Archivo de la categoría: . SOMIE

Los mayas y Venus

LOS MAYAS Y VENUS[1]

Mario Méndez Acosta

Los conocimientos de los mayas sobre el comportamiento de los astros en la esfera celeste han causado pasmo entre investigadores e historiadores.

Los registros que este pueblo mesoamericano dejó plasmados tanto en estelas de roca como en los diversos códices que escaparon a la destrucción de Diego de Landa, muestran que, durante siglos, el comportamiento de los astros como el Sol, la Luna y los planetas visibles, en especial Venus, era estudiado y utilizado con fines de predicción climática y mágica.

El reciente tránsito del planeta Venus sobre el disco solar, ocurrido el pasado 5 de junio, es un fenómeno astronómico que se presenta para los habitantes de la Tierra sólo en dos ocasiones separadas por un periodo de ocho años, una situación que no se repite sino hasta después de 105 años.

Este hecho ha llevado a varios estudiosos, tal vez influidos por la campaña que se ha desatado en torno a las supuestas profecías mayas sobre un fin del mundo en 2012, a afirmar que lo pronosticado por los mayas para este año, en realidad no era el fin del mundo, sino nada más el tránsito de Venus frente al disco solar que, coincidentemente, también se presentó este mismo año. Ellos comentan, además, que los mayas conocían la naturaleza real de Venus y la proporción de su tamaño aparente respecto al Sol.

Sin duda, es un gran mérito de los mayas haber determinado que tanto el lucero de la mañana como el vespertino son el mismo astro, pues sus detalladas observaciones, realizadas durante siglos, les permitían detectar una serie de regularidades y un patrón de recorrido de este planeta en el firmamento, que sólo se explicarían reconociendo que se trata de un solo astro, el cual, por ejemplo, en las tardes se va acercando día con día «“en apariencia»“ al Sol, hasta pasar muy cerca del mismo y, en los días posteriores, se ve que se va alejando de éste hasta hacerse muy visible, como una brillante luminaria por las mañanas, para después invertir ese recorrido.

Pero de lo anterior no se desprende que los mayas «“quienes carecían de la capacidad de cálculo matemático de gran precisión que nos da la notación posicional de la numeración arábiga utilizada en Occidente»“ supieran que sólo en unos cuantos casos el disco de Venus realmente se sobrepone al disco solar o que lo hubieran observado materialmente, lo que (sin uso de telescopio) sólo se puede hacer si el tránsito de Venus ocurre al atardecer o al amanecer, muy cerca del horizonte, de modo que se puede mirar el disco solar sin que el resplandor ciegue al observador.

Al no contar con telescopios, la única forma en que los mayas podrían haber atestiguado un tránsito de Venus sería mediante la proyección de la imagen del disco solar en una superficie blanca y plana, situada en el interior en una cámara oscura; es decir, haciendo pasar la luz a través de un pequeño orificio practicado en una tabla o superficie rígida. Pero, lo cierto es que no hay ningún indicio o registro gráfico de que los mayas hayan intentado esto, ni de que sospecharan siquiera la naturaleza real del fenómeno, puesto que Venus es un cuerpo opaco esférico, capaz de eclipsar la luz del Sol.

Lo que podemos afirmar es que el primer tránsito de Venus «“el cual, sin duda, fue presenciado por seres humanos»“ fue el de 1639, y quienes lo registraron por primera vez fueron dos astrónomos ingleses llamados Jeremiah Horrocks y William Crabtree, con el apoyo de un telescopio, con el cual proyectaron la imagen del Sol al interior de una cámara oscura.


[1] Publicado originalmente como: Méndez Acosta Mario, Los mayas y Venus, Ciencia y Desarrollo, Vol. , No. , México, septiembre-octubre 2012. Págs. .

La leyenda del Jefe Seattle

LA LEYENDA DEL JEFE SEATTLE[1]

Mario Méndez Acosta

Una de las leyendas contemporáneas más conmovedoras y estimadas por quienes integran los movimientos ecologistas es aquella del jefe indígena Seattle y su carta al presidente de los Estados Unidos o bien de su discurso a los blancos, aconsejándolos sobre cómo tratar el mundo silvestre.

JefeSiahlEl jefe indígena, cuyo verdadero nombre era Siahl, era el cacique de las tribus swamish y duwamish de la costa del Pacífico de EUA, cerca del actual estado de Washington; nació en 1780 y falleció en 1866, convertido al catolicismo.

