ESCRUTINIO
La irónica muerte de Doña Hulda[1]
Juan José Morales
Por lo menos un par de veces «”en octubre de 2008 y junio de 2009″” escribimos en esta columna sobre los timos basados en las supuestas investigaciones de una cierta Hulda Clark, quien decía ser investigadora independiente y afirmaba, entre otras muchas cosas, que todas «”absolutamente todas»” las enfermedades se deben a una combinación de parásitos, toxinas y contaminantes, y que con los aparatos y los tratamientos por ella ideados, se podían eliminar esas causas y por ende curar todas «”absolutamente todas»” las enfermedades habidas y por haber, inclusive cualquier tipo de cáncer y hasta el sida.
Hulda Clark. Sus sucesores siguen vendiendo libros, videos, productos herbolarios, agua «ozonizada», aceites, zapicadores, sincrómetros, equipos para diagnóstico, tratamientos desparasitantes y otros muchos productos de nula eficacia.
En el caso del cáncer, escribió específicamente un libro titulado «La cura de todos los cánceres», en el cual sostenía que se deben «”todos»” a un parásito al que llamó «fluke», alojado en el intestino humano, y que basta exterminarlo para que el paciente se cure como por ensalmo.
Pues bien, no habíamos vuelto a ocuparnos de la señora en cuestión, hasta ahora que «”con bastante retraso»” supimos que había muerto. Pero no arrollada por un automóvil, en un accidente aéreo, víctima de un asalto, al rodar por las escaleras de su casa, apuñalada por alguien a quien estafó con los costosos e inútiles tratamientos que aplicaba en sus clínicas, o por cualquier otra causa fortuita, sino, irónicamente… ¡víctima de cáncer! De esa enfermedad que aseguraba poder curar con la mano en la cintura.
Su muerte ocurrió en septiembre de 2009, y en un principio los dirigentes del negocio por ella fundado intentaron ocultar las causas del deceso y hablaron vagamente de problemas de la columna vertebral y la cadera, trastornos renales, anemia y otros padecimientos. Incluso dijeron que no habían podido establecerse las razones del deterioro de su salud. Finalmente, empero, debieron admitir que había muerto de mieloma múltiple, un tipo de cáncer en el cual la médula ósea comienza a producir cantidades excesivas de células del plasma sanguíneo. Esa descontrolada proliferación hace que las células normales de la sangre sean desplazadas por las plasmáticas y sobrevienen problemas tales como taquicardia, trastornos respiratorios, deficiencia de oxígeno y la anemia de que elusivamente hablaban los seguidores de Doña Hulda. Igualmente, se debilita la resistencia a las infecciones y se presenta un cuadro de hipercalcemia, o sea una concentración anormalmente alta de calcio en la sangre, que puede resultar fatal.
Desde luego, cabe preguntarse por qué no pudieron ella ni los numerosos médicos y seudomédicos de sus clínicas y consultorios diagnosticarle o curarle la enfermedad si tenían a la mano los aparatos necesarios para ello. Por ejemplo, el «sincrómetro», con el cual supuestamente se puede detectar órganos o partes del cuerpo enfermas e identificar la causa del mal, o el «zapicador», que cura cualquier enfermedad aniquilando las toxinas y los microbios que las causan.
Independientemente de que Doña Hulda haya recibido una sopa de su propio chocolate al morir víctima de una enfermedad que ella decía poder curar «”y por simular hacerlo estafó a miles de personas»”, lo grave del asunto es que su negocio sigue vivito y coleando en muchos países «”México inclusive»”, en manos de otros charlatanes que aplican las llamadas terapias de la Dra. Clark o venden los inútiles aparatos ideados por ella y sus seguidores para estafar a miles de incautos que se someten a «diagnósticos» con el llamado sincrómetro «”que no diagnostica absolutamente nada»” o tratamientos de «zapicación» que supuestamente los curarán al destruir todas las toxinas y todos los microbios que tengan en el cuerpo. Y esos ingenuos, no sólo pierden su dinero, sino la salud y hasta la vida.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Jueves 16 de febrero de 2012. Reproducción autorizada por Juan José Morales
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