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Magia homeopática

MAGIA HOMEOPÁTICA[1]

Mario Méndez Acosta

SamuelHahnemann A la opinión pública se le ha ocultado con gran habilidad que la mayoría de las llamadas medicinas alternativas se basan de manera exclusiva en conceptos má­gicos primitivos y anticientíficos, y ello es especialmente cierto en el caso de la homeopatía. Cuando un médico ordina­rio tiene, por ejemplo, que debatir en los medios electrónicos con los proponen­tes de la medicina homeopática, no pue­de en realidad hacerlo, pues ignora las inauditas bases de esta peculiar terapéu­tica y hasta acepta que los homeópatas califiquen a la medicina científica con el término de «alopatía»; sin embargo, por sus fundamentos, la homeopatía resulta indistinguible de la magia. Fue inventa­da en 1796 por el médico alemán Christian Samuel Hahnemann (1755-1843), como una reacción en contra de las prácticas bárbaras de la medicina común de la épo­ca, basadas en la antigua teoría de los hu­mores, que incluían sangrías con ventosas o sanguijuelas, ayunos, purgantes y pociones repulsivas o peligrosas.

En el siglo XVIII se suponía que to­das las enfermedades eran causadas por el desequilibrio de los cuatro humores cor­porales; es decir, sangre, flema, bilis ne­gra y bilis amarilla. Los médicos intenta­ban restaurar el equilibrio tratando los síntomas con sus «opuestos», y así, la fie­bre -calor- era tratada enfriando al pa­ciente y extrayéndole el «exceso» de san­gre. Hahnemann observó que la quinina curaba la malaria y reducía la fiebre en los enfermos, pero al mismo tiempo esa sustancia causaba fiebre cuando era in­gerida por un individuo sano, y por ello propuso el principio de la similitud o ley de similia: «Lo similar se cura con lo si­milar», base de una terapia a la que llamó «homeopatía», del griego homoios = si­milar y pathos = padecimiento. Asimis­mo, denominó la teoría de los humores y los opuestos como «alopatía», del griego allos = diferente, ya que curaba los sínto­mas mediante lo contrario al origen que los causaba. Es entonces erróneo llamar «alopatía» a la medicina moderna, la cual cura atacando las causas reales de la en­fermedad y no nada más contrarrestan­do los síntomas.

Hahnemann creó una complicada teo­ría de la salud y la enfermedad, que resu­mió en su libro Organon der mtionellen Heilkunde, conocido ahora nada más co­mo Organon, que incluye cuatro princi­pios cardinales: 1) la mayor parte de las enfermedades son causadas por un des­orden infeccioso llamado psora; 2) la vida es una fuerza espiritual que conduce al alivio del cuerpo; 3) los remedios pue­den detectarse al anotar los síntomas que producen las sustancias cuando se ingie­ren en una sobredosis (la prueba), y al ser administradas en dosis altamente di­luidas a pacientes con esos mismos sín­tomas (Ley de Similia), y 4) los remedios se vuelven más efectivos cuanto más di­luidos estén (Ley de los infinitesimales), y se diluyen mejor cuando los recipien­tes que los contienen se golpean suave­mente en la palma de la mano o en un cojincillo de cuero (potenciamiento por sucusión). Como señala un informe del Consejo Nacional contra el Fraude en la Salud, organización estadounidense dedicada a poner a prueba las afirmaciones de las llamadas medicinas alternativas[2], las premisas de la homeopatía han sido refutadas por ciencias básicas como la química, la física, la farmacología y la pa­tología. Quienes la ejercen impiden cam­bios en su doctrina, que modificarían los principios originales de Hahnemann, quien trabajó antes del descubrimiento de los gérmenes patógenos y de sus efec­tos en la salud o del descubrimiento de las vitaminas. De hecho, algunos de sus seguidores, como Kent, quien conoció de los descubrimientos de Semmelweis y de Pasteur, los rechazó y así, en su libro Filosofía homeopática insiste en que los gérmenes no ocasionan las enfermeda­des, sino que aparecen en el organismo por causa de éstas.