Se asevera que hubo una carta suya, escrita en 1855, supuestamente dirigida al presidente de EUA, Franklin Pierce, en respuesta a la petición de su gobierno para que los indígenas vendieran buena parte de las tierras bajo su dominio histórico. El jefe Seattle expresa ahí profundos pensamientos sobre cómo convivir armónicamente con el medio ambiente.

Dice, por ejemplo, en la famosa carta: «¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos? Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja«.

Aquí es donde surge una primera duda: el término piel roja es como llamaban los colonizadores europeos a los miembros de las tribus indígenas de Norteamérica, y constituye una denominación denigrante que despierta desprecio y temor. Jamás los indígenas de los Estados Unidos han aceptado llamarse pieles rojas, sobre todo porque no tienen la piel roja, sino de un tono café claro; llamarse de esa manera sería como si los mexicano-estadounidenses se refirieran a sí mismos como grasientos o dagos (término vulgar y racista para designar a latinos y a italianos).

Es imposible que Seattle haya dicho: «Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar», por la sencilla razón de que el cacique jamás había visto un ferrocarril ni un búfalo, ya sea vivo o muerto y, sobre todo porque en 1855 aún no se construía el ferrocarril que cruzaría el continente; de hecho, el ferrocarril transcontinental que uniría la costa de California con la del Atlántico no se concluiría sino hasta 1869, momento en el que se abrió la era del llamado lejano Oeste. Por otro lado, la matanza del bisonte americano «“mal llamado búfalo»“ no se llevó a cabo sino hasta los años ochenta del siglo XIX, a manos de cazadores, como el legendario Buffalo Bill.

La verdad es que nunca hubo tal carta; en 1854, el jefe Seattle escuchó un discurso y, a continuación, pronunció el suyo ante el gobernador territorial, Isaac Stevens «“quien tenía la misión de comprar a los indios swamish las tierras de la Sonda de Puget, en el noroeste de los Estados Unidos»“, y uno de los traductores del encuentro fue el pionero doctor Henry A. Smith. La fecha del discurso es motivo de discusión, pero la versión más aceptada es que ocurrió el 11 de marzo de 1854, y ciertamente, nadie puede asegurar hoy lo que dijo el jefe entonces, ya que habló en el lenguaje lushutsid, a alguien que hizo la traducción al chinuk «“lengua un poco más conocida»“, y de ahí se tradujo al inglés. Treinta años después, el Seattle Sunday Star publicó la versión de Smith, basada en notas que tomó en aquellos días, en la cual Siahl agradecía a la gente blanca su generosidad, y exigía que cualquier tratado permitiera a la tribu el acceso a sus cementerios, y contrastaba al dios de su pueblo con el de la gente blanca… al parecer nada extraordinario se agregaba.

Los ecologistas adoptaron el supuesto discurso, a partir de 1974, cuando una estatua del jefe Seattle con «voz propia» enunció la versión actual en la Feria Mundial de Spokane. El discurso había sido mejorado por Ted Perry, un productor de documentales, que introdujo lo relativo al ferrocarril y los bisontes, para la ocasión. La respuesta de algunos expertos fue la manifestación de su indignación: en 1975, Janice Krenmayr publicó un artículo en el Seattle Times, en el cual afirmaba que el cacique se revolvería en su tumba si supiera de aquel engaño; Bill Holm, conservador del Museo Burke, rogó a los ecologistas que se detuvieran y admitieran que ellos mismos habían escrito el discurso; hubo otras protestas, pero a ninguna hicieron caso


[1] Publicado originalmente como: Méndez Acosta Mario, La leyenda del jefe Seattle, Ciencia y Desarrollo, Vol. , No. , México, noviembre-diciembre 2011. Págs. .

La creación y el Big Bang

LA CREACIÓN Y EL BIG BANG[1]

Mario Méndez Acosta

El descubrimiento más inquietante, desde el punto de vista filosófico, se basa en que el cosmos tuvo un origen bien determinado en el tiempo, el cual ha sido fijado, con alguna precisión, en un momento situado hace un poco más de trece mil millones de años, durante el cual ocurrió una especie de gran explosión a la que el cosmólogo Fred Hoyle bautizó como Big Bang.

