LA LÃPIDA DE PALENQUE[1]
Lakam Ha o «Grandes aguas», así llamaban los mayas a lo que ahora conocemos como Palenque. Cien años antes de Cristo ya había una aldea de agricultores en el sitio. El lugar prosperó y se convirtió en la capital de la región B»™akaal (hueso) durante el Periodo Clásico Temprano y Clásico Tardío (200 a 600 y 600 a 900 de nuestra era)
Durante el Periodo Clásico Temprano fue gobernada por el Primer Señor de B»™akaal, K»™uk B»™alam (Quetzal Jaguar), o Gran Señor de Toktan. La dinastía de los Señores de B»™akaal fue conocida como Ajaw (señor, director, rey o líder). Después de Quetzal Jaguar subió al trono un rey apodado «11 Conejo» o Gasparín (su nombre, contenido en un glifo, no ha podido ser descifrado) quien dejó el trono a sus descendientes: B»™utz Aj Chiik, Ahkal Mo»™ Naab I, K»™an Joy Chitam I, Ahkal Mo»™ Naab II, K»™an B»™alam I, quien utilizó el título de Kinich (Gran Sol). Luego reinaría su hija Yol Iknal. El gobernante de Calakmul (Reino de la Serpiente) aprovechó la ocasión para invadir y saquear Palenque, el 21 de abril de 599. La sucedería Aj Ne»™ Ohl Mat y, a su muerte, tomó el mando Janaab Pakal o Pakal I, pero nunca fue coronado. En cambio su hija, Zak K»™uk, subiría al trono en 612. Durante su reinado ocurriría una segunda invasión de las tropas de Calakmul (en el 611). Esta Zak K»™uk fue la madre de K»™inich Janaab»™ Pakal (Pakal el Grande o Pakal II), quien subiría al trono en 615 y fue el encargado de reconstruir la ciudad. Heredó a K»™inich Janaab»™ Pakal II o Chan Bahlam II (constructor de la Tumba de palenque), quien dejaría el trono a su hermano K»™inich K»™an Joy Chitam II. Este Ajaw fue tomado prisionero por el reino de Toniná y durante un periodo de diez años hubo un regente, Xoc. El 3 de enero de 721 subió al trono K»™inich Ahkal Mo»™ Naab III, conocido también como Chaacal III. Su hijo K»™inich Janaab»™ Pakal o Pakal III, y luego su nieto, K»™inich K»™uk B»™alam II, heredarían el trono. El rastro de los señores de Palenque se pierde con Wak Kimi Janhb»™ Pakal o Pakal IV, que gobernaría a partir del 17 de noviembre de 799. El lugar fue siendo abandonado paulatinamente y la selva lo cubrió.
El primer europeo en ver las ruinas fue Fray Pedro Lorenzo de la Nada, en 1567. El pueblo Chol que era el que habitaba la zona le dijo que la ciudad se llamaba Otolum o «Tierra de Casas Fuertes», que Pedro Lorenzo tradujo como Palenque (fortificación).
En el siglo XVII se fundaría la comunidad de Santo Domingo de Palenque, a unos 13 kilómetros de las ruinas. Y en 1773, luego de una visita de Ramón de Ordoñez y Aguilar, el gobernador de la Capitanía General de Guatemala, José de Estachería, ordenó que el arquitecto Antonio Bernasconi explorara el lugar. La expedición estaba al mando del coronel Antonio del Río. Los españoles derrumbaron varios muros para acceder a las construcciones, según cuenta el cronista de Indias Juan Bautista Muñoz.
En 1807 llegaría el dibujante Luciano Castañeda quien hizo más planos de la ciudad. Basado en los documentos y planos de Bernasconi y Castañeda en 1822 se publicó en Londres el primer libro sobre Palenque Descriptions of the Ruins of an Ancient City, discovered near Palenque, de Henry Berthoud.
En el siglo XIX llegarían varios exploradores, anticuarios y cartógrafos: Juan Galindo, Jean Fréderick Waldeck, Patrick Walkers, John Herbert Caddy, John Lloyd Stephens, Frederick Catherwood, Désiré Charnay, Alfred Percibal Maudslay, etc.