La teoría de la salud, sostenida por la homeopatía, señala que las enfermeda­des son producidas por la ingestión de sustancias dañinas, que rompen el equi­librio dinámico de la fuerza vital y espi­ritual del organismo, y para restaurar ese equilibrio debe proporcionarse al pacien­te una dosis superdiluida de la sustancia culpable. La dilución se lleva a cabo por etapas, poniendo una gota de la sustan­cia base en 99 gotas de un diluyente como el alcohol; a esta mezcla se le dan dos sa­cudidas y se ingiere una gota de la solu­ción resultante, la cual se mezcla a su vez con otras 99 del diluyente elegido, des­pués se le vuelven a dar dos sacudidas y se ingiere de nuevo una gota de la mez­cla resultante, procedimiento que se re­pite hasta 200 veces. Pero ocurre que des­pués de la mezcla número 24 ya no queda en la gota resultante ni una sola molécu­la de la sustancia original, lo cual no preo­cupa a los homeópatas, pues consideran que todas las sustancias encierran un fluido imponderable -indetectable- que sólo se percibe por su «dinamismo vital». En el prólogo del libro de Hering, denomina­do Medicina homeopática doméstica, el homeópata Álvarez Araujo se pregunta: «¿Para qué necesitamos la materia de la sustancia primitiva? Para nada en abso­luto, y así poco nos importa que en la se­gunda dilución no se encuentre ni la más mínima molécula de ella -y continúa-, por el procedimiento de Hahnemann se trasladan las virtudes medicinales al agua común y corriente, y el hombre puede gozar de las que aquellas materias indi­gestas contenían». Un fluido imponde­rable e indetectable por medios físicos restablece así ese equilibrio dinámico en su organismo, pero existen miles de su­puestos remedios homeopáticos, como por ejemplo la tintura de tarántula asfixia­da en alcohol, que pretendidamente sir­ve para «la manía, la hiperactividad y los brotes sépticos». También los homeópatas manejan la radiestesia, que pretende a­provechar las propiedades magnéticas imaginarias de las sustancias, y Hahne­mann recomienda el uso del péndulo radiestésico para analizar sus medicamentos, que consiste en el procedimiento siguiente; con una mano se toma una muestra de la sustancia y con la otra se sostiene el péndulo, el cual oscilará de distintas maneras, según las corrientes magnéticas que reciba a través del cuer­po.

Benveniste En 1988, Jacques Benveniste, un in­vestigador francés del prestigiado Insti­tuto Nacional de la Salud, por encargo de unos laboratorios homeopáticos llevó a cabo ciertas investigaciones y aseguró haber descubierto que altas diluciones en agua de diversas sustancias dejaban en la misma determinada memoria, lo cual le proporcionaría una justificación para la homeopatía, y publicó sus hallazgos en la revista Nature. Una investigación pos­terior, solicitada por esta revista y enca­bezada por James Randi, determinó que Benveniste no había realizado correcta­mente sus pruebas y además había ocul­tado los resultados desfavorables a su hipótesis, por lo que éste fue suspendi­do de dicho Instituto[3].

Bibliografía adicional

John Sladek. The New Apocrypha, Granada Publishing, G.B., 1978.

Kurt Butler, A Consumer Guide to Alternative Medicine, Prometheus Books, Buffalo, NY. 1992.


[1] Publicado en Ciencia y Desarrollo, No. 143, México, noviembre-diciembre 1998.

[2] «Homeopathy, a Position Statement by the National Council Against Health Fraud», SKEPTIC, Vol 3, núm. 1. Caltech, Pasadena, Cal., EE.UU., 1994, Ed. William Jarvis.

[3] Luis González de Alba. «El affaire Benveniste y la homeopatía», La Jornada, 31 de marzo de 1989, secc. «La ciencia en la calle», México, D.F.

