IMPACTO AMBIENTAL
La milpa y las maderas preciosas[1]
Juan José Morales
Hace ocho años, el 2 de febrero de 2004, publicamos en esta columna un comentario titulado «La milpa al rescate de la caoba». En él hablábamos de las investigaciones realizadas en Quintana Roo por las biólogas Patricia Negreros Castillo y Laura Snook «”mexicana la primera y norteamericana la segunda»” sobre la posibilidad y conveniencia de utilizar las tradicionales milpas mayas para sembrar árboles de caoba y otras maderas preciosas simultáneamente con el maíz, la calabaza y demás productos usuales en la milpa, y de ese modo lograr que al cabo de algún tiempo, una vez restablecida la vegetación selvática en el terreno, pudiera haber más ejemplares de tales árboles, ahora muy escasos en las selvas peninsulares por la sobrexplotación de que fueron objeto durante décadas.
La producción de caoba es muy limitada porque es una especie de lento crecimiento y fue sobrexplotada. Pero sus poblaciones podrían incrementarse combinando la reforestación con la agricultura milpera.
Decíamos en ese entonces que el procedimiento estaba siendo probado desde 1996 en el sur de Quintana Roo pero «”dado el lento crecimiento de la caoba»” habría que esperar todavía unos años más antes de poder sacar conclusiones.
Pues bien, el plazo ya se venció. Recientemente, en la conferencia anual del Centro Internacional de Investigaciones Forestales en la universidad norteamericana de Yale, se dieron a conocer los resultados de once años de observaciones sobre los resultados de los experimentos realizados en las selvas de Quintana Roo. Y, ciertamente, son muy alentadores.
Según el informe, se encontró que en los diversos terrenos de milpas en los cuales se sembraron semillas de caoba, cedro y otras especies maderables valiosas, hubo un notable incremento en el número de ejemplares de esos árboles una vez que «”tras dos o tres años de cultivo, y como se habitual»” se abandonó el terreno y comenzó a restablecerse la vegetación selvática original.
Tales resultados, a juicio de los investigadores, se deben a que para crecer con rapidez y tener mayores probabilidades de sobrevivir, esas especies requieren de abundante luz solar. En las condiciones naturales de la selva, dichas condiciones son muy raras, debido a que el denso follaje mantiene el suelo en penumbra y las plántulas reciben sólo un mínimo de radiación solar. Es únicamente cuando por alguna circunstancia cae algún gran árbol y se abre un claro, que las pequeñas plantas reciben suficiente luz y puede dispararse su crecimiento.
En las milpas, en cambio, sobra luz, ya que se derriba casi toda la vegetación arbórea, dejando sólo algunos ejemplares de árboles especialmente valiosos. Si ahí se siembran caobas, cedros y otros árboles de especies finas, durante varios años tendrán condiciones óptimas para su crecimiento y por tanto habrá mayor densidad de esas especies en la selva recuperada.
Pero no en cualquier terreno deforestado ocurre eso, sino específicamente aquellos en los cuales se practica la agricultura milpera tradicional de tumba, roza y quema. Durante la investigación, y con fines comparativos, se desmontaron varias parcelas con maquinaria pesada y «”sin realizar cultivos milperos en ellos»” se sembraron caobas, cedros y otras especies. Al cabo del tiempo, se vio que en las antiguas milpas había mucho más ejemplares de árboles de maderas comercialmente valiosas que en los terrenos simplemente deforestados. Además, los árboles eran diez por ciento más gruesos que en las zonas arrasadas con maquinaria pesada.
Estos alentadores resultados indican que la vilipendiada milpa maya, la agricultura de tumba, roza y quema, que algunos ecologistas despistados califican de bárbara y destructora, puede utilizarse no sólo para aumentar la producción de alimentos básicos sino también para recuperar la riqueza forestal perdida. Sólo es cuestión de una buena planeación agroforestal.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Viernes 17 de febrero de 2012. Reproducción autorizada por Juan José Morales.