Psíquico durante cuarenta minutos

PSIQUICO DURANTE CUARENTA MINUTOS[1]

Héctor Escobar

Héctor Escobar es un joven investigador, psicólogo, mago aficionado y estudioso de lo paranormal, en par­ticular el fenómeno ovni. Colabora estrechamente con la SOMIE desde su fundación.

En este pequeño artículo quiero describir mi experiencia como «psíquico» durante los aproximadamente cuarenta minutos que engañe a un grupo de cerca de cuaren­ta personas.

Todo empezó mientras quien esto escribe se encontraba en la Facultad de Psicología de la UNAM con Víctor Vázquez, vicepresidente de la SOMIE. Se acercó a no­sotros un pequeño grupo de estudiantes de la Universidad Iberoamericana pidiendo información sobre parapsicología. Después de una charla, quedamos de acuerdo en mostrarles lo fácil que es lograr engañar a una o más personas cuando estas quieren creer. La idea era la siguiente: yo, como mago aficionado -más aficionado que mago- iba a presentarme junto con Víctor en la UIA para hacer una demostración de mis «poderes psíquicos».

PREPARACIÓN

Una semana más tarde, todo estaba listo. Llegamos a la Universidad Iberoameri­cana. Ante el grupo, Víctor se presentó a sí mismo como psicólogo de la UNAM inte­resado en el estudio de la parapsicología y a mí como un psíquico venido de Chile, que estaba en México para llevar a cabo unas pruebas. Luego de una breve plática comenzó el show. He de confesar que tenía cierto miedo de que los trucos mágicos que iba a uti­lizar no resultaran bien, ya que mi falta de práctica era evidente en ese entonces.

Decidimos utilizar varios trucos que incluirían la adivinación de cartas escogidas «al azar» de una baraja, adivinar unos dibujos hechos por los estudiantes y luego guar­dados en sobres sellados y, finalmente, tres pequeños actos telequinéticos: el primero consistente en mover un lápiz sobre la superficie de una mesa, el segundo un truco ya hecho por Uri Geller consistente en hacer girar una hoja de papel puesta sobre un eje hecho con un alambre y, por último, mover la aguja de una brújula.

Los trucos requerían además de ciertas condiciones para resultar convincentes: debía mostrarme torpe con las cartas para que no se reconociera que era un truco mágico, por lo que había que eliminar gran parte de la belleza que este tipo de trucos encierra. También tenía que tener algunas fallas, cosa que no le pasa a un mago, igualmente re­curriendo a una compañera que hizo las veces de «palera» para llevar a cabo uno de los trucos.

COMIENZA EL SHOW: ADIVINACIONES

Inició con la adivinación de cartas. Para esto recurrí a uno de los secretos más antiguos, que no explicare pero que se conoce en la jerga de los magos como «carta corta»; de ese modo podía adivinar fácilmente. La táctica que seguimos consistió en adivinar el palo de la carta en el primer caso, el número en el segundo -pero fallando el palo-, en el tercero fallar totalmente y en el cuarto caso adivinar palo y número. Funciono perfectamente.

En segundo lugar procedimos a la adivinación de los dibujos, recurriendo para esto a lo que en la jerga mágica se conoce como «uno adelante». Aquí contamos con la ayu­da de una compañera que hizo de palera, dibujando algo ya convertido anteriormente (un papalote). La adivinación marchó bien. Los dibujos eran un águila, a la cual iden­tifique como «un pájaro»; una mesa con unos libros a la que describí como un cuadro grande o una cosa cuadrada con unos cuadritos chicos, un avión que identifique como tal y, finalmente, en el caso en que tenía que fallar para no despertar sospechas, dije -realmente al azar- que se trataba de una planta. Me resulto bastante divertido acer­tar y que efectivamente se tratara de una planta.

¡SE MUEVE SOLO!

