Conan Doyle, un centenario elemental

El archienemigo de Holmes

CONAN DOYLE, UN CENTENARIO ELEMENTAL[1]

Por Mauricio-José Schwarz

arthur conan doyleNo he visto que estos bosquejos más ligeros, me hayan impedido explorar y hallar mis limitaciones en ramas de la literatura tan variadas como la historia, la poesía, las novelas históricas, la investigación síquica y el teatro. Si Holmes no hubiera existido, yo no hubiera hecho más, aunque él quizá ha obstaculizado un poco el reconocimiento de mi trabajo literario más serio.

Arthur Cenan Doyle, Introducción al último libro de Holmes El libro de casos de Sherlock Holmes.

El buen doctor, padre de Sherlock Holmes, no supo valorar a su compleja criatura. Su «trabajo literario más serio» es hoy leído sólo por especialistas, en tanto que Holmes es universalmente reconocido; ha sido traducido a más de 40 idiomas (incluido el esquimal y el esperanto) y hasta hoy el servicio postal británico recibe correspondencia para «Mr. Sherlock Holmes, 221B Baker Street, London». Ningún otro personaje ficticio ha aparecido tantas veces en cine, ni ha sido objeto de biografías serias.

Nada de esto imaginó el joven doctor Arthur Conan Doyle hace cien años.

1886 EN PORTSMOUTH

Era el mes de marzo y el consultorio del Dr. Conan Doyle estaba, como era ya habitual, desierto. Avecindado en Southsea, suburbio de Portsmouth, el joven médico (que según algunos tenía una práctica general y según otros se especializaba en ojos) no veía un futuro muy luminoso en su carrera. Lector admirador del detective Auguste Dupin, creado por Poe, además de apasionado de los argumentos de Gaboriau, decidió pasar el tiempo escribiendo una novela «de detectives».

Su principal personaje se llamó, primero, Sherrinford Holmes, y su algo torpe ayudante Ormond Sacker. El título de trabajo de la novela fue Una madeja enredada. Para fortuna de los lectores y del propio autor, hubo correcciones. Recordó a sus vecinos del condado de Wicklow en su niñez, los Sherlocks, y adoptó el nombre para su personaje. Como homenaje-burla a su amigo de la Sociedad Literaria y Científica, de Portsmouth, el doctor Watson, se apropió de su apellido para crear a John H. Watson, y finalmente, dado que los pintores tenían la tendencia de titular sus cuadros «estudio en tal o cual color», la novela terminó llamándose Un estudio en escarlata.

Pero la gloria tardó en llegar. Rechazado en varias editoriales, el manuscrito finalmente fue aceptado en octubre por Ward, Lock and Co. por la irrisoria suma de veinticinco libras. Y se publicó hasta un año después, en el anuario navideño de 1887.

Fue hasta 1890 que apareció la segunda novela. El signo de los cuatro y con ella, al fin, el éxito. Dos años después, Con Doyle había producido doce aventuras más, ahora en forma de cuento. Había surgido algo más que un personaje ficticio: Conan Doyle había creado un verdadero personaje, envidiable, creíble, extraordinario en más de un aspecto, además. Conan Doyle había creado el retrato perfecto de una sociedad mágica: el Londres de fines de siglo, iluminado con gas, empedrado, único, más británico que nunca.

CONAN DOYLE: SIR, DOCTOR, ETC.

Arthur Conan Doyle nació en 1859 Edimburgo. Luego de pasar nueve años en escuelas jesuitas entró a la Universidad de Edimburgo, donde además de carrera destacó como atleta. Sus estudios prosiguieron en la Real Enfermería de la misma localidad, donde conoció su maestro Joseph Bell. Es conocida la historia de este singular médico que se especializó en la observación de los detalles y la deducción. Sus hazañas, diseñadas para asombrar a sus alumnos y hacer patente la necesidad de estas habilidades en la práctica clínica, provocaron una fuerte impresión en Conan Doyle, quien muchas veces afirmaría que Holmes estaba prácticamente calcado de Bell.

Además de narrar las aventuras de Holmes, fue corresponsal de guerra, historiador, poeta, ballenero, dramaturgo y, en toda justicia, destacó en todas sus empresas. Pero sólo fue genial con Holmes, y no podría haber logrado todas esas cosas sin su detective, surgido hace cien años.

Por su defensa de Gran Bretaña en el libro La gran guerra boer fue nombrado sir, o caballero del reino. Estuvo tentado a rechazar tal honor, pero su madre lo disuadió con el argumento de que sería un insulto al rey. Doyle se vengó: en un relato hizo que a Holmes se le ofreciera el mismo título el mismo mes y año. Y Holmes lo rechazó sin preocuparse por la opinión del rey.

