¡Nos cae encima el Skylab!

¡NOS CAE ENCIMA EL SKYLAB![1]

Por Mauricio-José Shwarz

skylabUna vez pasados los momentos da gloria de la conquista de la Luna, los norteamericanos se lanzaron de lleno a un nuevo proyecto: el del laboratorio espacial. Motivados en su amor propio por el avance de los soviéticos en el terreno de las estaciones orbitales, se apresuraron a poner en órbita el Skylab, una estación, que no ha tenido el éxito esperado.

LA PRIMERA TRIPULACION

El 14 de mayo de 1973 partió de Cabo Kennedy un cohete del tipo Saturno V, conduciendo un novedoso laboratorio espacial. El Skylab mide 40 metros de longitud, pesa unas 85 toneladas y su costo (aparte del lanzamiento) fue de 60 millones de dólares. Ya habiendo sido puesto en órbita, el Skylab desplegó sus dos enormes paneles solares, los que habrían de proporcionar energía a todos sus sistemas. Sin embargo, el panel izquierdo de la nave (vista desde arriba) se desprendió del cuerpo principal, accionando por esta razón, apenas a la mitad de su capacidad.

Once días después, el 25 de mayo, una tripulación formada por Charles Conrad, Joseph Kerwin y Paul Weitz, despegó en una cápsula tipo Apolo para reunirse con el Skylab. Los astronautas lograron llevar al cabo una serie de experimentos biomédicos y algunos análisis sobre los recursos naturales de nuestro planeta, pese aun a la falta de energía eléctrica. Esta primera tripulación efectuó su regreso a la Tierra el 22 de junio siguiente.

La pérdida del panel solar del Skylab fue apenas el principio de los muchos problemas que habrían de rodear la historia (aún inconclusa) de este magnífico laboratorio orbital.

LAS DOS TRIPULACIONES SUBSECUENTES

La segunda misión que se realizó en la estación la formaron los astronautas Allan Bean, Owen Garriott y Jack Lousma, quienes también fueron lanzados en una cápsula Apolo desde Cabo Kennedy, el 28 de julio de 1973. En su navegar de la Tierra hacia el laboratorio espacial, los tres tripulantes tuvieron serios problemas al empezar a sufrir fallas en los pequeños reactores que sirven para maniobrar la cápsula. Estos mini cohetes sirven para dirigir las naves espaciales, y sólo requieren de un empuje mínimo para corregir su curso, pues no están sujetos a los problemas atmosféricos de fricción.

Al hacer crisis el problema, Cabo Kennedy inició el urgente adiestramiento de otra misión a fin de rescatar a los tres hombres. Volvía a aparecer el fantasma de los «siete mártires del espacio» sobre Cabo Kennedy. Sin embargo, los problemas se solucionaron y los astronautas llegaron al Skylab. Una vez allí, colocaron nuevos paneles solares, aunque improvisados, para compensar la pérdida de energía, y cambiaron los giróscopos de la nave. Quizá fue este cambio de giróscopos (realizado casi de emergencia, los cuales distan mucho de ser ideales desde el punto de vista de ingeniería de precisión, los que han planteado la amenaza del Skylab.

Esta segunda tripulación retornó a la tierra el 25 de septiembre y reportó que el laboratorio del cielo estaba en condiciones de albergar una nueva tripulación. Esta tercera misión estuvo integrada por Gerald P. Carr, Edward G. Gibson y William R. Pague y partió el 16 de noviembre de 1973 para volver el 8 de febrero de 1974, en lo que fue, en aquella época, todo un record de permanencia en el espacio. Los astronautas en esta ocasión, dirigieron sus esfuerzos al espacio exterior, analizando el origen del universo.

Al partir ellos, el Skylab ha que- dado abandonado, y según parece para siempre.

¡SE CAE! ¡SE CAE!

En 1978 se volvió a hablar del Skylab.

Pero las noticias ahora no eran tan atractivas como aquélla en que se informaba que la araña que se había llevado al laboratorio se encontraba perfectamente adaptada a la falta de peso y construía su tela con regocijo.

Las noticias eran que el Skylab estaba cayéndose.

Desde que fue abandonado en 1974, el gigantesco aparato había perdido 25 kilómetros de altura, y cualquiera que pudiese sumar dos y dos con eficiencia podía darse cuenta de que tarde o temprano se vendría abajo.

Después se supo lo que ello significaría. Diariamente entran a la atmósfera terrestre satélites antiguos y diversas formas de chatarra espacial. Sin embargo, al reingresar tienden a desintegrarse casi completamente debido a sus características de peso, densidad, etcétera, aunque de cuando en cuando ciertos fragmentos llegan a suelo firme. La mayoría de estos satélites pueden ser maniobrados de tal suerte que caigan en el mar o en zonas despobladas. Pero esto no ocurrirá con el Skylab.

En noviembre de 1978 se realizó un último esfuerzo por maniobrar el gigantesco laboratorio a una órbita segura. El día 25 en la mañana, el centro espacial Johnson, de Houston, Texas, envió la señal… y fracasó.