Posteriormente vino el plato fuerte: la telequinesis. Inicie con el truco del papel que gira sobre un eje de alambre. Para que no se sospechara que le estaba soplando, pusi­mos pequeños papelitos alrededor, que debían moverse si yo soplaba, explicación que satisfizo a todos. Sople, el papel se movió dando varias vueltas y los papelitos se que­daron en su lugar. Soplar de ese modo me tomó unas dos horas de práctica.

En ese momento declare que me sentía cansado por el esfuerzo psíquico realizado y pedí disculpas por si lo que seguía no funcionaba, es decir mover el lápiz y la brújula. En realidad, creía que el imán que llevaba en una rodilla no tenía la suficiente potencia. El lápiz estaba preparado y tenía en su interior un clavo el cual sería atraído por el imán para que rodara sobre la mesa. Para ello, yo tenía que mover la rodilla bajo la mesa. No funcionó.

Luego hice el intento con la brújula. Aquí recurrimos a un misdirection, como se le llama en magia, un artilugio para atraer la atención del público lejos de lo que el mago realmente hace. En este caso, llevaba un reloj y un anillo, y no faltó quien me pidiera que me los quitara por si tenían algún imán. Accedí y el efecto fue sorprendente cuando la aguja empezó a moverse. Lo logre dos veces, la tercera fallé.

En cuarenta minutos me había convertido en un «psíquico» y más de cuarenta per­sonas estaban convencidas de que lo era. Víctor preguntó quién creía que yo tenía po­deres verdaderamente y solo dos de los asistentes no levantaron la mano. Víctor pregunto por qué dudaban. No pudieron dar explicación de ningún truco, pero suponían que si lo había. Inmediatamente salieron en mi defensa varios creyentes, reprochándoles a los dos disidentes su escepticismo. Argumentaban que no podía haber truco porque ellos no habían visto ninguno. Todos rechazaron unánimemente la posibilidad de que hubiese acertado por casualidad y atribuyeron mis fallas al cansancio o a «ondas psíquicas negativas».

EL DESENMASCARAMIENTO

Una vez alcanzado este resultado, Víctor procedió a explicar que todo era un simple truco, que yo era mago aficionado y que estábamos haciendo una prueba para demostrar lo fácil que resulta engañar a la gente de este modo. Solo los escépticos sonrieron.

¿Qué me dejó esta experiencia de ser un «psíquico» durante cuarenta minutos? En primer lugar la convicción de que es muy fácil engañar a gente de buena fe. Luego, que si como mago no se puede fallar, como psíquico sí se puede, e incluso es mejor.

Me di cuenta además de algo sumamente importante: el hecho de que quien no ve truco alguno está convencido de que no lo hay. Finalmente, los psíquicos caen bien, reflejan un cierto deseo de lo misterioso que todos tenemos y representan una pequeña esperanza de «algo más».

Después de esta experiencia, creo que hay unas cuarenta personas menos crédulas, y que lo pensaran dos veces si un psíquico aparece y muestra sus «poderes». Valió la pena.

Colofón

Las personas comunes y corrientes no son las únicas que pueden ser fácilmente victimas del hábil engaño de un mago. Los científicos Russell Targ y Harold Puthoff fueron inmisericordemente engañados por los trucos de Uri Geller en el Instituto de Investigaciones de Stanford. El ilusionista James Randi, por su parte. Llevó a cabo un ambicioso experimento, del cual informó ampliamente en los números de verano y de otoño de 1983 de la revista Skeptical Inquirer de CSICOP, llamado «Proyecto alfa».

Dirigidos por Randi, unos jóvenes magos lograron convencer a todo un departamento de investigación de una universidad que eran psíquicos con poderes mucho más asombrosos que los de Uri Geller. El engaño duró dos largos años y permitió a los escépticos comprender un poco mejor lo que Paul Kurtz atinadamente llama «la tentación trascendental».


[1] Este artículo se publicó originalmente en El Investigador Escéptico, Vol. 2., No. 4-5, México, mayo-agosto de 1990. Págs. 3-5.

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