Las primeras excavaciones hechas por arqueólogos se realizaron en 1923, y en 1934 el Dirección de Monumentos Prehispánicos designó al arqueólogo Miguel Ãngel Fernández para que se hiciera cargo de los trabajos. Para 1945 el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) envió al arqueólogo francés, de abuelos cubanos y nacionalizado mexicano, Alberto Ruz L»™Huillier para catalogar las principales estructuras del sitio.
DESCUBRIMIENTO DE LA TUMBA
En 1949 Alberto Ruz se dedicó a estudiar 12 manchas circulares en el suelo, dentro del Templo de las Inscripciones (que recibe ese nombre gracias a los más de 600 jeroglíficos que contiene). Pensó que pudieran tratarse de una especie de clavos pétreos para fijar una de las losas del piso. Decidió retirarlos y encontró lo que parecía ser el inicio de un túnel o una escalera. En ese primer año se retiró cuidadosamente todo el cascajo y escombros que obstruía los primeros 23 peldaños que parecían conducir al centro de la pirámide. Al año siguiente limpiaron otros 22 escalones y entonces llegaron a una plataforma aproximadamente a un tercio de la altura de la pirámide (que mide unos 25 metros). Los trabajos dentro de ese túnel, en el que la humedad y el calor eran casi insoportables, continuaron por un año más.
En el otoño de 1952 los arqueólogos llegaron a un corredor que estaba bloqueado por un muro de 3.5 metros de espesor. Luego de superar el muro penetraron en una antecámara, de 3.65 metros de largo y 2.15 metros de ancho, cuyo piso estaba formado por una sola baldosa cubierta de jeroglíficos, indescifrables en gran parte. En la pared Norte había una losa vertical, de forma triangular, y en el centro un arcón donde hallaron seis esqueletos de adolescentes, cinco varones y una doncella. Ruz escribió:
«No cabe duda de que se trataba de un sacrificio humano, de jóvenes cuyos espíritus debían vigilar y atender para siempre a aquel para quien se había construido la maciza pirámide»¦»
Los huesos estaban teñidos de rojo; los cráneos estaban deformados y los dientes tenían incrustaciones, lo que significaba que pertenecían a nobles mayas.
Alberto Ruz ordenó retirar la losa triangular y, finalmente, el 15 de junio de 1952 el arqueólogo pudo penetrar a la cámara sepulcral. Ruz se convertía en el primer ser humano en observar la tumba en más de mil años.
«De las vagas sombras surgió una visión de cuentos de hadas, un cuadro fantástico, etéreo, de otro mundo. Parecía una enorme gruta mágica tallada en hielo y las paredes chisporroteaban y refulgían con cristales de nieve».
La cámara medía unos 10 metros de largo por 7 de ancho y sus los muros se unían en la punta formando una bóveda ojival. Las paredes estaban decoradas con relieves de estuco que representaban a nueve sacerdotes portando cada uno un bastón de mando con figuras de serpientes.
Pero lo que más llamaba la atención era un sarcófago monolítico, cubierto con una losa de 3.79 metros de largo por 2.20 de ancho y unos 25 centímetros de grosor, que contenía en relieve la figura del hombre que descansaba debajo de ella.
La losa era muy pesada (entre 5 y 6 toneladas) y el espacio muy reducido. Los trabajos para levantarla fueron laboriosos, pero al fin se pudo retirar. El sarcófago mide 3 metros de largo por 2 de ancho y pesa unas 20 toneladas. En él había un esqueleto, rodeado de ofrendas y con el rostro cubierto con una máscara de mosaico de jade.
«Aunque los huesos estaban tan corrompidos y frágiles que no pudimos realizar mediciones precisas para determinar su tipo físico… parecía haber sido un hombre robusto de unos 40 a 50 años y de buena estatura, tal vez superior a 1,75 metros… Sus dientes no estaban obturados -cosa extraordinaria en un maya adulto de alto rango».
El esqueleto estaba boca arriba (decúbito supino) cubierto de cinabrio rojo (sulfuro de mercurio). La máscara estaba hecha de no menos de doscientas piezas, perfectamente ensambladas, de fragmentos de jadeíta (silicato de calcio y magnesio), con un par de ojos de conchas y obsidianas. Con orejeras y muchas joyas también de jade y madreperlas.