Ante este hallazgo, algunas religiones del tronco judeocristiano han encontrado una similitud muy atractiva con sus tradiciones en torno a la creación del mundo por acción de una deidad suprema, ocurrida en un momento del pasado históricamente preciso, que en el caso de la Iglesia Anglicana, fue fijado en 1648, por el obispo de Ussher el día octubre 23 del año 4004 antes de Cristo.

Algunos jerarcas religiosos, como el primado de la Iglesia Católica en Inglaterra y el arzobispo anglicano de Canterbury, no han vacilado en sugerir que el momento en el que ocurrió el Big Bang se puede identificar con aquel en el que la deidad llevó a cabo su acto de creación de nuestro Universo. El papa Juan Pablo II consideró, en 1988, esta posibilidad, pero los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias le aconsejaron que este símil no resultaría muy viable, lo que él aceptó.

Entonces se adoptó la posición de los cosmólogos católicos de la Academia de Ciencias del Vaticano, para quienes la creación abarca todo lo existente en el cosmos y no se limita al mero acto de su aparición, por lo que no es necesario equiparar el Big Bang con la Creación descrita en La Biblia.

En el presente, el Papa Benedicto XVI ha reanudado el debate a través de unas declaraciones bien formuladas e inequívocas. Señaló, textualmente, en un sermón pronunciado el día de la Epifanía «“el pasado 6 de enero»“ que los cristianos deben rechazar la idea de que el Universo fue creado por accidente.

Agregó que la mente de Dios es la fuerza que impulsa teorías como la del Big Bang, y remató en ese sermón que el Universo no es resultado del azar, como algunos quieren hacernos creer. «Al contemplarlo, se nos invita a ver algo profundo en el mismo, la sabiduría del creador, la creatividad inacabable de Dios».

En apariencia, estas declaraciones son la respuesta a las conclusiones expresadas por el científico británico Stephen Hawking en su libro más reciente, El gran diseño, en el cual afirma que los hallazgos científicos hacen innecesaria la hipótesis de la intervención divina en la creación del Universo.

Stephen Hawking ha sido un interlocutor permanente y amistoso del Vaticano «“a pesar de su condición de no creyente»“, ya que ha participado en diversos coloquios de la misma Academia Pontificia de Ciencias, en los cuales ha discutido de manera muy constructiva sobre los temas de la cosmología moderna con académicos y teólogos. Por ello, causó gran beneplácito entre esos teólogos y académicos del Vaticano la conclusión con que cerró Hawking su exitoso libro de 1988, Breve historia del tiempo, pues ahí señala que el estudio del Universo y su comprensión nos permitirán conocer «cómo funciona la mente de Dios».

Lo cierto es que esta frase, aunque no es afirmación de la religiosidad del autor, representa una expresión más acertada de la respuesta que pretende dar Hawking a esa pregunta fundamental de «por qué existe algo en lugar de nada». Es ante esta cuestión tan profunda en donde Hawking equipara la mente de Dios con el funcionamiento del Universo.

El análisis de Hawking, presentado ahora, en El gran diseño, revela cómo las leyes naturales se complementan unas a otras, sin necesidad de intervención sobrenatural, eliminando la necesidad de que intervenga una entidad sobrenatural todopoderosa, que esté al tanto de las acciones y decisiones de cada ser vivo que exista en el cosmos.

Hawking revela, a lo largo de su más reciente libro, de qué manera ha sido indispensable la intervención del azar, en especial a escala subatómica, a través de la mecánica cuántica, misma que tuvo que entrar en acción en los primeros momentos de la aparición del Universo, cuando éste tenía aún una dimensión muy reducida, lo que permitió que la mecánica cuántica manifestara sus extrañas consecuencias, como sería la aparición de partículas subatómicas a partir de la nada.


[1] Publicado originalmente como: Méndez Acosta Mario, La creación y el big bang, Ciencia y Desarrollo, Vol. , No. , México, marzo 2011. Págs. .

El falso apocalipsis maya

EL FALSO APOCALIPSIS MAYA[1]

 

Mario Méndez Acosta

TortugueroEl sensacionalismo mercantilista sobre un imaginario fin del mundo o una catástrofe global «“profetizados supuestamente por los mayas del antiguo imperio»“ y que ocurriría en este 2012 ha sido al fin denunciado y refutado por completo por científicos mexicanos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Esto es muy alentador, ya que raras veces las instituciones científicas de mayor prestigio se dignan dar respuesta a las afirmaciones de los charlatanes o seudocientíficos, ya que ello, en primer lugar, distrae a los científicos de sus actividades fundamentales, quienes además, en ocasiones, temen que esto otorgue una atención inmerecida a los charlatanes.