A la muerte de su hijo Kingsley en la Primera Guerra Mundial se convirtió en ferviente espiritualista y dedicó buena parte de su tiempo y fortuna a la investigación síquica, un caso similar al de Harry Houdini y con tan pocos resultados como éste.

ARTHUR y SHERLOCK

La relación entre el creador y su criatura nunca fue del todo cordial, salvo acaso en los primeros tiempos, cuando Holmes fue el instrumento que permitiera a Conan Doyle transitar el camino de la medicina a la literatura. El estilo del escritor, por su parte, era perfecto para Holmes y el Londres eduardiano… el Londres de Jack el Destripador.

Acaso sin darse cuenta, Conan Doyle logró el sueño de todo escritor: crear un personaje que se escape de las páginas de los libros y acceda a la inmortalidad perpetuándose en la imaginación de los lectores. Un ser mítico que logre que se construya (como existe hoy en Baker Street) su casa soñada. Ahí está el ambiente, la babucha en que Holmes guardaba su tabaco, las letras patrióticas V.R. (Victoria Regina. reina Victoria) escritas a balazos en una pared, el desordenado laboratorio químico. Es la casa de Holmes y Watson, creada mucho después de la muerte del autor.

Pero Conan Doyle tenía «trabajo literario serio». Planeaba la muerte de Holmes, pero de nuevo intervino su madre y logró posponer el deceso del genial detective durante seis cuentos. Finalmente, luego de visitar Suiza y las cataratas de Reichenbach, escribió «El problema final» y en 1894 informó al mundo que Holmes había muerto el 3 de mayo de 1891. Los jóvenes londinenses llevaron bandas de luto, la correspondencia contra Conan Doyle fue abrumadora. Pero no se conmovió. Ocho años después publicó finalmente la novela El sabueso de los Baskerville, pero se trataba de un relato ocurrido antes de la muerte de Holmes.

El hecho es que el autor nunca dejó aparecer el cuerpo de Holmes luego de la caída de las cataratas. Dejó la puerta entreabierta porque, en el fondo, quería a Holmes como un padre quiere a un hijo descarriado, En 1905 cedió y revivió a Holmes. En «La aventura de la casa vacía» Holmes reaparece en 1894 y explica su ausencia. En la cronología holmesiana hay 23 cuentos y dos novelas antes de 1891 y un número igual después, hasta 1914. El último libro apareció en 1921 con la advertencia que sirve de epígrafe a esta colaboración y un «Â¡Adiós. Sherlock Holmes!»

Tres años después, Conan Doyle (sir, doctor, etcétera), moría en Sussex mientras Holmes seguía, como hasta ahora, vivo.

LA CRIATURA

Tan fuerte es la personalidad de Holmes que, como podemos ver en las páginas dedicadas aquí a él, parece perfectamente real sin Conan Doyle. Pero a él se debe. Fue Conan Doyle quien inventó esa personalidad autosuficiente, tierna en contadas ocasiones, plena de compasión, recta y científica. Holmes es tan perfecto que incluso su diatriba contra el «maestro» Auguste Dupin en Un estudio en escarlata es admisible: «Ahora, en mi opinión, Dupin era un tipo bastante inferior… Tenía algún genio analítico, sin duda, pero de ningún modo era un fenómeno como parecía creer Poe». Holmes es el sueño de comprender y conquistar la realidad por medio de la razón (Holmes no comulgaba con el espiritismo, curiosamente). Es el logro de penetrar por métodos aparentemente ordinarios pero perfeccionados en los secretos humanos. Es el quijotismo en la lucha contra el crimen y en especial Moriarty.

Y su popularidad no muestra signos de estar en decadencia. Aunque conozcamos cada cuento, su desarrollo y conclusión, podemos releerlo una y otra vez; sin desperdicio, descubriendo nuevos giros narrativas, nuevas facetas del carácter de Holmes, su luz y sombra despreciados, incomprendidos por su propio creador.

Pero, hoy y siempre, Arthur Conan Doyle será «el creador de Sherlock Holmes» y no más. Lo cual no es poco, ya que se trata de uno de los inventos más apasionantes de la historia de la literatura mundial.

Y, por cierto, en ningún momento Holmes dijo «Elemental, mi querido Watson».

Y si lo dijo, Conan Doyle olvidó anotarlo.


[1] Publicado originalmente en Revista de Revistas No. 3967, México, 7 de febrero de 1986. Págs. 24-25.

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