En el sarcófago había dos figuras de jade, que representaban al dios Sol. También había semillas. En la cámara había una serpiente de terracota que iba del sarcófago hasta la puerta. Se cree que simboliza el enlace entre los vivos y el más allá. Bajo el sarcófago se hallaron dos cabezas de terracota.
La losa que cubre el sarcófago está esculpida a todo su alrededor, mencionando las fechas de nacimiento y muerte del personaje, entre otras cosas.
Como habría resultado imposible transportar el enorme sarcófago y su tapa por el estrecho túnel, era evidente que la cripta, la escalera, la gran pirámide y el templo que la coronaba, todo había sido construido de antemano para albergar la tumba de un gran hombre.
Los primeros en estudiar los restos fueron los antropólogos mexicanos Eusebio Dávalos y Carlos Romano. Muy poco fue lo que pudieron hacer los dos científicos, porque los huesos se encontraban en pésimo estado, sin embargo encontraron que el hombre de Palenque era más alto que el maya promedio. Ya Ruz había reconocido que posiblemente el personaje no era de origen maya:
«Nos sorprendió su estatura, mayor que la del maya medio de nuestros días, y también el hecho de que sus dientes no estuvieran provistos de incrustaciones de piritas o jade, ya que esta práctica (como la de deformar artificialmente el cráneo) era habitual entre los individuos de las clases sociales superiores. El estado de deterioro del cráneo no nos permitió establecer con presición si había sido deformado o no. A este fin decidimos que posiblemente el personaje no era de origen maya, aunque estaba claro que había acabado por ser uno de los reyes de Palenque».
La traducción de los jeroglíficos de la tumba establece, sin lugar a dudas, que se trata de Pakal, palabra maya que significa escudo. Pakal fue hijo de la reina Zac Kuk (regente del 616 al 615). Nació el 6 de marzo del 603 (8 Ahau 13 Pop del calendario maya) y subió al poder a la edad de 12 años y 125 días. Se casó con su hermana Ahpo Hel y murió a la edad de 80 años con 158 días, el 30 de agosto del 683 (6 Edznab 11 Yax).
EL ENTIERRO DEL SEÑOR PAKAL
Se ha recreado el ritual que siguió a la muerte de Pakal. Primero se colocó en su boca una cuenta de jade, para recoger el aliento vital. Posteriormente se puso en sus labios la sustancia sagrada de la cual fueron hechos los primeros hombres: la masa del maíz. El cuerpo fue amortajado con lienzos de algodón y velado por tres días, en los que los deudos le hablaban continuamente para que no se sintiera solo. Al lado de la estera en donde estaba depositado el cuerpo se colocaron recipientes con agua y alimentos y diversos amuletos para protegerlo. Los sacerdotes debían cuidar su sombra y orar a los dioses para mantener con vida su espíritu, mientras se preparaba la ceremonia funeraria.
La doctora Mercedes de la Garza Camino nos sigue relatando el ritual:
«El solemne cortejo salió del palacio cargando el bulto mortuorio de Pakal. Cuatro hombres portaban antorchas, y en lo alto de la pirámide se encendió copal. Tras el cuerpo marchaba el Señor Serpiente, sumo sacerdote, seguido por los sacerdotes del culto solar y por la familia del gobernante, así como por cinco hombres y una mujer que serían sacrificados en la entrada de la sepultura con el fin de que sus espíritus acompañaran al del sagrado señor.
«Una vez en el templo que coronaba la pirámide, el cual representaba la superficie de la tierra, iniciaron el descenso por la oscura escalinata, alumbrados por las antorchas, conscientes de que recorrían simbólicamente el tortuoso camino a través de los nueve niveles del inframundo, como la mayoría de los espíritus de los muertos, y como lo hicieron aquellos héroes ancestrales Hunahpú e Ixbalanqué, que después se convertirían en el Sol y la Luna. La cámara funeraria situada en el noveno nivel de la pirámide aseguraba mágicamente que el espíritu de Pakal sortearía los peligros que acechaban en el camino descendente y que hallaría su lugar de reposo en el Xibalbá[2].