Así, el INAH señaló que una transposición del modelo judeocristiano del Apocalipsis condujo a hacer una «interpretación fácil» sobre la visión maya de los ciclos cósmicos, lo cual desembocó en las presuntas profecías del fin del mundo formuladas, sobre todo, por escritores extranjeros: «Cuando comenzó a descifrarse la escritura maya y se vio que, entre otros aspectos, se refería a fines de ciclos, se hizo una interpretación fácil desde la perspectiva del pensamiento occidental, ligando esto a una visión apocalíptica sobre el fin del mundo«.1

Los mayistas Mario Aliphat y Rafael Cobos coincidieron en que el pensamiento mesiánico occidental «tergiversó la cosmovisión de antiguas civilizaciones, como la maya». Agregaron que ello permitió que los profetas modernos empezaran a vaticinar el supuesto fin del mundo a partir del concepto de fin de una era y el comienzo de otra, lo cual sólo corresponde a una cuenta en el calendario maya.

Unos 60 especialistas en la cultura maya se reunieron del 27 de noviembre al 2 de diciembre, en la VII Mesa Redonda de Palenque, en el municipio homónimo, aledaño a la zona arqueológica en el estado mexicano de Chiapas, y ahí se efectuó una sesión especial «para discutir sobre las profecías mayas 2012».2

Los expertos precisaron que solamente en dos textos glíficos mayas «“de unos 15 mil conocidos»“ se menciona el año 2012; la primera de estas citas se encuentra en el monumento 6 en la zona arqueológica El Tortuguero, en el municipio de Macuspana, y la segunda en el municipio de Comalcalco, ambos en el estado de Tabasco.

CarlosPallánGayolUno de estos expertos, el epigrafista Carlos Pallán, autor de una guía del Calendario Maya, detalla que, para los mayas antiguos, el tiempo estaba conformado por ciclos concretos, los cuales eran personificados por seres animados y tenían su propio nombre, «por ejemplo, el ciclo de 400 años o b»™ak»™tun estaba representado por un ave mitológica».

Los rituales mayas tenían como fin lograr que los próximos ciclos fueran favorables y hay «una cierta insistencia en que en 2012 se conmemorará un ciclo calendárico, lo que ha sido el meollo de la confusión», apuntó.

Aliphat y Cobos coincidieron en que todo el sistema ritual maya trataba de pronosticar, «mediante la observación astronómica, las fechas convenientes o inconvenientes para la siembra, la cosecha e, incluso, la guerra». Según estos expertos, los mayas crearon nuevos ciclos de muy larga duración, que les permitían calcular fechas hacia tiempos tanto pretéritos lejanos, como míticos y hasta los futuros.

Para los mayas, cada ciclo estaba compuesto de 400 años y cada era se componía de 13 ciclos, lo que suma 5 mil 200 años mayas (5 mil 125, según el calendario gregoriano), y de acuerdo con esa cuenta, la era actual concluye el 23 de diciembre de 2012, y comenzará una nueva. Para los mayas, al final de cada era el cosmos se regeneraba, con lo que se «completaba un ciclo de creación»; nada de lo cual implica profecía alguna sobre catástrofes mundiales de ningún tipo.

En la Mesa de Palenque, los expertos analizaron otros aspectos profundos de las investigaciones más recientes en torno a interpretaciones de los jeroglíficos y sobre diversos aspectos del calendario maya. Podemos decir que sólo el conocimiento científico y detallado sobre lo que en verdad ocupaba y preocupaba a los mayas puede poner en perspectiva la desmesura de las llamadas profecías mayas, y podemos concluir que lo expresado aquí en torno al mito referido es la versión autorizada de los expertos mayistas.


[1] Publicado originalmente como: Méndez Acosta Mario, El falso apocalipsis maya, Ciencia y Desarrollo, Vol. , No. , México, marzo-abril 2012. Págs. .

El encanto de la pseudociencia

EL ENCANTO DE LA PSEUDOCIENCIA[1]

 

Mario Méndez Acosta

El ser humano tiende a experimentar una gran desazón al enfrentarse a los malestares físicos que afectan su salud. El sufrimiento causado por la enfermedad hace rebasar con facilidad las consideraciones derivadas de la razón y la prudencia, y obliga a buscar alivio inmediato; pero no tanto a la enfermedad en sí, sino a la congoja personal que despierta el mal corporal, ya sea el propio o el de las personas queridas.

