Biblioteca Marcianitos Verdes. Forteanismo Tomo 2.
Forteanos y fenómenos forteanos. De la sociedad forteana
INTRODUCCIÓN
Durante mi carrera en la Universidad, y posteriormente a ella, además de los temas acordes a la Ingeniería Química, acostumbraba a visitar las muestras de cine, iba al teatro y asistía a exposiciones y museos, además de leer mucha divulgación científica en libros y revistas. Por esos años inició la colección de libros que en conjunto editaron la Secretaría de Educación Pública (SEP), el Fondo de Cultura Económica (FCE) y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), llamado «La ciencia desde México».
Los temas cubrían muchas áreas del conocimiento humano: oceanografía, botánica, microbiología, arquitectura, física, electroquímica, genética, evolución, química, zoología, medicina, astronomía, mecánica, virología»¦ Leí todos los libros que se publicaron por aquellos años.
Ya antes había leído varias obras del Doctor Ruy Pérez Tamayo, por lo que cuando apareció el número 40, Acerca de Minerva, lo leí rápidamente y se convirtió en uno de mis favoritos de la citada colección. Pérez Tamayo es un brillante expositor de la ciencia. En la tercera parte de su libro «Ciencia, arte y humanismo» se ocupa de una polémica iniciada en 1959 por el físico y novelista inglés Charles Percy Snow que dividía el mundo cultural en tecnócratas e intelectuales.
El tema es relevante aquí porque no sólo en el tiempo de C. P. Snow, en el de Pérez Tamayo o en el actual, sigue habiendo esta división irracional entre estas «dos culturas». Muy probablemente se deba, como lo apunta el Doctor Ruy, a una falla en el sistema educativo (pero no sólo en México sino a escala mundial). Esta división entre «científicos» y «literatos» está muy marcada en los temas paranormales.
La mayoría de los que proponen la existencia de los ovnis, los poderes paranormales, o los fenómenos forteanos en general tienen una «cultura humanista», es decir, son escritores, pintores, artistas e intelectuales. Por el otro lado, aquellos que son escépticos a estos temas por lo regular tienen unas bases en carreras científicas. Esto no es una ley. Como digo es una tendencia, pero tienen sus excepciones y limitaciones. En mi entorno más cercano puedo mencionar a dos jóvenes filósofos mexicanos Martín Fragoso y Daniel Galarza Santiago y a dos amigos chilenos el periodista Diego Zúñiga Contreras y el abogado y criminólogo Sergio Sánchez Rodríguez que, bajo el esquema simplista de «las dos culturas» caen en el lado de los «intelectuales», pero podríamos decir que son intelectuales escépticos. Por el otro lado el ingeniero eléctrico Harold E. Puthoff, el físico Stanton T. Friedman, y los astrónomos Joseph Allen Hynek y Jacques Fabrice Vallée, que estarían del lado de los «científicos», realmente son unos personajes crédulos.
En esta introducción quiero dar una nueva vuelta de tuerca al tema de las «dos culturas» aplicándolo al mundo de lo paranormal o el forteanismo y de su némesis, el escepticismo. El que una persona pueda identificarse en este o en aquel bando (escépticos y crédulos) va más allá del esquema de las dos culturas. Los motivos son múltiples: influencias personales; antecedentes académicos; intereses personales; medios sociales; pero me parece que una constante de fondo es la cultura, o la falta de ella. Pero antes de seguir con esto me voy a permitir a citar in extenso el fragmento del Doctor Ruy Pérez Tamayo en el que aborda el tema de las «dos culturas»:
El 6 de octubre de 1956 apareció en la revista inglesa New Statesman un artículo de C. P. Snow titulado «The Two Cultures» (Las dos culturas). Tres años más tarde, en el mes de mayo de 1959, Snow dictó la conferencia Rede en Cambridge, Inglaterra, usando para ella el mismo título, con el que fue publicada ese mismo año. Aunque al principio la reacción a las ideas de Snow fue modesta, al cabo de unos cuantos meses se transformó en una avalancha. El propio Snow comenta: «Al final del primer año empecé a sentirme incómodamente como el aprendiz de brujo». La catarata de notas, artículos, cartas, libros, simposia, conferencias y otras formas más de comentario, con frecuencia aprobatorio, pero ocasionalmente crítico y hasta insultante (por fortuna, sólo en forma excepcional) transformó a la frase «las dos culturas» en un cliché cultural en todo el mundo. Se puso de moda hablar del divorcio entre los científicos y los literatos (las «dos culturas» originalmente descritas como inconmensurables por Snow) pero muy pronto se amplió el marco de referencia incluyendo en el campo de los «científicos» a todos aquellos trabajadores con preparación técnica profesional, como ingenieros, químicos, psicólogos, agrónomos, y médicos (los «tecnócratas«), mientras entre los «literatos» se enlistaron a todos los artistas, historiadores, filósofos, pedagogos, estetas, sociólogos y bibliotecarios (los «intelectuales«). Ante el asombro de Snow, que vio sus «dos culturas» transformarse en dos monstruos semejantes al innominado y famoso personaje creado por el doctor Frankenstein, la separación que originalmente describió entre ellas se transformó en unos casos en abismo y en otros en trinchera, a través de la cual se peleaba una guerra sucia.