«El gran sarcófago monolítico, con un hueco en el centro que semejaba un útero para recibir el cuerpo del sagrado señor, había sido ya limpiado y preparado; asimismo, el día anterior se había labrado la fecha de la muerte en el canto de la lápida que cubriría el sarcófago. El cuerpo de Pakal, ya liberado de la mortaja, fue cuidadosamente depositado por los sacerdotes en el hueco pintado con rojo cinabrio; luego fue rociado con el mismo polvo rojo que aludía a la inmortalidad porque era el color del oriente, por donde resucita el Sol cada mañana, y le colocaron sus joyas de jade: una diadema sobre la frente, pequeños tubos que dividían la cabellera en mechones, collares, orejeras con colgantes de madreperla, pulseras y anillos. En su rostro pusieron su máscara de mosaico de jade, que conservaría su identidad para siempre; sobre su taparrabo otra pequeña máscara, y a sus pies una figurilla del dios solar que siempre lo había protegido. Como objetos sagrados especiales, le colocaron un dado y una esfera de jade en las palmas de las manos, lo que significaba que él, como chamán intermediario entre los dioses y los hombres, había dominado el espacio cuadrangular y el tiempo circular, con su sabiduría, su conciencia y su acción ritual. Otras dos cuentas de jade fueron depositadas en sus pies para asegurar la fuerza de la energía vital durante el camino. Luego cerraron el hueco con una tapa de piedra, colocaron encima la gran lápida labrada y deslizaron bajo el sarcófago las cabezas de estuco que habían formado parte de las más bellas esculturas de Pakal y Ahpo Hel. Antes de salir pusieron en el suelo vasijas con agua y alimentos, ya que el espíritu inmortal del sagrado señor conservaría durante el viaje las necesidades corporales.
«Después de sellar la pequeña puerta triangular que daba acceso a la cámara, sacrificaron a los cinco hombres y a la mujer que acompañarían al señor. Luego construyeron un muro, tapiando el corredor que conducía a la cámara, y en una caja de piedra adosada a este muro dejaron otros platos de barro con alimentos, cuentas y orejeras de jade, conchas llenas de pintura roja, símbolo de inmortalidad, y una hermosa perla. Hecho esto, la comitiva ascendió al templo y bajó de la pirámide, despidiéndose del gobernante con cantos y oraciones».
Luego se rellenó con escombros el túnel que conducía a la cámara funeraria.
LA LÃPIDA DE PALENQUE
Fue el propio Pakal quien ordenó construir la que sería su tumba. Recreó el inframundo, que se concebía como una pirámide invertida de nueve niveles, por los que su espíritu habría de descender hasta llegar a su última morada. La cámara, en donde se colocó el sarcófago, representaba el Xibalbá y a partir de ahí su espíritu ascendería por un angosto canal, en forma de serpiente, que llegaba hasta el templo. Ahí, donde mandó escribir la historia de su linaje, se le rendiría veneración, pues por haber sido un gobernante iniciado, un gran chamán, al morir se convertirá en un dios.
El resto de los templos y pirámides fueron levantados hacia el 692 por su hijo Chan Bahlam II, el cual hizo aparecer a su padre en otros bajorrelieves de la ciudad, como el de la Cruz, en el del Templo del Sol o en el de la Cruz Foliada, en los que se observa el proceso de su divinización post-mortem. Al ligar su origen al de los dioses, se confirmaba su carácter sagrado y su destino de convertirse en el más sabio gobernante de Palenque.
En la lápida, mandada realizar por Pakal o por su hijo K»™inich Chan Bahlam II, se esculpió una gran imagen cósmica, con símbolos astrológicos que representan el cielo, que definía su sitio en el centro del universo, como ser humano y como gobernante. Ahí está Pakal, recostado en la tierra sobre el mascarón descarnado que representa el aspecto de muerte del dios supremo, que era un gran dragón, un monstruo bicéfalo que devora todo lo que vive. El Monstruo de la Tierra viste un sombrero presidido por cuatro pétalos. La nariz del monstruo es la de un mono araña, que junto al signo Kin de su cabeza componen una clara referencia al Dios del Sol. Sus ojos tienen las pupilas dilatadas, pero de la boca para abajo está descarnado. En la Naturaleza el Sol transita entre la vida y la muerte, al amanecer y al ocaso. El signo Kin del Sol, que al lado del de la muerte (Cimi) corona el mascarón, indica el camino del astro por el mundo infraterrestre. La imagen marca la muerte del Sol o puesta del Sol. Así, el gobernante, identificado con el Sol, descendería como él al inframundo y renacería sacralizado. El Rey volvería, como el Sol, a brillar en el cielo. El cuerpo de Pakal se representó en la entrada de la gran boca de la tierra que conduce al inframundo, formada por las fauces superiores levantadas de una serpiente de dos cabezas, símbolo del reino de la muerte. El esqueleto de las serpientes, unidas por la mandíbula inferior, integran el recipiente en forma de U que representa la entrada al mundo de los muertos.
