El museo cristiano de las pareidolias

EL MUSEO CRISTIANO DE LAS PAREIDOLIAS

A finales del siglo XIX se erguía la capilla de la Virgen del Rosario al lado de la iglesia del Sacro Cuore del Suffragio (Sagrado Corazón del Sufrimiento), frente al Tiber, en Roma, a pocas cuadras del Vaticano. El 15 de noviembre de 1897, el sacerdote francés Victor Jouet, párroco de la capilla, estaba rezando frente al altar cuando una de las velas prendió fuego en el marco del cuadro de la Virgen. Algunos dicen que el fuego fue muy pequeño y que sólo chamuscó la pared. Otros afirman que la capilla completa fue presa de las llamas (otros más mencionan que ahí no había una capilla sino un altar en memoria de los difuntos, como muchos de los que todavía se ven en las calles de Roma: «En esta zona tuvieron lugar muchas batallas, desde la antigüedad, y quien tenía un huerto encontraba día sí día no una calavera o unos huesos. Esta presencia tan constante de los muertos hizo que la gente fuera especialmente sensible y a menudo hacía altares en su memoria, para quedarse más tranquilos»).

Lo cierto es que el humo había trazado una mancha que con un poco de imaginación parecía un rostro: una pareidolia. Pronto miles de peregrinos llegaron a rezar durante horas frente a la mancha en la que veían un rostro de expresión afligida, melancólica, dolorida o de sufrimiento. Para los fieles representa la cara y el cuerpo atormentado de un hombre rodeado de llamas. Jouret concluyó que era un alma en pena, atormentada por las llamas del purgatorio

El religioso se preguntó si en otros lugares se habrían registrado apariciones análogas, y comenzó a realizar investigaciones en ese sentido. Entonces se dedicó a viajar por toda Europa en busca de reliquias similares. Visitó Bélgica, Alemania, Italia y Francia. Al cabo de algunos años había reunido cientos de testimonios (280 marcas) que parecían confirmar su hipótesis. Se trataba de ropas, libros, camisas y otros materiales en los que aparecían manchas que mostraban diferentes figuras.

Entonces se dio cuenta que necesitaba espacio para poder exhibir sus reliquias. Qué mejor lugar que los terrenos en donde se encontraba la capilla de la Madonna del Rosario. Contactó con el ingeniero Giuseppe Gualandi, nacido en Bolonia en 1870, y le pidió que concluyera los trabajos de la iglesia del Sagrado Corazón del Sufrimiento, iniciados en 1894, y anexara una habitación donde pudiera exhibirse la colección. La construcción de la curiosa y extraña iglesia neogótica, única en Roma, terminó en 1917, pero el «Pequeño Museo de las almas del Purgatorio» (conocido despectivamente como «El museo cristiano del más allá») en la Via Lungotevere Prati, 12, se inauguró antes de terminar el siglo XIX.

En 1900 Jouet fundó la Associazione del Sacro Cuore di Gesû in suffrago della Anime del Pugatorio. La asociación vendía indulgencias y privilegios de León XIII y publicaba la Rivista mensile dell’ Associazione, luego llamada Le Purgatoire, misma que dejó de circular en la segunda década del siglo veinte. Pío X reconoció canónicamente la asociación, en su carta apostólica «Cum nobis», hasta el 20 de enero de 1923.

A la muerte de Jouet, en 1912, el obispo Gilla Gremigni y el padre Ricasoli solicitaron al Papa Pío X que permitiera destruir los casos menos documentados de la colección. Seleccionaron pues los que poseían más certificaciones y aprobaciones de las autoridades. Las 280 piezas se redujeron a 19 que dan testimonio de 12 casos y que fueron guardadas en una larga vitrina ubicada en un pasillo vacío que conduce a la sacristía.

En el gabinete se pueden ver las reliquias, la mayor parte del país de origen de Jouet, Francia, encontradas entre 1637 y 1919. La primera es una foto de la imagen que apareció después del incendio en la capilla de la Virgen del Rosario. Las otras son impresiones hechas, supuestamente, con fuego dejadas por los muertos en paños, sábanas, páginas de libros de oraciones, hábitos, ropas, camisas y gorros de dormir así como mesas y tablillas de madera. Todas ellas muestran signos (cruces, huellas ennegrecidas de dedos y de manos) dejados, presuntamente, por almas que han regresado del más allá para «pedir oraciones por su sufrimiento». Los católicos creen que las oraciones de los seres vivos aceleran la salida de las almas del purgatorio, un lugar entre el cielo y el infierno donde, según la iglesia católica, las almas llegan a expiar sus pecados antes de que se les permita ingresar al paraíso.