Éste es el elemento fundamental del aparente éxito y prevalencia de las pseudociencias médicas y de gran parte de las prácticas de las medicinas tradicionales de cada región del mundo. De hecho, el primer problema con que nos enfrentamos hoy en día en México es la ponderación del desempeño de los tan comentados remedios milagrosos, que tanto han ocupado la atención pública los últimos meses, la cual se tiende a calificar con base en el número de testimonios favorables (auténticos o no) dados a conocer al público a través de los comerciales televisivos, pero nunca mediante los criterios de efectividad empleados por la medicina científica, es decir, los que se apoyan en estudios estadísticos controlados que abarcan grupos de prueba y de control con los suficientes individuos como para apreciar de manera significativa la efectividad de una droga o tratamiento.1

Los testimonios que respaldan la efectividad de una pseudociencia médica se equiparan así con los ofrecidos en los retablos o exvotos populares, que se pueden apreciar en las iglesias. Son igual de convincentes que los anuncios, y hasta llegan a ser conmovedores, pero nunca incluyen información sobre el fracaso ocasional de la intervención divina. En el caso de los anuncios de televisión, jamás se considera falla alguna en el medicamento milagroso que se promociona.

No existen los exvotos negativos, al igual que jamás se presenta en televisión testimonios críticos sobre esos productos mágicos.

El testimonio favorable resulta fascinante para el televidente, y ese encanto es la clave del éxito y de la permanencia a largo plazo de la pseudociencia médica en el mercado. Sin embargo, para que ésta disfrute de un flujo constante de testimonios reales, basta con que el producto maravilloso funcione efectivamente como un placebo para lograr mejoras en ese grupo de personas a las cuales la mera sugestión les permite experimentar una mejora en la forma de sentirse, aunque ello resulte a la larga ser algo pasajero. No obstante, hay que decir que algunas pseudociencias disfrutan del encanto de materializar una supuesta rebelión exitosa ante el establishment médico, o sea ante una pretendida dictadura o dominio arbitrario de la medicina científica y de los laboratorios médicos en el ámbito mundial de la salud.

A los proponentes de disciplinas como la herbolaria, el naturismo, la quiropráctica, la homeopatía, la osteopatía y muchas otras, les gusta denunciar la existencia de un establishment injusto y abusivo que les impide lograr el éxito y les niega el reconocimiento y la igualdad ante la medicina científica, a la vista de las poblaciones afectadas por diversos males en la sociedad contemporánea.2

El hecho es que no existe ese status quo o «poder invisible» capaz de impedir a los alternativos actuar en igualdad de condiciones. Bastaría con que cada una de esas disciplinas sometiera sus productos, servicios o teorías fundamentales a las mismas pruebas controladas, de doble ciego,3 a las que somete la medicina sus propuestas, y mostraran tener resultados positivos, claros y reproducibles. Con ello, sus remedios serán aceptables en todos los casos. Por supuesto, existe una reticencia entre los proponentes de las pseudociencias a someterse a estas pruebas, pues, además de que no desean poner en riesgo alguna revelación cuasi divina de sus creadores originales, saben que poseen una aceptación clientelar fija, la cual se vería mermada, si se divulgara que no pasaron esas pruebas.

Otro elemento que contribuye al encanto de las pseudociencias es la tan divulgada falacia de que ofrecen una especialización individualizada del tratamiento de las enfermedades. Se les dice: «Tú eres especial y la medicina científica te trata como una mera cifra». En efecto, muchas pseudociencias médicas argumentan como algo positivo que sus terapeutas no tratan la enfermedad sino al paciente, y que cada uno de ellos es diferente y requiere un trato especial, ¡obviamente una afirmación pensada para halagar el ego del cliente!

Con esto condenan implícitamente a la medicina científica por tratar al universo de sus pacientes como constituido por meras estadísticas anónimas; pero lo cierto es que muchos médicos científicos conviven con sus pacientes y conocen sus idiosincrasias. La identificación de las verdaderas causas de las enfermedades es el mayor mérito de la medicina científica moderna, lo cual le permite prevenir y tratar a grandes núcleos de la población en todas las partes del mundo.


[1] Publicado originalmente como: Méndez Acosta Mario, El encanto de la pseudociencia, Ciencia y Desarrollo, Vol. , No. , México, septiembre 2011. Págs. .