Una de fantasmas

UNA DE FANTASMAS

Mario Méndez Acosta

MontagueJames De todas las creencias sobrenaturales, qui­zá la única que ha podido generar una literatura de muy alta calidad ha sido sin duda la que se refiere a la existencia de los fantasmas, entendiéndose éstos como la supuesta manifestación material y sen­sible del alma desprendida y generalmen­te en pena de alguna persona difunta. El fantasma tiene además la característica de que infunde miedo, un miedo difícil de ex­plicar, que no logran despertar otros perso­najes de la literatura de espanto, mismo que ha sido aprovechado con maestría por muchos escritores de los más diver­sos países, como ocurre con el británico Montague Rhodes James, o con el esta­dounidense Henry James, autor de Una vuelta de tuerca, una de las obras más escalofriantes de todos los tiempos. No­velas como Pedro Páramo de Juan Rulfo, o Aura de Carlos Fuentes han llevado al fantasma al terreno de lo onírico y de la angustia existencial.

Sin embargo, no faltan en nuestro me­dio numerosas personas que aseguran que los fantasmas son reales, y que ha­bitualmente ocupan casas antiguas o pa­rajes remotos, en donde espantan, a ve­ces con terribles consecuencias, a todo el que se presenta. Al respecto, cabe pre­guntarse qué implicaciones tendría para la ciencia y las leyes de la naturaleza la existencia y la manifestación material de espíritus descarnados, y qué viabili­dad tendrían en el universo tal y como lo conocemos.

HenryJames Se asegura que los fantasmas son los espíritus de personas que mueren en circunstancias dolorosas o conflictivas, o bien que dejaron asuntos pendientes de resolver en sus vidas, y en este caso debería revisarse el aspecto demográfi­co de la cuestión. Se calcula que desde que evolucionó nuestra especie han vi­vido en este planeta alrededor de 30 mil millones de seres humanos. Vamos a suponer, con el fin de simplificar las cosas, que sólo el Homo sapiens haya tenido la facultad de generar un fantas­ma cuando muere. Se sabe que cerca del 20% de las personas perece en circuns­tancias difíciles y una cantidad equiva­lente deja asuntos pendientes de cierta importancia; ello implica que en el mun­do actual habría unos seis mil millones de fantasmas, cantidad que desde luego es excesiva ya que no corresponde ni remotamente al número de casos infor­mados. En realidad, la leyenda de los fantasmas es un fenómeno marginal, re­ducido a unas cuantas culturas, y no hay más de una centena de fantasmas regu­lares y reconocidos en todo el mundo, lo cual es un argumento que apunta ha­cia el origen cultural y folclórico de la creencia.

El mito de los fantasmas está imagi­nado para un mundo plano e inmóvil, como se creía que era la Tierra antes del siglo XV, y es difícil de sostener en un planeta de forma esférica, que gira so­bre su eje y se traslada alrededor del Sol, como sabemos ahora que es el nuestro. Ello se desprende del hecho de consi­derar normal que el fantasma sea un ente inmaterial, y que no esté JuanRulfo hecho de esa materia ordinaria que posee masa e iner­cia. Se afirma que los fantasmas pueden atravesar objetos sólidos como muros y que pueden flotar, puesto que no los afecta la gravedad. El problema aquí es que como el globo terráqueo se mueve a gran velocidad y estos seres no son afec­tados por la gravedad, por la inercia o por la solidez de los objetos, lo que ocurriría es que, por ejemplo, un nuevo fan­tasma al desprenderse del cuerpo del ser humano al que perteneció no continua­ría girando junto con la Tierra ni trasla­dándose con ella alrededor del Sol. Se quedaría fijo en medio del espacio, vien­do -si es que puede ver- cómo se aleja de él nuestro planeta a gran velocidad. Un fantasma que pretendiese espantar en una casa abandonada, habría de ha­cer un esfuerzo consciente y constante para mantenerse en su interior, siguiéndola incesantemente a lo largo de su tra­yectoria, la cual determinan los movi­mientos del planeta. Otro problema que plantea la existen­cia de un espíritu descarnado es cómo percibe su entorno, cómo funcionan sus sentidos, cómo ve las imágenes o escu­cha el sonido. Los fotones de la luz, para ser percibidos, tendrían que ser deteni­dos y captados en su interior por una superficie opaca, similar a nuestras re­tinas, y las vibraciones del aire que con­ducen el sonido interactuarían con algo sólido para ser captadas. Otro proble­ma más es el de la memoria, el juicio, el razonamiento y las emociones que pue­da sentir el fantasma. Nosotros CarlosFuentes gozamos de esas facultades o experimentamos esas vivencias porque tenemos cerebro, pero cuando éste se daña o se enferma per­demos muchas de tales facultades o que­damos totalmente inconscientes. Si un fantasma pudiese funcionar como lo ha­cemos nosotros sin ayuda de un siste­ma nervioso central, ello querría decir que en verdad ninguno de los humanos necesitamos ese órgano. La propia exis­tencia del cerebro en los seres vivos, con todo y sus archivos bioquímicos e impul­sos eléctricos neuronales que almacena nuestra memoria, viene a ser un indicio de que un espíritu sin cuerpo no puede deambular en un universo hecho de ma­teria y espacio.