Snow resumió sus ideas cuatro años más tarde, cuando publicó una «segunda mirada» a su conferencia de 1959, con las siguientes palabras: «En nuestra sociedad (o sea, en la sociedad occidental avanzada) hemos perdido hasta la pretensión de poseer una cultura común. Las personas educadas con la mayor intensidad de que somos capaces ya no pueden comunicarse unas con otras en el plano de sus principales intereses intelectuales. Esto es grave para nuestra vida creativa, intelectual y especialmente moral. Nos está llevando a interpretar mal el pasado, a equivocar el presente y a descartar nuestras esperanzas en el futuro. Nos está haciendo difícil o imposible elegir una buena acción». La solución a este impasse es la educación, tanto en escuelas primarias y secundarias como en colegios y universidades.
He desempolvado la controversia originada hace 25 años por las «dos culturas» de Snow porque ilustra históricamente mi tema, que no sólo es de actualidad sino (en mi opinión) de extrema urgencia. En nuestros medios académicos y culturales más elevados, la comunicación entre «científicos y humanistas» no es difícil, sino que simplemente no existe. Ojalá me equivoque, pero recientemente me ha parecido percibir ya ciertos indicios (leves, pero definitivamente reales) de sarcasmo y de intolerancia, y a veces hasta de franca animosidad, entre miembros egresados de ambos bandos. En lugar de la curiosidad genuina y el deseo espontáneo de contemplar al mundo a través de los anteojos del bando opuesto, «científicos» y «humanistas» rechazan tal opción y reiteran sus inexpugnables posiciones, recreando así la postura de los profesores de la Universidad de Pisa, que rehusaron la invitación de Galileo a mirar el cielo por medio de su telescopio.
¿Qué es lo que pretendemos los inconformes con tal estado de cosas? No es infrecuente que, en los alegatos sobre este asunto, nuestros pacientes interlocutores acepten el diagnóstico de la situación que les ofrecemos y a continuación nos pregunten «¿Tienes alguna idea de lo que puede hacerse para atacar tan horrendo problema y por lo menos empezar a aliviar sus principales manifestaciones?» Snow decía que mientras los científicos desconocen a Shakespeare (el colmo de la ignorancia para un inglés) los literatos ignoran la segunda ley de la termodinámica. No se trata de proponer que se incluya a Cervantes y a García Márquez entre las lecturas obligadas para los ingenieros en computación, ni que los humanistas deben pasar un examen de BASIC o de fisiología general, para que ambos obtengan sus respectivos diplomas universitarios. De lo que se trata es de que, en lugar de gesticular, la educación superior en México cumpla realmente con su cometido formal, que sea educación (en vez de indoctrinación, o simple reiteración, o hasta puro condicionamiento) y que sea superior, o sea que rebase en forma significativa el nivel profesional.
Es indispensable volver al concepto original de universidad, que implica la idea de universalidad. No se trata de hacer de cada alumno universitario un Leonardo; ese hombre fue un genio y además el mundo contemporáneo es totalmente distinto. De lo que se trata es de transformar a la universidad en una casa de educación y cultura, de alejarla hasta donde se pueda de su actual imagen de fábrica de títulos. En principio, las universidades no son escuelas politécnicas, su función principal no es la producción de artesanos expertos en los distintos oficios requeridos por la sociedad (función de inmensa importancia en nuestro medio y en nuestra época) sino la generación de sujetos provistos de una educación universal. Lo productos de una educación universitaria óptima deberían ser capaces de contemplar el conflicto de «las dos culturas» de Snow como un episodio histórico interesante, un poquito anticuado y passé, además de que revela ciertas limitaciones culturales. El universitario actual (el alumno inscrito hoy en cualquiera escuela mexicana de estudios superiores) tiene la indeclinable obligación de terminar sus estudios siendo no sólo un técnico capaz en su rama específica del conocimiento, sino un individuo educado en sentido universal. En la medida en que esto no ocurra, la educación superior en México habrá fracasado en sus obligaciones.