EL MUSEO DEL PURGATORIO

Los letreros de la vitrina describen la historia de cada una de estas impresiones:

«Impresión dejada en una tableta de madera, en la manga del vestido y en la arpillera de la camisa de la venerable madre Chiara Isabella Fornari, abadesa de las Clarisas de Todi, de las manos del difunto padre Panzini, olivetano Abad de Mantova, 1° el noviembre de 1731″.

«Impresión a fuego dejada en un libro de Marguerite Demmerlé de la parroquia de Ellingen, en la diócesis de Metz, de la hermana aparecida treinta años después de su muerte; 1814-15″.

«Impronta de fuego que dejó el difunto Giuseppe Schitz tocando con la extremidad de los cinco dedos de la mano derecha el libro de plegarias en lengua alemana de su hermano Giorgio Schitz, 21 de diciembre de 1838 en Stralbe (Lorena). El difunto pidió plegarias de sufragio para reparar su poca misericordia en vida».

«Aparición en el 1875 de Luise Le Sénéchal nacida en Chanviers, muerta el 7 de mayo de 1873, a su marido Jean Le Sénéchal en su casa de Ducey para pedirle rezar dejando como señal la impresión a fuego de cinco dedos en su gorro de dormir».

«Impronta de fuego de un dedo dejada por sor Maria di San Luigi Gonzaga, aparecida a sor Margherita del Sacro Cuore la noche entre el 5 y el 6 de junio de 1894″.

El documento más antiguo son las marcas dejadas por la hermana Chiara Schoelers, fallecida durante la peste, el 13 de octubre de 1637. La religiosa dejó sus huellas candentes sobre el grembiule (delantal) y una correa de granja de la hermana Margarida Herendorps (o Rerendorts), religiosa del monasterio benedictino de Vinnemberg (Wesfalia).

Treinta y tres años después, en 1670, el primer párroco de Hall, el padre Cristóbal Wallbach, muerto 63 años antes, dejó la huella de «un dedo de fuego» que perforó un libro de oraciones con pasta de madera, cubierta con piel de jabalí, hasta la página 81. De esa manera suplicaba se hicieran oraciones a su nombre para salir del purgatorio.

Hacia 1731 la madre Chiara Isabella Fornari, era la abadesa de las clarisas del monasterio de San Francisco, en Todi. El 1 de noviembre de aquel año se le apareció el olivetano padre Panzini, abad de la ciudad italiana de Mantua, y su confesor. Venía desde el purgatorio a pedirle que mandase rezar misas por su alma.

La madre Chiara se encontraba trabajando en su telar cuando hizo su aparición el padre Panzini. El sacerdote comenzó a dibujar, con la punta del dedo índice incandescente, una cruz en el telar de madera. Mientras dibujaba colocó la mano izquierda sobre el telar y la impresión de la mano también quedo grabada sobre la madera.

Puso después la mano izquierda sobre una hoja de papel chamuscándola y dejó impreso los contornos de su mano. Aterrorizada, la monja quiso huir, pero el «alma» del sacerdote la agarró con la mano derecha: el calor de la mano perforó la manga del hábito y la camisa de la religiosa, llegando hasta la piel. En la túnica se pueden ver las marcas de la quemadura, mientras que en la camisa se ven marcas chamuscadas y algo que se dice es sangre.

Joseph Leleux era un joven disoluto que vivía en la ciudad de Wodecq-But, Bélgica, en el siglo XVIII. Veintisiete años después de la muerte de su madre, el 21 de junio de 1789, la mujer regresó en espíritu para ponerlo sobre aviso de los terribles castigos que podría tener en el purgatorio de continuar con ese ritmo de vida. La madre lo tomó por el brazo le pidió que pusiera fin a su vida disoluta, y dejó la camisa de su hijo con la marca carbonizada de los dedos.

Joseph, asustado, se enmendó y corrigió el rumbo. Se dice que murió en olor de santidad el 1 de abril de 1825.

Cierta noche de 1814 la señora Marguerite Dammerlé, de Erlingen, Metz, Francia, se encontraba rezando en su recámara. De pronto se le apareció una mujer gimiendo de dolor, vestida muy religiosamente como peregrina. Se presentó y le dijo:

«Soy tu suegra, muerta de parto hace treinta años. Haz una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Marienthal por mí, y pide que se oficien dos misas por mi alma».