Todas las investigaciones serias rea­lizadas por personas capaces en lugares supuestamente embrujados o habitados por fantasmas no han podido obtener evidencia real alguna de su existencia. En muchos casos, como en los del fenó­meno llamado poltergeist, cuando en lu­gares en donde habita un niño con pro­blemas psicológicos graves se presentan supuestamente movimientos inexplica­bles de objetos a distancia, se ha demostrado que es el propio individuo afecta­do el que prepara y lleva a cabo las su­puestas manifestaciones sobrenaturales. El caso más famoso y mejor estudiado es el de la niña Tina Resch, de Colum­bus, Ohio, de quien se afirma movía co­sas con la mente mientras nadie la veía, pero una cámara oculta demostró, en 1985, cómo la pequeña manipulaba esos objetos y los arrojaba cuando no se sa­bía observada. En otros casos, los suje­tos utilizan incluso ingeniosos mecanis­mos, hechos con delgadísimos hilos de plástico, para simular que un espíritu anda tirando todo tipo de cosas al piso. El caso Resch, mencionado unas cuan­tas líneas arriba, lo describe James Ran­di en su artículo «The Columbus Polter­geist Case», aparecido en la revista The Skeptical Inquirer, en la primavera de 1985.

No más rostro en Marte

NO MÁS ROSTRO EN MARTE[1]

Mario Mendez Acosta

Hoagland2 En cumplimiento de su detallado trabajo de registro fotográfico de la superficie del planeta Marte, el pasado cinco de abril la sonda espacial de la NASA, denominada Mars Global Surveyor (Topó­grafo Global de Marte), colocada en ór­bita alrededor del planeta rojo, envió a la Tierra la reveladora serie de fotogra­fías con capacidad de resolución tal, que hace posible reproducir objetos o acci­dentes geográficos tan pequeños como de cuatro metros de diámetro. Las imá­genes muestran una comarca muy espe­cial de ese planeta, a la que se le puso el nombre de Llanura de Cydonia (nom­bre antiguo de Candia, capital de la isla de Creta), lugar en el cual los creyentes en el origen extraterrestre de los ovnis de todo el mundo aseguraban que se apreciaba una enorme escultura con for­ma de rostro humano, la llamada Esfin­ge de Cydonia, vestigio según ellos de una civilización marciana hace mucho tiempo extinguida. En 1976, las sondas estadounidenses Viking 1 y 2 enviaron miles de fotografías que cubrían casi toda la superficie del vecino planeta, y en una de ellas se veía un promontorio aislado de cerca de un kilómetro de diá­metro que, por las JamesHurtak2condiciones de ilu­minación y los defectos de interferencia y mala resolución de la imagen, parecía el adusto rostro de un ser humano con­templando el cielo. Varios oportunistas fantasiosos como Richard Hoagland, James J. Hurtak y Brian Crowley escribie­ron extensos libros y sustentaron nume­rosas conferencias describiendo la su­puesta escultura, así como diversas otras estructuras que según ellos demostraban que quizá millones de años antes hubo vida inteligente en Marte. La NASA y varios especialistas en geología planetaria advirtieron de manera enfática que esa versión no tenía base científica alguna, pero a pesar de ello el mito del rostro de Marte creció y se transformó en un tema inevitable para los creyentes, sin­ceros o no, en los platillos voladores, muchos de quienes insistían en la exis­tencia de una conspiración al interior de la propia NASA para ocultar el ha­llazgo; algunos llegaron a asegurar que la sonda anterior al Surveyor, una nave no tripulada llamada el Orbitador Marciano, que falló al llegar al planeta en 1993, había sido saboteada por dicha agencia espacial para evitar que se su­piera de la LifeonMars existencia de esa civilización marciana, mientras otros consideraban que los propios extraterrestres, a bordo de un platillo volador, la habían inter­ceptado y destruido. Todas estas patra­ñas han sido desmentidas ante el deta­llado paisaje que muestran las magníficas fotografías del Surveyor, y la NASA ha puesto en su página de Internet una inte­resante exposición del modo como esas fotografías, tomadas a más de cien kiló­metros de altura por el Surveyor en ór­bita, van cubriendo por fajas el terreno marciano y se amplifican y resaltan, mostrando hasta los detalles más dimi­nutos, gracias a la técnica computari­zada de reforzamiento de las imágenes.