De la nariz del gobernante surge un signo que representa al espíritu abandonando el cuerpo. Es un hueso que significa que incluso la muerte lleva consigo la simiente del renacimiento. En maya, los vocablos hueso y semilla grande son homófonos; así pues, el hueso es la semilla de la resurrección de Pakal. El Rey va desprendiéndose de su taparrabo y de sus adornos. El collar cae detrás de su espalda. Todo indica que está en transición de la vida a la muerte. Su cuerpo se tambalea. Las rodillas están flexionadas, las manos relajadas. Su frente ha sido perforada por el cuchillo del dios K (símbolo de la sangre y lo sagrado) que se encuentra en la base del tronco y unido al cuerpo del Pakal. Desde su pecho se levanta una cruz que remata en lo alto con una mandíbula de serpiente hecha de cuentas de jade, piedra que representa la vida, sobre la que se posa a su vez el pájaro-serpiente, otro símbolo del dios supremo en su aspecto celeste y solar. La cruz es el Ãrbol del Mundo, el Ãrbol de la Vida, centro del Universo. La barra horizontal de la cruz es una serpiente de dos cabezas, como la del inframundo, pero con mandíbulas de jade. Esta cruz serpentina es la imagen del dragón celeste, pero también el árbol que está en el centro del mundo y que divide los cuatro rumbos cósmicos, y en ella se enlaza otra serpiente bicéfala de cuyas mandíbulas abiertas surge el rostro del dios Kawil (oscuridad), al Oeste, y el dios Bufón Bolón Dz’acab (luz, llamarada), al Este, protector de los gobernantes y símbolo maya de la realeza. El signo Te (árbol) confirma que es una planta de maíz. El signo Nen (espejo) indica que es brillante y poderoso. Representa la vida surgiendo de la tierra, la vida triunfante sobre la muerte. Es un símbolo de la juventud y de la renovación vegetal y representa el ciclo de transformación que vincula a los gobernantes con los primeros seres humanos, quienes fueron hechos de la masa del maíz.
En la parte superior de la lápida se aprecia una criatura mitad serpiente y mitad pájaro sobre la cruz central. Es un Quetzal, Pájaro Celestial, símbolo del reino celeste del dios Sol. Esto representa el intermedio entre los cielos y la Tierra. Debajo de ella existen dos representaciones del Dios del Sol.
Alberto Ruz ya adelantó una interpretación: se trata de una compleja propuesta iconográfica en la cual se pueden ver los tres planos del universo como lo concebían los mayas, el subterráneo con sus demonios, el terrenal con el rey Pakal y finalmente el celeste, con el pájaro quetzal, símbolo del Sol, poblado por los dioses. Alrededor de la losa se esculpió la Vía Láctea, poblada de astros, que para los mayas era también el cuerpo del gran dragón celeste. En el centro de todo ello está el ser humano como el ser que, según el Popol Vuh, es el único que tiene la misión de alimentar a los dioses. Escribe Ruz:
«En la piedra en cuestión vemos a un hombre rodeado de símbolos astrológicos que representan el cielo «”el límite espacial de la tierra del hombre y la morada de los dioses, donde el curso fijo de las estrellas marca el implacable ritmo del tiempo»”. El hombre reposa sobre la tierra, representado por una grotesca cabeza con rasgos fúnebres, ya que la tierra es un monstruo que devora todo lo que vive; y si el hombre reclinado parece caerse hacia atrás es porque su inherente destino es caer a la tierra, el país de los muertos.
«Pero sobre el hombre se alza el bien conocido motivo cruciforme, que, en algunas representaciones es un árbol, en otras la estilizada planta del maíz, pero que siempre es el símbolo de la vida surgiendo de la tierra, la vida triunfante sobre la muerte.»
