EL TESORO ESCONDIDO DEL MAYAB

EL TESORO ESCONDIDO DEL MAYAB[1]

Juan José Morales

No deja de resultar paradójico que la península de Yucatán, una región sin ríos ni lagos, donde sólo existen unas diminutas lagunas «”sin contar de las de agua salada o salobre de la zona costera»” albergue una de las mayores reservas de agua dulce del mundo.

Es, sin embargo «”literalmente hablando»”, un tesoro escondido, porque se encuentra oculto en las profundidades de esta gran losa calcárea de 140 mil kilómetros cuadrados que es la península. Consiste en un acuífero subterráneo o manto freático como también se le denomina, con forma de una lente gigantesca, más ancha en su porción central, donde mide unos 160 metros de espesor, y muy delgada en los bordes, con sólo un metro de espesor, en las proximidades de la costa. Flota sobre agua salada situada en niveles más profundos, separadas una y otra por una capa denominada haloclina y sin mezclarse debido a que son de diferente densidad. Sólo resulta visible en algunos lugares, en esas grandes oquedades que los mayas denominaron dzonot y en español se conocen como cenotes y que son obra del agua misma.

clip_image002Cenote Ox Bel-há de Quintana Roo, el mayor de la península.

El gran acuífero es resultado de la infiltración de la lluvia a través de las rocas de carbonato de calcio de la coraza superficial del terreno, que son muy permeables, y de la capa de arena gruesa llamada sascab situada inmediatamente debajo de la superficie del terreno. Esa agua, por lo demás, es ligeramente ácida ya que a su paso por la atmósfera absorbe dióxido de carbono, y puede disolver lentamente las rocas calizas, formando hendiduras, grietas, intersticios y cavidades de las más variadas formas y dimensiones.

Pero la masa de agua no permanece estática. Fluye lentamente hacia la costa, donde aflora, ya sea todavía en tierra para formar los extensos humedales «”ciénagas, rías, pantanos, marismas, manglares, lagunas litorales, etc.»” o en pleno mar, a corta distancia de la costa, como borbollones localmente llamados ojos de agua.

Cada año, durante la temporada de lluvias, que coincide con la de huracanes, caen sobre la península unos 200 mil millones de metros cúbicos de agua. Parte de ella se evapora antes de infiltrarse, parte es utilizada por la vegetación, y el resto «”probablemente la mitad del total»” enriquece el acuífero, cuyo nivel se eleva. Después, durante los seis meses de sequía, desciende gradualmente, para ascender de nuevo cuando se inician las lluvias en la siguiente temporada. Si éstas son particularmente abundantes, como ocurre durante las tormentas tropicales y los huracanes, el nivel del manto freático puede subir tanto que alcanza la superficie del terreno en las zonas aledañas a la costa o en sitios del interior donde hay extensas hondonadas de suave pendiente.

clip_image002Muchos cenotes, como este, han sido convertidos en atracción turística, pero su alteración para facilitar el acceso de visitantes puede causar graves daños si no se realiza con base en un cuidadoso estudio científico.

Se da así el caso singular de que en la península las inundaciones no se deben, como es lo habitual, a corrientes de agua que se precipitan desde las partes altas, sino que «”por así decir»” llegan desde abajo. Ello explica la inundación que sufrió Cancún durante el huracán Wilma en 2005, o las prolongadas inundaciones que durante semanas o meses padecieron amplias zonas de Yucatán tras el huracán Isidore en 2002.

La razón por la cual el agua de las profundidades escurre hacia el mar, es porque tierra adentro el nivel superior del acuífero es más alto que el del mar. En Chichén Itzá, por ejemplo, a 80 kilómetros de la costa, la parte superior de la capa subterránea del manto freático se halla entre 1.2 y 1.4 metros por arriba del nivel medio del mar.

Tenemos así en la península un complejo y peculiar sistema hidrológico. En parte, el agua fluye por capilaridad, infiltrándose y escurriendo entre las calizas porosas del subsuelo, y en parte mediante lentas pero caudalosas corrientes que se desarrollan dentro de oquedades, galerías, grutas y conductos cavernosos de variada amplitud e interconectados que llegan a medir cientos de kilómetros y apenas comienzan a ser conocidos y explorados mediante audaces exploraciones de buceo que han permitido trazar el curso de esos ríos subterráneos por distancias insospechadamente largas, de cientos de kilómetros. Esto ocurre particularmente en la región oriental de la península, en Quintana Roo, debido a la existencia de una serie de fracturas debidas a los movimientos tectónicos.

Hasta tiempos muy recientes, se pensaba que el movimiento de los flujos subterráneos era muy sencillo, con tres vertientes orientadas hacia el este, el norte y el oeste de la península. Hoy se sabe que las cosas no son tan simples, sino que los escurrimientos siguen direcciones muy variadas, debido precisamente a esas fracturas y al impacto hace 65 millones de años del asteroide que formó el llamado cráter de Chicxulub y ocasionó la extinción de los dinosaurios. En Yucatán, por ejemplo, los escurrimientos que corren hacia el norte no cruzan el borde del cráter de Chicxulub «”ahora sepultado a mil metros de profundidad»” sino que se desvían siguiendo su contorno. En el norte de Quintana Roo, el agua subterránea que proviene del interior de la península no continúa hacia el mar como se suponía, sino que a unos 80 kilómetros de la costa se desvía hacia el sur al topar con la llamada fractura de Holbox y se dirige hacia la zona de las bahías de La Ascensión y El Espíritu Santo en la Reserva de Sian Ka»™an, donde forma enormes humedales de hasta 20 kilómetros de ancho a partir de la línea costera.

Lo que esto implica, dicho sea de paso, es que el agua disponible para cubrir la gran demanda de los centros de población y turísticos del norte de Quintana Roo, es únicamente la que cae en un limitado sector, al oriente de la fractura de Holbox.

Asimismo, estudios realizados por la asociación científica Amigos de Sian Ka»™an y la Universidad Técnica de Dinamarca, mostraron que los flujos subterráneos de la zona de Carrillo Puerto no corren directamente con rumbo este, hacia el mar, sino hacia el noreste, hacia Tulum. Ello implica que cualquier contaminante originado en Carrillo Puerto puede aparecer en los pozos de Tulum.

En fin, esta tierra pedregosa, de suelos delgados y pobres, alberga un gran tesoro líquido que todavía tiene que ser estudiado en detalle para conocerlo debidamente. Y el gran riesgo es que esa riqueza termine siendo entregada «”como nuestro petróleo»” a las grandes empresas extranjeras. Ciertamente, hay que defenderla con dientes y uñas. A fin de cuentas es nuestro más valioso recurso natural.


[1] Publicado en el N° 31 de la revista Gaceta del Pensamiento. Cancún. Marzo/Abril de 2015.

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