Se exhibe de esta forma toda la lla­nura de Cydonia en pasos de amplifica­ción crecientes, y se hace fácil recono­cer lo que en la antigua foto del Viking aparentaba ser el ojo izquierdo del ros­tro, el cual no viene a ser más que la som­bra de un pequeño promontorio, casi inadvertible en la fotografía de 1976, la cual muestra un par de barrancos parale­los que parecían ser la boca y la barbilla del supuesto rostro. En las nuevas imá­genes del Surveyor, el Sol alumbra di­cha formación desde el lado contrario a como lo hacían las dos tomadas por el Viking, eliminando así el casual efecto de sombras que daban cuerpo a la ilu­sión, y ahora, sólo se aprecia una mon­taña ordinaria. De este modo, las demás supuestas estructuras piramidales y los pretendidos edificios hexagonales que afirman ver los ufólogos resultan ser formaciones geológicas por completo ordi­narias.

themisface No obstante, la tarea del Surveyor apenas se inicia. La misión de levantar un detallado mapa global de nuestro vecino será larga pero muy fecunda, aunque no haya habido ahí civilización alguna, pues existen detalles insólitos y formaciones misteriosas de gran inte­rés para todo tipo de científicos, vulca­nólogos, geólogos, exobiólogos y, desde luego, para aficionados a la astronomía planetaria.

Falta por ejemplo aclarar hasta dón­de llegaron las aguas que hace unos cua­tro mil millones de años cubrían buena parte del planeta, y si dejaron huella de posibles playas y de la erosión causada por sus olas, pero también explicar cómo las aguas de lluvia o deshielo fluían en torrentes hacia esos océanos perdidos hace mucho tiempo. Además el interior de los cráteres de algunos volcanes es­conde secretos inesperados, al igual que los helados polos, y queda también por esclarecer el mayor misterio de todos, es decir, si en efecto la vida se desarro­lló en Marte y si subsiste oculta en las profundidades de su corteza. Por ello se requiere hacer el inventario de recursos minerales con que contarán los prime­ros visitantes humanos, quienes podrán llegar allá Cara1998 no después del año 2025, y esos son los verdaderos misterios que deberán resolverse sobre ese mundo que, sin duda, nosotros poblaremos al­gún día. Por su parte, los negociantes de la superstición seguirán inventando conspiraciones para mantener en pie sus respectivos negocios, promotores de la ignorancia organizada.


[1] Publicado en Ciencia y Desarrollo, No. 141, México, julio-agosto de 1998.

Terapias mortales

TERAPIAS MORTALES[1]

Mario Méndez Acosta

E1 pensamiento mágico, la ignorancia, así como la codicia producen combinaciones mortales por la desesperación que causan la enfermedad y el dolor humanos. En el umbral del siglo XXI, la ma­yor parte de las personas sigue siendo presa fácil de la charlatanería médica, que emplea en su favor artimañas psi­cológicas basadas en nuestros más inex­plicables instintos, inclinaciones y te­mores no conscientes, y hasta sé disfraza con ropajes de la mayor respetabilidad, ante la falta de conocimientos sobre las causas reales de las enfermedades y de información crítica acerca de las terapias sin bases científicas, que afecta al consumidor ordinario y aun a las autoridades de salud.