Considero que, en muchas partes del mundo, la educación superior ha fracasado en sus obligaciones. Muchos egresados son especialistas y técnicos perfectos de su carrera pero desconocen las bases de la otra cara de la moneda, de la «otra» cultura, la científica o la intelectual, pero lo peor de todo, han perdido la capacidad de razonar de pensar y dudar de lo que, en abundancia, les ofrecen todos los medios de comunicación y la mayor parte de esta oferta es sólo basura (ovnis, parapsicología, criptozoología, fenómenos forteanos»¦)
Entiendo, sí, que niños y jóvenes sin experiencia se puedan creer las mentiras y tonterías de personajes tan execrables, como Jaime Maussán, Juan José Benítez o Charles Hoy Fort, pero que adultos con una carrera universitaria confíen en las pseudociencias, en la homeopatía, el naturismo, la new age, etc., sin entender que nada de eso tiene bases científicas, no lo comprendo. Eso sólo me lo explico por la falla de esas instituciones educativas que han dejado que estas personas sigan siendo analfabetos en ciencias.
Pero la culpa no sólo se debe al fallo en el sistema educativo. En realidad, el mundo de lo paranormal es muy atractivo y es una red en la que se puede caer muy fácilmente. Los defensores de los fenómenos paranormales lo tienen muy fácil. Sólo es necesario mostrar una fotografía, un video o divulgar una fake news escandalosa en internet para que muchos analfabetos en ciencias lo tomen como una verdad indubitable. El demostrar que todo eso es una falsedad es mucho más complejo. En primer lugar, se necesita que aquel que trate de «debunkear» uno de esos cuentos paranormales tenga los conocimientos, la habilidad y la soltura para ser ameno y que su exposición sea atractiva para no aburrir a su público. En segundo lugar, se necesita que ese público esté interesado en escuchar otra opinión, que le preste atención y le otorgue un poco más (a veces mucho más) tiempo que el que le tomó ver una foto o video o escuchar un comentario de algún magufo con carisma, pero principalmente que tenga cierta cultura o educación en las bases de la ciencia para entender la explicación de los escépticos.
En el siglo pasado apareció la obra de uno de los exponentes del mundo de lo paranormal más influyentes y que más daño han hecho a la humanidad: Charles Hoy Fort. La obra de Fort era la de un desquiciado que no hubiera trascendido más allá a la publicación de su primer libro, The Book of the Damned, pero tuvo la suerte de contar con el apoyo de varios intelectuales contemporáneos a Fort. En esta obra pasaremos lista a 13 de ellos que fueron los «padres fundadores» de la Sociedad Forteana: Theodore Herman Albert Dreiser; Tiffany Ellsworth Thayer; Booth Tarkington; Ben Hecht; Alexander Woollcott; John Cowper Powys; Arthur Burton Rascoe; Julius David Stern; Aaron Sussman; Harry Leon Wilson; Harry Elmer Barnes; Edgar Lee Masters; y Claude H. Kendall.
Entre estos personajes destacan dos: Dreisser y Thayer. El primero porque fue el único amigo de Charles Fort y quien lo apoyó en los primeros años. El segundo porque fue quien dio forma al «Forteanismo» que conocemos hoy, que es la base de todas las pseudociencias que han llegado a nuestros días (ufología, parapsicología, criptozoología, astroarqueología, etc.) A Thayer lo podemos considerar como el Pablo de Tarso del forteanismo y sus «epístolas» serían la Fortean Society Magazine (luego convertida en Doubt).
Es de destacar que todos estos personajes eran escritores, novelistas y/o estaban relacionados con el mundo editorial y varios de ellos con el mundo de Hollywood. Es decir, ninguno de ellos tenía una educación básica en ciencias (incluyendo al propio Fort). Eso no les impidió, en muchos casos, atacar directamente a la ciencia y a los científicos, principalmente Thayer. O quizá, justamente por su desconocimiento en ciencias apoyaron las tonterías que aparecen en los libros de Fort. Este hubiese sido un excelente ejemplo que hubiera esgrimido C. P. Snow para apuntalar su tesis de las «dos culturas», de haberlo conocido.
La idea principal de esta obra es presentar una semblanza de cada uno de estos primeros forteanos a fin de que el lector se familiarice con su obra y pensamientos y de esa forma comprenda el nacimiento y desarrollo del forteanismo como un movimiento contracultural desarrollado a principios del siglo veinte.
El material de este tomo consiste en su mayoría de traducciones de la Enciclopedia Británica, la Enciclopedia Americana y Wikipedia, de las biografías de cada uno de los personajes que «pertenecieron» a la Sociedad Forteana y fragmentos de sus obras.
Queda para otro tomo abordar propiamente el tema de los fenómenos forteanos: apariciones misteriosas, lluvias de sangre; objetos inexplicables vistos en el cielo; enigmas de la astronomía; etc. Eso lo veremos en la segunda parte.
Luis Ruiz Noguez
Mayo de 2018