La odisea de Clarke

LA ODISEA DE CLARKE

Mauricio-José Schwarz

Sri Lanka, que llevó el nombre de Ceylán hasta 1972, es una isla al sureste de la India notable como remanso de tranquilidad, con clima tropical, catorce millones de habitantes y una capital de apenas medio millón de personas. En síntesis, no es exactamente la urbe tecnológica donde se supondría que nació 2001, odisea del espacio. Menos aún nos imaginamos que el ya maduro pero aún fuerte caballero de origen inglés que se pasea por las calles de Colombo vestido con un floreado sarong, escudriñándolo todo desde atrás de unas gruesas gafas, es el autor de varias de las más famosas obras de la ciencia ficción universal.

ArthurCClarkeArthur Charles Clarke nació en la Gran Bretaña en 1917 e inició su carrera como escritor en 1946, algo extraño dentro de un género donde es frecuente lograr la primera publicación antes de los veinticinco años de edad por la juventud y el entusiasmo de los aficionados que poco a poco van nutriendo las filas de los profesionales. En 1951 publicó su primera novela, Preludio al espacio, que se convirtió en un clásico instantáneo, a tal grado que, pese a que su tema ya se ha hecho realidad (los problemas y obstáculos previos al primer viaje espacial del hombre), -la novela sigue reditándose y es leída con igual gusto que antes del histórico vuelo de Gagarin.

Tal fue el inicio de una extraordinaria carrera que en poco tiempo llevó a los lectores a considerar a Arthur C. Clarke como uno de los cinco mejores autores de CF de todos los tiempos, por encima -al menos en las preferencias populares- de Harlan Ellison, Philip K. Dick e incluso el propio Ray Bradbury.

En 1953 Arthur C. Clarke publicó una colección de relatos, Expedición a la Tierra, que concluía con un breve relato de 11 páginas, El centinela. Un relato más, escrito con la tradicional maestría de Clarke que llevó a H. H. Holmes a decir de él: «Piensa al mismo tiempo como poeta y como ingeniero». Pero nada hacía suponer que sería uno de los más trascendentales cuentos jamás escritos. Clarke siguió escribiendo y en 1956 se trasladó a Ceylán, por entonces dominio de la Comunidad Británica de Naciones, donde permanece hasta la fecha, fascinado por el lugar y dedicado en gran medida al buceo. Su interés por este deporte es tan grande que parte de su fortuna proviene del salvamento de tesoros de barcos hundidos.

Pero su máximo tesoro fue El centinela. A mediados de los sesentas lo llamó Stanley Kubrick para que hicieran una película basada en las propuestas de ese relato. La idea se expandió, se alimentó de ambos genios y finalmente eclosionó como 2001: odisea del espacio, que apareció simultáneamente como película y como novela.

Clarke propuso, en un cuento escrito en 1945, la posibilidad de poner satélites en una órbita geoestacionaria (esto es, que se mantengan siempre sobre el mismo punto de la Tierra) para utilizarlos como «puente» de las comunicaciones electromagnéticas. Poco después empezó a usar el tema en sus conferencias y artículos y, dado que hablaba con bases científicamente firmes, pronto se llevaron a cabo sus propuestas y el satélite «Pájaro madrugador» se puso en órbita en 1962. Clarke afirma que en ese momento perdió cientos de millones de dólares por no haber patentado a tiempo su idea. Lo dice en broma, claro.

Además de su labor como escritor de imaginación, Clarke se ha destacado como divulgador de temas científicos y promotor de obras humanitarias, lo que le valió en 1962 el premio Kalinga que concede la UNESCO a los difusores de la ciencia. Este tipo de trabajo de hecho retiró por completo a Clarke de su labor como narrador hasta 1982, cuando a instancias de un grupo de lectores y estudiosos de 200l decidió finalmente intentar una secuela, 2010: odisea dos, que resultó sin duda una de las mejores jamás escritas en la CF. En ella tenemos de vuelta a la neurótica computadora HAL 9000, sabemos lo que le ocurrió a Dave Bowman y asistimos a la creación de un sistema solar en términos perfectamente plausibles desde el punto de vista científico, todo ello escrito con el estilo que, según un crítico estadunidense, «obliga al lenguaje a hacer maravillas».

Una de las cosas que más molesta a Clarke, según él mismo, son los obstáculos que las mentes pobres ponen para evitar el avance del pensamiento científico. La fe de este autor por la ciencia y lo que ofrece al género humano al convertirse en tecnología es quizá la constante más notable en su obra. Lo mismo previene contra el uso irresponsable de la ciencia como apoya sus logros positivos, «Sólo estamos realmente vivos», nos dice, «cuando estamos conscientes, cuando interactuamos con el universo al más a lo nivel emocional o intelectual. Los científicos y los artistas hacen esto».

El tener no sólo respeto por la ciencia, ni comprenderla, sino estar verdaderamente enamorado del conocimiento humano es algo que pocas personas, incluso entre los autores de CF. pueden hacer. En un mundo donde la tendencia al pensamiento anticientífico crece conforme aumenta la inseguridad, la crisis económica y el peligro del Armagedón nuclear, la voz de Clarke es sin duda una bienvenida. Es uno de los ideales de la CF, el verdadero puente entre la ciencia y la ficción, entre el conocimiento y el sentimiento, entre las herramientas frías y las grandes aspiraciones del hombre que sabe usar la herramienta en su búsqueda por la trascendencia.

LAS LEYES DE CLARKE

1ª Ley

Cuando un científico reconocido pero de cierta edad* afirma que una cosa es posible, lo más seguro es que esté en lo cierto. Pero si afirma que algo es imposible, casi seguramente está equivocado.

2ª Ley

Para conocer los límites de lo posible debemos trascenderlos, cruzándolos para entrar en lo imposible.

3ª Ley

Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

*En este contexto, «cierta edad» se refiere a los mayores de 30 años.

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