Asustada, Marguerite le contó la aparición a su esposo, describiendo a la mujer. Ambos acordaron cumplir con lo solicitado. Cumplido su deseo, el espíritu de la suegra reapareció para agradecer y despedirse. Pero antes de ascender al paraíso dejó un recuerdo: una huella de fuego en el libro de oraciones de Marguerite. Luego se transfiguro, inundándose de felicidad y de luz, y desapareció «rumbo al cielo».

Era la noche del 21 de diciembre de 1838. Joseph Schitz estaba en su casa en Stralbe (Antiguo Ducado de Lorena, Lorraine, Francia), leyendo un libro de oraciones cuando, de improviso, se estampó en una de las páginas la huella de una mano. El corazón de Schitz dio un brinco de temor, tanto más porque le pareció sentir una presencia insólita, una ráfaga de viento frío. Después, creyó escuchar una voz: reconoció la de su hermano, Jorge, muerto hacía poco, que le decía que a pesar de la vida licenciosa que había conducido, consiguió salvarse porque la culpa la tenía el mismo Joseph, pero estaba sufriendo terriblemente en el purgatorio. Suplicaba que hiciera rezar unas misas por su alma, para abreviar su estancia en el purgatorio.

Schitz se sobresaltó; creyó que se había quedado dormido un momento, pero no era así: lo probaba las marcas ennegrecidas de los cinco dedos de la mano derecha, perforando 9 hojas, claramente visible en el devocionario en lengua alemana de Joseph

La que sí tuvo una visión en sueños fue una muchacha siciliana a la que se le «apareció» su hermana muerta solicitando que rezara por ella pues sufría mucho en el purgatorio. Al despertar descubrió la huella quemada en su camisón.

El libro de oraciones de Maria Zaganti de Poggio Berni, de Rímini también muestra la huella de tres dedos flamígeros. El suceso ocurrió el 5 de marzo de 1871. Las huellas las dejó el espíritu de Palmira Rastelli, hermana del párroco de San Andrés, de Pádua, Sante Rastelli, fallecida dos meses y medio antes, el 18 de diciembre. Habría venido a pedir una misa y oraciones.

La colección del museo, incluye el gorro de dormir de Jean Le Sénéchal, de Ducey, Manche, Francia. La señora Sénéchal murió en 1873, he hizo prometer a su marido que mandaría rezar tres misas en sufragio por ella. El marido no pidió las misas.

Dos años más tarde se le apareció al marido para preguntar porqué no había cumplido su último deseo. Jean intentó tranquilizarla alegando que no pidió las misas por falta de dinero. La hija tenía, ¿pero cómo pedirle? Su hija no creería lo de la aparición. Para que la hija le creyera al padre y pagara el costo de las tres misas, tocó en el gorro de dormir del marido, dejando marcada toda la mano.

Jean llevó el gorro con su hija y obtuvo el dinero para las misas. En esa misma noche, el alma de Louise Le Sénechal, en «figura ardiente», fue vista elevarse hacia el cielo. Curioso que se fuera al cielo envuelta en llamas. ¿Equivocó la dirección?

La hermana María Margarita de San Luis Gonzaga murió el 5 de junio de 1894, víctima de la tuberculosis cerca de Pe rugía. La madre superiora, sor Margarita del Sagrado Corazón había sido muy severa con sor María. Esa misma noche sor María se le apareció a sor Margarita. La religiosa estaba acostada; de pronto, su celda se llenó de sombras indistintas y una de éstas se fue concretando, lentamente, hasta hacerse reconocible: era la hermana Maria.

La aparición, vestida con el hábito de las clarisas, explicó a la madre superiora que había cometido un grave pecado: había deseado ardientemente la muerte, con el objeto de sustraerse a los dolores que le causaba la enfermedad que sufría, y a consecuencia de la cual murió. Por esto, le habían correspondido veinte años de purgatorio. El «fantasma» pidió luego oraciones que apresuraran su paso al paraíso. La hermana Margarita, aunque lógicamente se sentía aterrorizada, creía ser víctima de una alucinación. Y, para convencerla, la aparición quiso dejar constancia de su aparición, un signo tangible de su presencia, y tocó la almohada con el dedo índice, dejando quemada la funda.

La madre superiora solicitó las misas y diez días más tarde volvió a ver a sor María, felicísima, porque se disponía pasar a la gloria.

También se conserva la huella del dedo de un fraile capuchino. Lo estampó sobre la mesa de madera de la madre María Magdalena de la Santísima Trinidad, fundadora del Instituto de las Hijas de la Inmaculada Concepción. No contento con eso, también dejo la marca de una pelota.