La escena representa el instante de la muerte de Pakal y su camino hacia el cielo maya, todo lo cual también se asocia al resto de símbolos hallados dentro del sarcófago y a su alrededor. Todo el evento está enmarcado por una franja celeste, con Kin (día, sol) en la parte superior derecha o Noreste y Akbaal (noche, oscuridad) en el extremo izquierdo o Noroeste. El paso de Pakal de la vida a la muerte es representado con el movimiento del sol de Este a Oeste. El fondo de la escena está lleno de signos -conchas, abalorios de jade y otros- que se encuentran sobre volutas de sangre. Todos ellos asociados a la muerte y resurrección. Pakal sufre un proceso de transformación (metamorfosis) y emerge con los atributos del Dios del maíz. Se encuentra sentado sobre un trono, encima del Señor del mundo de las profundidades, suspendido entre la vida yla muerte.
Para apreciar la significancia de esta escena ritual, hay que saber algo de la visión del mundo Maya del siglo VII. La Naturaleza fue la base de su religión. El Sol no sólo se levantaba en el Este, volvía a nacer cada día y cada noche pasaba a través del inframundo. La germinación de la planta de maíz le daba vida a los mayas. El dios de la lluvia se encargaba del agua, una necesidad vital. Para los mayas, según L»™Huillier, «el ciclo de vida de las plantas de alimentos básicos, interpretado como la pasión y la resurrección de la deidad, representa una promesa de la inmortalidad para el hombre». La práctica de enterrar a los muertos tenía un significado religioso especial: «el hombre (está) destinado a volver un día a la tierra… (como) el maíz cuyos granos deben ser enterrados para germinar». Los antiguos mayas también creían en «la esencia divina del rey-sacerdote y su poder para interceder ante los dioses, en nombre de la humanidad, principalmente para asegurar la perpetuación de la humanidad a través de su propia inmortalidad».
La motivación fue la misma en el caso del entierro de Pakal. Sus súbditos construyeron el Templo de las Inscripciones como una oración por el renacimiento de su gobernante. El simbolismo religioso inscrito en la tapa de la tumba describe las escenas. Pakal está hacia arriba, directamente hacia el cenit, donde está un quetzal, como heraldo de la aurora y la salida del dios sol. La serpiente emplumada, es también llamada quetzal, se apoya en la parte superior de una cruz, que representa el árbol sagrado del maíz (o planta de maíz).
ContinuarỦ
[1] Este es uno de los capítulos del libro Ruiz Noguez Luis, ¿Regresaron los dioses? Mitos y manías astroarqueológicas, (prólogo de Mario Méndez Acosta), México, 1991. (Sin publicar), actualizado al 2011.
[2] «Lugar de los que se desvanecen». El reino de Ah Puch, «El Descarnado». En ese lugar Pakal moriría definitivamente, es decir, se transformaría en energía de muerte. Como había fallecido de muerte natural, a Pakal le correspondía ir al Xibalbá, aunque su condición sagraÂda le permitiría ascender al nivel terrestre y al cielo en algunas ocasiones. Otros como los que morían por alguna causa acuática, ahogados o calcinados por un rayo, iban al «Paraíso de la Ceiba», un lugar de placeres terrenales, mientras que los sacrificados a los dioses y las mujeres muertas de parto tenían como destino el cielo, acompañando eternamente al Sol en su recorrido diario; porque el lugar del cuerpo dependía de la forma de morir y no de su conducta corpórea. Las faltas se castigaban en vida, generalmente con algunos años enfermedad.
Muy valiosa la información gracias. Voy a revivir elmascaron de pakal en la sala de mi casa, como un recuerdo a un gran abuelo. Gracias de nuevo.
Excelente informacion, muy interesante; ahora comprendo un poco mas las creencias de nuestros pueblos de ese tiempo, la voluntad y el dinamismo de los arqueologos de ese tiempo hoy han traspasado la historia. felicidades por el articulo, un misterio la Ciudad de Palenque. asi, es necesario destinar mas fondos para el estudio de las zonas arqueologicas , saludos…
estupendo, gracias!
Me encanto releerles, Palenque lugar encantado que me ha faltado a mi explorar, súper interesante y subreal todo un misterio, embriagante, espero y es mi mayor deseo conocer antes de mi partida al más allá. ??
Bien,