Shaya Dos ejemplos en boga demuestran cómo, hasta las terapias más irracionales y ostensiblemente inútiles o dañinas, pueden ser aceptadas por grandes grupos sociales, por el simple hecho de que nadie les advierte de los peligros que im­plican, ni de las absurdas bases teóricas que supuestamente las respaldan, pero también porque sus proponentes gozan de un acceso total a los medios masivos de comunicación, sin que nadie les pueda exigir cuentas. El caso más notable en este sentido es el de una superstición peligrosa llamada orinoterapia, que con­siste en que las personas ingieran su pro­pia orina con el supuesto fin de curarse de los males más diversos, práctica que proponen los curanderos naturistas ra­diofónicos, como uno llamado Shaya Michán.

La orinoterapia carece de cualquier base o explicación teórica o fisiológica. Se trata de una creencia mística de la India, con raíces en el hinduismo, que se acomoda en la llamada medicina a­yurvédica -dentro de la cual se deno­mina amaroli- y que le asigna «poderes limpiadores» mágicos a la orina. Asegu­ran que sana el sida, la artritis, el herpes, la lepra y muchos otros males, que desde luego no tienen ninguna relación entre sí y se derivan de causas muy dis­tintas, por lo que sus respectivas curas tienen que ser diferentes. La verdad es que se trata de una práctica muy peli­grosa. La orina contiene sustancias de desecho que con gran cuidado elimina el cuerpo humano a través de los riño­nes. Los mismos proponentes de esta práctica en los Estados Unidos (Barnett y Adelman, 1987), señalan que tiene efec­tos secundarios nocivos como nausea, migrañas, forúnculos en la piel, urtica­ria, espinillas, palpitaciones, diarrea, ansiedad y fiebre. Lo que omiten es que puede causar la muerte en personas a­fectadas por insuficiencia renal, y la lla­man «un regalo de Dios para tu creci­miento espiritual y bienestar físico». La teoría ayurvédica también recomienda el consumo de heces fecales de cabra para la indigestión. Estas prácticas re­curren a los impulsos autodestructivos y de autocastigo que afectan a algunas personas, quienes sienten que la enfer­medad es culpa de ellas y que sólo pue­de curarse con un sacrificio propiciatorio muy doloroso y desagradable. «Remedio que no es amargo, no es efectivo», se de­cía en el siglo XIX.

Otra práctica en boga, supuestamen­te curativa, se va al otro extremo del gus­to civilizado; se trata de la medicina o terapia floral del doctor Edward Bach, creada en los años treinta por ese médi­co homeópata inglés, y ahora resucitada en México por algunos negociantes ar­gentinos. Según esta doctrina todas las enfermedades pueden aliviarse oliendo extractos del perfume de diversas flores. Los síntomas externos y malestares físi­cos de todas las enfermedades son cau­sados por estados emocionales negati­vos, que son sanados al oler las esencias florales. El temor, la incertidumbre, la apatía, la soledad, el abatimiento y has­ta la preocupación excesiva por el bien­estar ajeno causan todas las enfermeda­des conocidas. Señala Bach, en su libro Cúrate a tí mismo que «nunca se erradi­cará ni se curará la enfermedad con los actuales métodos materialistas, por la sencilla razón de que la enfermedad no es material en su origen…», y agrega tam­bién que «la enfermedad, en apariencia tan cruel, es en sí beneficiosa, y existe por nuestro bien y, si se le interpreta co­rrectamente, nos guiará para corregir nuestros defectos esenciales. El sufri­miento es un correctivo y no puede erra­dicarse hasta que no se aprende la lec­ción». Ante la pregunta de por qué los niños se enferman, Bach aclara que en su caso esa lección corrige errores come­tidos en otras vidas.

