El Sol y su invisible pareja

EL SOL Y SU INVISIBLE PAREJA

Juan José Morales

WalterCruttenden En algunos periódicos se ha publicado en estos días -y seguramente eso habrá de ser ampliamente explotado por los charlatanes- que quizá el Sol tiene una estrella acompañante que hasta ahora nadie ha visto pero sería responsable no sólo de cierto movimiento de la Tierra sino también del auge y ocaso de las civilizaciones.

La teoría es obra del norteamericano Walter Cruttenden, a quien en las informaciones se presenta como un científico, director del Instituto de Investigación sobre Estrellas Binarias (Binary Research Institute). Pero -contra lo que semejante cargo pudiera hacer creer- no es un astrónomo profesional ni cosa que se parezca. Ni siquiera tiene una formación, un prestigio o una trayectoria en el campo de la ciencia. Es sólo un acaudalado hombre de negocios, aficionado a la astronomía y el esoterismo según confiesa. Y el instituto dedicado al estudio de las estrellas binarias es propiedad de él mismo y sostenido con sus propios recursos, ya que puede pagarse tales pasatiempos.

También, aunque en sus escritos menciona pomposamente que en 2003 estuvo en el observatorio Keck de Hawai, donde «pasé buena parte de la noche» con su director «mientras buscaba planetas extrasolares, ¡de los cuales él y su equipo han encontrado ya más de 70 hasta ahora!», omite aclarar que esa visita al observatorio fue -literalmente hablando- comprada: pagó por ella 16 mil dólares en una subasta destinada a reunir fondos para la Sociedad Astronómica del Pacífico. A cambio, obtuvo el derecho a visitar el observatorio, hacer un tour por las instalaciones y acompañar por un rato al director y los técnicos en la consola de control de los telescopios, aunque sin que se le permitiera tocar los mandos.

Pues bien, este astrónomo aficionado y creyente en misterios de la antigüedad sostiene que el Sol no es una estrella solitaria sino binaria. Es decir, tiene una compañera y las dos giran alrededor del centro de masa del sistema formado por ambas. La revolución completa demora unos 25 000 años, y si no podemos ver la pareja del Sol, añade, es por su pequeño tamaño. Puede ser una enana café -esto es, una estrella con tan poca masa que no experimenta las reacciones termonucleares que hacen brillar a las estrellas ordinarias- o tal vez un agujero negro, diminuto pero con una masa enorme cuya poderosa atracción gravitacional retiene la luz que produce y por eso resulta invisible.

A partir de esas premisas, Cruttenden desarrolla la hipótesis de que cuando la invisible estrella pasa cerca de la Tierra, provoca alteraciones electromagnéticas y de otro tipo que a su vez influyen sobre la conducta de los seres humanos y -aunque en este punto es bastante vago- todo ello produce el florecimiento o el desplome de las sociedades. Así se explicarían el esplendor y posterior ocaso de las culturas egipcia, griega, romana y maya, la Edad Media y el Renacimiento.

Todas estas ideas las expone en su libro Lost Star of Myth and Time, que acaba de publicar bajo el sello de una editorial poco conocida -probablemente pagándolo de su bolsillo- y en el cual pasa revista a fábulas y leyendas de la antigüedad, mezclándolas con cálculos sobre los movimientos del Sol y su pareja, para concluir que Platón ya había previsto su existencia al hablar de un ciclo astronómico al cual llamó Gran Año y que consiste en lo que los astrónomos llaman la precesión de los equinoccios: ese lento movimiento circular que el eje de rotación de la Tierra describe en relación con las estrellas y que es semejante al bamboleo de un trompo mientras gira.

En realidad, la idea de Cruttenden no puede considerarse muy novedosa. De hecho, es una adaptación -un refrito, diríamos en términos periodísticos- de la hipótesis que publicaron en la revista científica Nature en 1984 Richard A. Muller, físico de la Universidad de California, y Marc Davis y Piet Hut, del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Ellos sostenían que el Sol tiene una compañera oscura a la cual bautizaron Némesis -por la diosa griega de la venganza-, que se nos aproxima cada cierto tiempo (los cálculos oscilan entre 26 y 34 millones de años) y con su influencia gravitacional perturba la llamada Nube de Oort, un enjambre de grandes cometas situado en la periferia del sistema solar. Algunos de esos cometas son así lanzados a órbitas que los llevan hacia la Tierra y pueden chocar con ella, produciendo extinciones masivas de plantas y animales.

Como se ve, son ideas muy parecidas. Sólo difieren en que Muller habla de millones de años y Cruttenden de miles, y mientras el primero relaciona su invisible estrella con las extinciones de especies, para el segundo sería un motor de la historia.

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