos de la vida cotidiana, influenciando aspectos tan variados como nuestra autoestima, relaciones sociales, percepción, imaginación o estados emocionales (González y Miguel, 1999).

¿Qué nos provoca la sugerencia? La respuesta a esta pregunta no es simple: desde estímulos externos (algo muy utilizado en la publicidad subliminal o en las técnicas de sectas), hasta lo que en psicología se conoce como «auto-sugestión», producida por estados o procesos propios. Esto hace que ante una determinada prueba, estemos sujetos tanto a la influencia del entorno (experimentador, decoración, sonidos) como a nuestro propio estado de ánimo y convicciones. Esto es bien sabido por muchas terapias alternativas y otras disciplinas pseudo-científicas, que comienzan asegurando que «es necesario creer» para que el tratamiento funcione.

Ensayos clínicos y protocolos experimentales: cómo evitar el efecto placebo y otras desviaciones

Además de lo que se ha comentado, un aspecto importante es la existencia de posibles causas ajenas al proceso que estamos investigando y que lo influencian, lo que puede llevarnos a conclusiones erróneas. Por ejemplo, una persona puede morir de infarto después de usar un medicamento determinado; pero las causas del infarto pueden no estar relacionadas con el remedio y ambos acontecimientos pueden haber coincidido por casualidad.

Debido a este tipo de situaciones, cuando probamos algún producto en una población de estudio, solemos dividirla en dos grupos: un primer grupo recibe el tratamiento, mientras que un segundo grupo -llamado grupo de control- no recibe nada. Los resultados se registran en ambos grupos y se comparan entre sí para comprobar si un posible efecto puede ser aleatorio o debido a otras causas externas.

Ahora, como comentábamos antes, el efecto de la sugerencia propia o provocada se debe tener en cuenta a la hora de realizar un procedimiento experimental, ya sea la prueba de un medicamento o cualquier otro fenómeno y la utilización de un grupo de control. Esto debido al ya mencionado efecto placebo, que provoca mejores resultados si el sujeto sabe en qué consiste la prueba que se va a realizar en él.

Por otro lado, el propio investigador puede mostrar un desvío inconsciente, que lo inclina a ver los resultados más favorables a su idea preconcebida y tender a despreciar el minimizar las contradicciones. Se ha demostrado en numerosas ocasiones que, sin intención de manipular los datos, tendemos a «adaptarlos» a nuestras ideas preconcebidas.

Desviación de muestra en una investigación sobre el tamaño de los peces

Por eso, los protocolos más rigurosos para diseñar pruebas experimentales incluyen lo que se denomina «método doble ciego». En ellos, se administra el trato real al grupo experimental, mientras que se administra algo similar e indistinguible al grupo de control, pero que no produce ningún efecto. De esta manera, un individuo no sabe si está siendo tratado con el principio activo o simplemente con un placebo. El experimentador tampoco sabe si está administrando o registrando resultados de un sujeto tratado con el producto real o con un placebo, de esta forma se elimina también la influencia o desvío del investigador.

La estadística como instrumento de evaluación de resultados

Supongamos que después de administrar un determinado tratamiento en 100 personas, medimos resultados positivos en tres de ellas, mientras que, en el grupo de control, al que se administró un placebo, tenemos un caso de mejora entre 100. ¿Esto significa que el tratamiento es efectivo o tanto tres positivos del primer grupo como los del de control son mero azar? ¿Y si los resultados son 30 éxitos en el primer grupo y 10 en el segundo?

Es muy difícil, por no decir temerario, aventurarnos a establecer una conclusión sobre la efectividad de un mecanismo cuando las tasas de éxito no son claramente mayoritarias. Afortunadamente, se han desarrollado métodos para poder analizar si los números son significativos o si no pueden diferenciarse del mero azar.

Por eso, cualquier estudio que consista en medir los efectos de determinado fenómeno sobre una población experimental debe incorporar los análisis estadísticos necesarios que nos lleven a concluir si podemos considerar un acontecimiento por encima de lo que cabría esperar del azar.

Un problema más: la correlación

Como si todo lo mencionado hasta ahora ya no fuera una dificultad suficiente, existe un fenómeno denominado correlación de variables que puede mimetizar los resultados de un experimento.