El hecho de que se hayan identifica­do las causas materiales de la mayor par­te de las enfermedades, y que en muchos casos, como por ejemplo de viruela y de poliomielitis, éstas han sido casi erra­dicadas de todo el mundo por la medi­cina moderna, ello no arredra a los pro­ponentes de esta peregrina teoría. El común denominador de estas creencias es su fascinación con el sufrimiento hu­mano, y la orinoterapia la propicia direc­tamente al aprovechar las tendencias autodestructivas de las personas y fo­mentar la demolición de la autoestima del individuo, mientras la terapia floral elogia la enfermedad y el dolor y les encuentra méritos larvados, permitien­do que las personas los acepten como un castigo divino y no traten de comba­tir sus males por medios racionales, de­jando de luchar efectivamente por su salud.

El doctor Fernando Saraví, de la Uni­versidad de Mendoza, en Argentina, concluye en un estudio sobre la terapia floral: «El sistema del doctor Bach con­siste en una mezcolanza de doctrinas gnósticas, budistas e hinduistas con sólo una pizca de cristianismo para volverlo digerible al gusto occidental… Los reme­dios florales carecen de convalidación científica».

Lo más preocupante es el grado de indefensión en que se encuentra el con­sumidor mexicano, al que se le protege contra la publicidad fraudulenta en bie­nes y servicios, pero se le deja a la mer­ced de los estafadores en cuestiones de salud.

Bibliografía

Raso, Jack. Alternative Healthcare. A Comprehensive Guide, Prometheus Books, Buffalo, N.Y.

Saravi, Fernando. Dígalo con flores, El ojo escéptico, Año 2, Núm. 5, Buenos Aires, Argentina, 1992.


[1] Artículo publicado en Ciencia y Desarrollo, No. 138, México, enero febrero de 1998

Los riesgos del naturismo

LOS RIESGOS DEL NATURISMO[1]

Mario Méndez Acosta

En una primera aproximación al tema, pocas personas objetarían los postulados de la terapia que se hace llamar naturismo o naturopatía. En efecto, ¿quién podría oponerse a seguir una dieta balanceada, a consumir muchas verduras, a respirar aire fresco, a hacer ejercicios moderados y a tomar el sol sin exageraciones? Por otro lado, nadie puede asegurar que los antibióticos funcionan siempre y que toda la cirugía que se practica es en ver­dad indispensable.

Caracter Sin embargo, tras esa fachada atrac­tiva y optimista se encuentra un cuerpo de creencias realmente anticientífico y hasta peligroso para la salud. Tal vez el mayor riesgo que implica el naturismo actual para sus practicantes más devo­tos resida en que, al igual que otras seudociencias relacionadas con la me­dicina -como la homeopatía y la qui­ropráctica- la terapéutica naturista nie­ga el efecto patógeno de los gérmenes; es decir, no acepta que los microorganismos, bacterias o virus, ocasionen alguna en­fermedad. Para ellos todos los males que sufre el ser humano se deben a que ha dejado de vivir en armonía con la naturaleza y, sobre todo, a que no con­sume exclusivamente alimentos natura­les, mismos que incluyen sólo vegetales frescos y semillas, así como leche y hue­vos en forma limitada. Así, la fuente de toda enfermedad radica en la acumula­ción de tóxicos en el intestino grueso, derivados de una dieta antinatural.

El doctor Adrián Vander, un clásico del naturismo, afirma que los gérmenes son causados por las enfermedades y no viceversa, pues: «Un cuerpo sano, en plena vitalidad y libre del todo de ma­terias muertas (sustancias extrañas) di­fícilmente puede ser víctima de los mi­crobios». Eso que lo sostenga ante todos los enfermos de sida que hay ahora en el mundo. Y tal creencia se vuelve to­davía más peligrosa cuando los natu­ristas se oponen al empleo de toda cla­se de antibióticos y a la aplicación de vacunas, tanto a niños como a adultos.

Plantas Este aspecto negativo ha sido disi­mulado un poco por los propagandistas actuales del naturismo; sin embargo, el peligro seguirá vigente mientras sus se­guidores se nieguen a reconocer que las bacterias o los virus pueden atacar al organismo hasta del vegetariano más ferviente, y causar en él un conjunto de síntomas perfectamente determinados, predecibles y bien descritos por la ver­dadera medicina moderna.

