EL ENCANTO DE LA PSEUDOCIENCIA[1]
Mario Méndez Acosta
El ser humano tiende a experimentar una gran desazón al enfrentarse a los malestares físicos que afectan su salud. El sufrimiento causado por la enfermedad hace rebasar con facilidad las consideraciones derivadas de la razón y la prudencia, y obliga a buscar alivio inmediato; pero no tanto a la enfermedad en sí, sino a la congoja personal que despierta el mal corporal, ya sea el propio o el de las personas queridas.
Éste es el elemento fundamental del aparente éxito y prevalencia de las pseudociencias médicas y de gran parte de las prácticas de las medicinas tradicionales de cada región del mundo. De hecho, el primer problema con que nos enfrentamos hoy en día en México es la ponderación del desempeño de los tan comentados remedios milagrosos, que tanto han ocupado la atención pública los últimos meses, la cual se tiende a calificar con base en el número de testimonios favorables (auténticos o no) dados a conocer al público a través de los comerciales televisivos, pero nunca mediante los criterios de efectividad empleados por la medicina científica, es decir, los que se apoyan en estudios estadísticos controlados que abarcan grupos de prueba y de control con los suficientes individuos como para apreciar de manera significativa la efectividad de una droga o tratamiento.1
Los testimonios que respaldan la efectividad de una pseudociencia médica se equiparan así con los ofrecidos en los retablos o exvotos populares, que se pueden apreciar en las iglesias. Son igual de convincentes que los anuncios, y hasta llegan a ser conmovedores, pero nunca incluyen información sobre el fracaso ocasional de la intervención divina. En el caso de los anuncios de televisión, jamás se considera falla alguna en el medicamento milagroso que se promociona.
No existen los exvotos negativos, al igual que jamás se presenta en televisión testimonios críticos sobre esos productos mágicos.
El testimonio favorable resulta fascinante para el televidente, y ese encanto es la clave del éxito y de la permanencia a largo plazo de la pseudociencia médica en el mercado. Sin embargo, para que ésta disfrute de un flujo constante de testimonios reales, basta con que el producto maravilloso funcione efectivamente como un placebo para lograr mejoras en ese grupo de personas a las cuales la mera sugestión les permite experimentar una mejora en la forma de sentirse, aunque ello resulte a la larga ser algo pasajero. No obstante, hay que decir que algunas pseudociencias disfrutan del encanto de materializar una supuesta rebelión exitosa ante el establishment médico, o sea ante una pretendida dictadura o dominio arbitrario de la medicina científica y de los laboratorios médicos en el ámbito mundial de la salud.
A los proponentes de disciplinas como la herbolaria, el naturismo, la quiropráctica, la homeopatía, la osteopatía y muchas otras, les gusta denunciar la existencia de un establishment injusto y abusivo que les impide lograr el éxito y les niega el reconocimiento y la igualdad ante la medicina científica, a la vista de las poblaciones afectadas por diversos males en la sociedad contemporánea.2
El hecho es que no existe ese status quo o «poder invisible» capaz de impedir a los alternativos actuar en igualdad de condiciones. Bastaría con que cada una de esas disciplinas sometiera sus productos, servicios o teorías fundamentales a las mismas pruebas controladas, de doble ciego,3 a las que somete la medicina sus propuestas, y mostraran tener resultados positivos, claros y reproducibles. Con ello, sus remedios serán aceptables en todos los casos. Por supuesto, existe una reticencia entre los proponentes de las pseudociencias a someterse a estas pruebas, pues, además de que no desean poner en riesgo alguna revelación cuasi divina de sus creadores originales, saben que poseen una aceptación clientelar fija, la cual se vería mermada, si se divulgara que no pasaron esas pruebas.
Otro elemento que contribuye al encanto de las pseudociencias es la tan divulgada falacia de que ofrecen una especialización individualizada del tratamiento de las enfermedades. Se les dice: «Tú eres especial y la medicina científica te trata como una mera cifra». En efecto, muchas pseudociencias médicas argumentan como algo positivo que sus terapeutas no tratan la enfermedad sino al paciente, y que cada uno de ellos es diferente y requiere un trato especial, ¡obviamente una afirmación pensada para halagar el ego del cliente!
Con esto condenan implícitamente a la medicina científica por tratar al universo de sus pacientes como constituido por meras estadísticas anónimas; pero lo cierto es que muchos médicos científicos conviven con sus pacientes y conocen sus idiosincrasias. La identificación de las verdaderas causas de las enfermedades es el mayor mérito de la medicina científica moderna, lo cual le permite prevenir y tratar a grandes núcleos de la población en todas las partes del mundo.
[1] Publicado originalmente como: Méndez Acosta Mario, El encanto de la pseudociencia, Ciencia y Desarrollo, Vol. , No. , México, septiembre 2011. Págs. .