¿QUÉ ES UNA SEUDOCIENCIA?[1]
Mario Méndez Acosta
Con frecuencia el público y los científicos se encuentran ante creencias o afirmaciones insólitas, fantasiosas o desmesuradas que se formulan en nombre de la ciencia. Sin embargo, pocas personas están en posibilidad de distinguir si se trata de una propuesta seudocientífica o, bien, de algún tipo de especulación de vanguardia por completo válida. El filósofo de la ciencia Mario Bunge, que actualmente trabaja en la universidad McGill, de Montreal, ha estudiado en forma metodológica el fenómeno de las seudociencias y ha elaborado una guía muy útil para poder distinguirlas y analizarlas. Bunge asegura que toda disciplina constituye lo que se denomina un «campo cognoscitivo». Hay campos cognoscitivos de creencias, como la teología y la crítica literaria, que no pretenden ser ciencias. Cuando se intenta presentar un campo cognoscitivo corno ciencia entonces éste se convierte en seudociencia.
Existe una serie de características que definen a una ciencia y que matizan muy reveladoramente a una seudociencia. En una ciencia, todos los investigadores trabajan en continua comunicación entre ellos en todo el mundo, mediante publicaciones periódicas y ahora el Internet. Una seudociencia está formada por una comunidad de creyentes que no investigan y no tienen comunicación con personas de otros campos, por ejemplo, los iridólogos, que creen poder diagnosticar cualquier enfermedad, observando la configuración de los pliegues del iris de los ojos, y quienes jamás intentan corroborar estadísticamente sus afirmaciones, o probar de manera experimental la validez de su dogma básico.
La sociedad tiende a impulsar la actividad científica, y a la seudociencia la tolera, ya sea por tradición o por representar un buen negocio; véanse por ejemplo, las técnicas de meditación, autoayuda mágica o control mental. Aparte de estos métodos, la sociedad envía a las seudociencias a las márgenes más remotas de su medio cultural.
La ciencia tiene una concepción del mundo regida por postulados claros, como suponer que el universo está gobernado por leyes naturales que no admiten excepciones, e intenta obtener conocimientos relativos a la realidad y no sobre objetos imaginarios. Su sistema de valores se basa en la claridad, la exactitud, la consistencia de sus afirmaciones y su apego a lo observable, proponiendo la búsqueda de la verdad y no de datos para reforzar determinado dogma. Por su parte, la seudociencia propone excepciones a su favor sobre la vigencia de las leyes naturales -máquinas del movimiento perpetuo o personas que pueden leer con los pies con todo y zapatos- y pretende obtener conocimientos a partir de revelaciones sobrenaturales, argumentos de autoridad o el cánon establecido por algún fundador venerado, como L. Ron Hubbard, etc. El sistema de valores de la seudociencia desprecia la realidad y la exactitud, aborrece la profundidad, es inconsistente y menosprecia los hechos o los resultados experimentales.
La ciencia evoluciona, la seudociencia se estanca en lo revelado por su fundador. El dominio de la ciencia consiste en actividades reales, mesurables; el de la seudociencia versa sobre entidades irreal es , influencias astrales, desequilibrios de fuerzas dinámicas del organismo, toxinas misteriosas, fantasmas y superegos, entre otras. El fondo formal de la ciencia está integrado por teorías lógicas y matemáticas vigentes, el de la seudociencia es muy modesto y difícilmente acudirá a modelos lógicos o matemáticos, en cambio elaborará modelos de la realidad no verificables, como ocurre con la astrología o los biorritmos.
El fondo específico de la ciencia consiste en datos observados, confirmarles y corregibles; en hipótesis y teorías relevantes, falseables y contrastables, porque intenta encontrar leyes que gobiernen entidades reales y pronostiquen su comportamiento, apoyándose extensamente en otras ciencias. Con las seudociencias nunca se intentará obtener leyes descriptivas específicas, y los datos y los resultados de las observaciones se recabarán para confirmar una conclusión previa que, si acaso la contradice, hallará siempre una justificación ad hoc. La seudociencia no toma nada de otras ciencias y no contribuye en nada a ellas.
Los problemas que intenta resolver la ciencia son de índole general, es decir, explicar con leyes simples todo posible comportamiento de entidades reales. En cambio, la seudociencia se aboca a resolver problemas prácticos no cognoscitivos, sobre todo del tipo de «cómo sentirse bien e influir en las personas». Así, el acervo de conocimientos de la ciencia consiste en las mencionadas teorías establecidas, hipótesis contrastables y datos verificables sobre experimentos que se pueden reproducir, en tanto que el de la seudociencia permanece estancado -la astrología mantiene incólumes las teorías y métodos del alejandrino Ptolomeo, del siglo V de nuestra era.
Las metas de la ciencia consisten en descubrir las leyes de las entidades reales, sistematizando hipótesis sujetas a comprobación, e insiste en mejorar los métodos y procedimientos de dicha búsqueda. Las metas de la seudociencia son prácticas, cómo ganar más dinero o hablar con los muertos porque eso pronostica el futuro, y no intenta hallar leyes que amplíen el conocimiento humano.
El método de la ciencia es escrutable, criticable, analizable y justificable, siempre con procedimientos explicables y reproducibles; los de la seudociencia son muchas veces secretos, sólo al alcance de los iniciados, e incluyen supuestas capacidades innatas del experimentador, como por ejemplo, el caso del quiropráctico que «sabe» qué vértebra pulsar para curar la diabetes de un paciente, o el zahorí que «siente» con una varita dónde se encuentra un depósito subterráneo de agua.
En resumen, y tal vez este sea el rasgo más revelador, las seudociencias pretenden y generalmente obtienen, condiciones muy cómodas para lograr su legitimación ante la opinión pública, en tanto que las ciencias se someten voluntariamente a un escrutinio, propio y ajeno de gran severidad.
Bibliografía
Bunge, Mario, La investigación científica, Barcelona, 1983, Editorial Ariel.
Bunge, Mario, Seudociencia e ideología, Madrid, 1985, Alianza Editorial.
Stenger, Victor, Physics and Psychics, Buffalo, N.Y., 1990, Prometheus Books
[1] Publicado originalmente en Ciencia y Desarrollo, No. 149, México, noviembre/diciembre de 1999, Págs. 90-91.