Una huella similar la habría dejado un avaro que había ordenado ser enterrado con una bolsa de dinero. A los pocos días se le apareció a un amigo para pedir que se dijeran misas en su nombre y así poder salir del purgatorio. Para pagar las misas, colocó la bolsa de dinero sobre la mesa y ahí quedó grabada una forma circular.

Otro que dejaba dinero desde el más allá fue el un sacerdote del monasterio italiano de San Leonardo de Montefalco, que tras su muerte dejaba todos los días un billete de 10 liras en la puerta del convento para que hicieran misas por él. Así hasta 300 liras del 18 agosto al 9 de noviembre de 1919, según explica el folleto del museo. Y allí está una copia de uno de los billetes.

Humberto I, de Italia, apodado «El Bueno», fue asesinado por un anarquista. Treinta y dos años más tarde un soldado que hacía guardia en el cenotafio erigido en la memoria del rey asesinado dijo que deseaba hablar con el rey Víctor Manuel III. Al serle concedida la visita, informó al rey que se le había aparecido el «espíritu» de Humberto I y le habría quemado el grueso capote militar de invierno, que mostraba una figura parecida a una mano chamuscada.

El relato es más que milagroso pues en aquel cenotafio no se guardaba el cuerpo del difunto rey.

EL FIN DE UNA EPOCA Y EL INICIO DE OTRA

La mayoría de los casos son de mujeres religiosas o monjas. Se produjeron en los siglos en donde la influencia de la iglesia era más poderosa. Muchos de los testigos estaban bajo una fuerte presión sicológica y con sentimientos de culpabilidad (como Joseph Schitz y sor Margarita del Sagrado Corazón). Casi todas las apariciones se dieron en la noche en lugares oscuros y poco iluminados, elementos idóneos para producir alucinaciones y sugestiones.

Algunos parecen montajes para sacar dinero, como el de Jean Le Sénéchal. Y prácticamente todos están débilmente documentados y sólo se sostienen por las marcas mismas, que pueden haber sido producidas por medios no necesariamente milagrosos.

Algún crítico dijo que los objetos chamuscados parecían ser el equivalente del purgatorio del papel y la pluma. Tampoco se entiende el porqué estas almas del purgatorio pudieron quemar objetos de tan distinta naturaleza, mientras sus propios vestidos (o dinero) no se consumía por el fuego.

Lo peor de todo es que a partir de la desaparición de la Associazione del Sacro Cuore di Gesû in suffrago della Anime del Pugatorio, dejaron de presentarse estos casos. Ahora nadie habla de almas del purgatorio sino de vírgenes del sándwich o de versículos del Corán.

A finales del siglo pasado el padre Renato Bruni era el párroco encargado de la Sagrado Corazón del Sufrimiento. Por más de treinta años estuvo al frente del museo. En una entrevista declaró:

«Destruimos mucho de la colección hace algunos años. Es una carga que llevamos. No nos damos abasto con toda la gente que llega de visita», dijo. En ese entonces se calculaba que el museo recibía cerca de 4,000 visitantes al año.

«Es una responsabilidad porque atrae a mucha gente de todas partes del mundo».

Cuando le preguntaron si él y sus fieles realmente creían en las historias de estos objetos, se enfureció y respondió: «Por supuesto que sí, y no veo por qué no. Estas son pruebas. Nuestro obispo investigó varias de ellas y todas fueron verificadas».

No obstante, el párroco actual, Roberto Zambolin, se cuida mucho de precisar que el valor del museo «es puramente humano y no constituye una prueba de la realidad del purgatorio». Tal vez está más consciente que si el Limbo ya desapareció, tal vez no tarde en seguirlo el purgatorio. ¿Cuándo le tocará el turno al cielo y al infierno?

Museo de las Almas del Purgatorio, Chiesa Sacro Cuore del Suffragio, 12 Lungotevere Prati.

Teléfono: 6540517.

Abre el domingo de las 9 de la mañana al mediodía. Entrada libre. Los visitantes deben pedir en la sacristía que les abran el museo.

REFERENCIAS

Huetter, a. Martini, S. Cuore del Suffragio, Ed. Marietti, Roma, 1961.

Quevedo Oscar González, El Museo de las almas del Purgatorio, Revista de Parapsicología, Centro Latino-Americano de Parapsicología, Sao Paulo, 1977.

Quevedo Oscar González, Las fuerzas físicas de la mente, Editorial Sal Térrea, Santander, 1975.

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