Utilizando la reducción al absurdo como ejemplo ilustrativo, supongamos que deseamos saber si los analfabetos comprenden la Teoría de la Relatividad con mayor dificultad que las personas con estudios de primer grado. Para ello, establecemos dos grupos: uno de analfabetos y otro que concluyó la enseñanza básica. A ambos entregamos un libro de divulgación sobre la Relatividad y damos una semana de tiempo para que lo lean. Después, entrevistamos personalmente a todos los sujetos de ambos grupos preguntando cinco conceptos básicos de física relativista. Los resultados obtenidos indican que la tasa de aciertos en analfabetos es inferior al 5% mientras que en el otro grupo se aproxima al 50%.

¿Concluiríamos, a pesar de que estadísticamente fuera significativa la diferencia, que las personas que no saben leer tienen mucha más dificultad para comprender los conceptos básicos de Relatividad? Obviamente, esto sería una conclusión equivocada, dado que ninguno de ellos en el grupo de analfabetos puede leer el libro. Lo que en realidad comprobamos es obvio: los analfabetos no saben leer y los que finalizaron la enseñanza básica sí.

Obviamente, sin tanta exageración como en el ejemplo, este fenómeno ocurre muchas veces en la naturaleza: proyectamos un experimento que en realidad está midiendo una variable diferente, aunque relacionada a la que queremos estudiar.

Correlación entre peso corporal y frecuencia cardiaca máxima, mínima y media de la población estudiada (López-Fontana et al., 2005).

Podríamos apuntar muchos casos similares, pero mencionaremos algunos de los más conocidos:

Existe una elevada correlación positiva y significativa entre las ventas anuales de chicle y la incidencia de crímenes en los Estados Unidos de América. (Obviamente, no es correcto concluir que prohibiendo la venta de chicle se podría reducir el crimen, pues ambas variables dependen de una tercera: el tamaño de la población analizada).

Estadísticamente, las personas diestras viven más años que las zurdas. (No corra para aprender a usar la mano derecha, la explicación es que las estadísticas también prueban que la mayor parte de los zurdos son jóvenes, porque antiguamente en las escuelas obligaban a los zurdos a aprender a usar la mano derecha).

Se ha documentado una correlación positiva y significativa entre el índice de divorcios de un país y sus importaciones de plátanos (aquí preferimos no hacer observaciones).

Podemos ver que todavía que una prueba nos demuestre que dos variables están relacionadas, no tiene sentido concluir que también tenga que existir una relación causa-efecto entre ambas.

El caso contrario: cómo aprovechar la sugerencia, las desviaciones y las correlaciones

Dice un dicho popular español: «Hecha la ley, hecha la trampa». Porque las limitaciones de la experimentación son ampliamente utilizadas por los tramposos, pseudocientíficos y charlatanes de todas las categorías.

Terminemos con un último ejemplo: supongamos que queremos estudiar la influencia de una pulsera holográfica en el equilibrio del cuerpo humano. ¿Bastaría probar en un grupo con 10 amigos, de los cuales 5 perciben efectos y otros 5, no? ¿O incluso en la que los diez resultan positivamente beneficiados? No podemos estar seguros de que los resultados se deban al entrenamiento, sugerencia o a cualquier otra causa desconocida.

La prueba óptima sería convocar a un grupo con 300 amigos. Sin que nadie sepa, a 150 de ellos se coloca el holograma en uno de los bolsillos, ya los demás una simple chapa del mismo material sin grabaciones. Se hace la prueba aduciendo tratarse de una nueva y divertida broma, sin que quien anota los resultados sepa quién lleva el holograma y quien tiene la placa vacía. A continuación, se analizan si las diferencias entre ambos grupos -en el caso de existir- son estadísticamente significativas o no.

¿Parece demasiado complicado? ¿Sinceramente, pensemos si no es más complicado gastar dinero o jugar con nuestra propia salud con base en cuatro testigos y algunos «protocolos» que son completamente inadecuados?

http://www.ceticismoaberto.com/cetici»¦/»¦/mas-comigo-funciona

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