Lo absurdo de la creencia mencio­nada se pone de manifiesto en forma cruel y dramática en el caso de las en­fermedades infecciosas graves. La per­sona mordida e infectada por un perro rabioso desarrolla casi de manera ine­vitable la enfermedad y muere en terri­ble agonía si no se le vacuna a tiempo. No importa si es vegetariana o no, si toma baños de sol o se aplica compre­sas de agua fría como recomienda el naturismo, y lo mismo ocurre en el caso del tétanos o del sida, Si a un naturista se le inocula una dosis de espiroquetas, éste desarrollará la sífilis aunque se ce­pille la piel o ayune por varios días, pero desde luego no se sabe de alguno de esos médicos que haya aceptado someterse a tal experimento.

Impotencia El naturismo también es víctima de una obsesión muy extraña: el temor al estreñimiento, al que atribuye graves efectos. Por ese motivo, uno de los tra­tamientos básicos de dicha terapéutica consiste en lavados intestinales o ene­mas, irrigación colónica como los lla­ma el naturista Robert Wood, quien sos­tiene que son muy efectivos contra la apendicitis, la sífilis y la tuberculosis ósea. Por supuesto lo anterior no tiene base científica alguna, pues el organis­mo sólo absorbe agua del intestino grue­so y no existen las toxinas de las que hablan los naturistas, ninguno de los cuales ha podido dar la fórmula quími­ca de una sola de las sustancias que su­puestamente causan tantos males. El na­turismo no reconoce la existencia de en­fermedades derivadas de las deficiencias genéticas que se manifiestan en el siste­ma inmune del organismo, como el cán­cer, el lupus y la artritis reumatoide; para quienes lo practican, esos males se de­ben siempre a una mala dieta, y esto causa graves y dolorosas tragedias en pacientes que dejan de atenderse con médicos auténticos.

Otra de las obsesiones de los natu­ristas es la del ayuno repetido y prolon­gado, mismo que tal vez explique por qué sufren tanto de estreñimiento, pues no existen evidencias de que un ayuno corto contribuya a curar otra cosa que los pequeños males digestivos, mientras que el de carácter prolongado y habitual cau­sa, sin duda, desnutrición y baja resis­tencia a las enfermedades.

Asma Uno de los pilares de este tipo de te­rapia es la convicción de que el hombre sufre múltiples padecimientos por haber abandonado la dieta vegetariana, alimen­tación que supuestamente le es natural y exclusiva. Pero eso es falso. Los hallaz­gos de los paleoantropólogos, quienes buscan restos de nuestros más remotos antepasados, demuestran que el factor que impulsó en mayor medida el desa­rrollo de la inteligencia fue la práctica de la cacería. Innumerables vestigios encon­trados en los antiguos asentamientos prueban que el hombre consumía con regularidad antílopes, elefantes u otros animales menores, cuya captura reque­ría del talento necesario para fabricar y manejar armas arrojadizas o instrumen­tos cortantes apropiados. Otras adapta­ciones surgidas de los hábitos de caza fueron la pérdida del pelo corporal, así como la capacidad para correr grandes distancias en persecución de las pre­sas.

La alimentación que incluye el con­sumo de carne es esencial para el desa­rrollo físico y neuronal de los niños, y evitarlo significa dificultar el desarro­llo de su cerebro y propiciar, más tarde, deterioros graves en su capacidad inte­lectual como adultos. Según los na­turistas la carne contiene una serie de toxinas, a las que llaman «neuronas», mismas que sólo existen en su imagina­ción. Así, ahora les ha dado por reco­mendar el presunto uso curativo de in­gerir la orina propia de cada persona, práctica inútil y potencialmente peligro­sa.

Ver En especial riesgo se encuentran los niños atendidos por naturistas, pues aparte de que pueden sufrir algún daño neurológico al no ser alimentados ade­cuadamente con proteínas animales, también es posible que se evite vacunar­los para prevenir males mayores como la poliomielitis, el sarampión y la difte­ria.


[1] Artículo Publicado en Ciencia y desarrollo, No. 136, México, septiembre/octubre de 1997, Págs. 97-98.