EL SPACE SHUTTLE, ESPERANZA FALLIDA

Los primeros cálculos realizados por la NASA indicaban que el Skylab reingresaría a la atmósfera terrestre hacia fines de 1979 o principios de 1980. La esperanza recayó en el famoso «taxi espacial» o space shuttle, la nave reutilizable que recientemente han desarrollado los laboratorios Rockwell para la NASA. Calculándose que la primera de estas naves, el Enterprise (llamado así en honor a la nave de la serie de TV Viaje a las estrellas) podría realizar su primer viaje espacial en septiembre de este año, se propuso que su primera misión fuese reunirse con el Skylab y fijar le un pequeño cohete que lo llevase de nuevo a una orbita segura.

Pero la esperanza pronto murió. El Enterprise, siendo en realidad la primera verdadera nave espacial jamás creada, ha tropezado con inevitables contratiempos y dificultades menores que han pospuesto definitivamente su primer vuelo orbital hasta principios de 1980.

Entretanto, el Skylab sigue cayendo. Un cable procedente de Washington informó al mundo que el 15 de diciembre, el presidente de los Estados Unidos, James Carter, había tomado la decisión de abandonar todo intento de rescate.

«NO PASA NADA, DEJENLO CAER»

La decisión dejó estupefactos a quienes se enteraron de las brevísimas notas que los diarios dedicaron a la mortal noticia. La decisión presidencial fue mantenida en secreto durante cuatro días y se justificó con la simple afirmación de que hay muy pocas probabilidades de mantener al Skylab en órbita. Para ese momento, el enorme laboratorio estaba en órbita a una altura de 370 kilómetros.

Los técnicos de la NASA se apresuraron a afirmar que las probabilidades de que los restos del aparato dañaran vidas o propiedades eran mínimas. Los escandalosos, que nunca faltan, afirmaron que la caída de un aparato de 85 toneladas causaría un daño mayor que el de la explosión de Tunguska. Ambos exageraban. La mayor parte del Skylab sí se desintegrará en las capas superiores de la atmósfera, limitándose a brindar un espectáculo visual extraordinario. Pero los propios científicos de la NASA tuvieron que admitir que unos 400 o 500 fragmentos del Skylab, con un peso total de 20 a 25 toneladas, llegarán a tierra. Entre ellas, habrá dos piezas con un peso de… ¡dos toneladas cada una!

Estas 25 toneladas de basura cósmica podrían caer en cualquier parte de Estados Unidos hasta Sudamérica, Europa, África, Australia, Nueva Zelanda o, con suerte, en algún océano de los comprendidos entre los 50 grados de latitud norte y sur. La «huella» del Skylab sería una faja de unos 150 kilómetros de ancho y 6,500 kilómetros de largo. Si esto no es una catástrofe, no sabemos qué lo sea.

Discretamente, entretanto, la NASA ofreció suministrar ayuda médica y de cualquier otra naturaleza en caso de que se necesite aunque insiste en que no hará falta.

LEGISLACION Y ACUERDOS SOBRE EL ESPACIO ORGULLO Y PREJUICIO

Apenas dos años antes de que Neil Armstrong pisara la Luna, se aprobó en la ONU un acuerdo a través del cual se determinaba que el espacio exterior no podía ser reclamado por ningún país, y que todo lo que en él se hiciera sería considerado como una realización en nombre de la Humanidad, independientemente del país que lo hubiese logrado. Este acuerdo impidió, de algún modo, que Estados Unidos o la Unión Soviética reclamaran para sí nuestro satélite.

Esta internacionalización del espacio debe ser un hecho y no quedar exclusivamente en el papel.

Dentro del concierto de grillos que se inició a raíz del problema del Skylab, la única solución coherente fue rechazada sin siquiera plantearla claramente. El único que ha hablado a favor de esta solución lo ha sido el escritor de ciencia ficción Ben Bova, autor de libros especializados, precisamente sobre la legislación del espacio exterior.

En un artículo que sin duda ha sido una bomba, Ben Bova afirmó que la única solución es… pedir ayuda a los soviéticos. Bajo .el título de Orgullo y prejuicio en el espacio. Bova afirmó en la revista Omni que los adelantos logrados por los soviéticos en el terreno de las operaciones orbitales, con sus numerosos laboratorios Salyut, los capacitan para acercarse al Skylab y ponerle el cohete que salvaría a la Tierra de la posible destrucción de muchos bienes y vidas. Quizá nadie más pueda hacer nada.

Extraña posición ésta para un norteamericano, pero única solución posible y racional. Bova dice, simplemente: «dejamos nuestros prejuicios y pedimos ayuda a los rusos… o empezamos a cavar refugios».

LOS QU E ESTAMOS BAJO LA AMENAZA HEMOS DE TOMAR LA PALABRA

Quienes estamos en la zona de peligro de la «bomba Skylab» no intervenimos directamente en el conflicto EU-URSS. En última instancia no debe importarnos si los prejuicios o la guerra fría se han intensificado o han disminuido, Sobre nuestras cabezas pende la amenaza de 25 toneladas de basura que pueden golpearnos… y hacerlo fuertemente. Si en realidad el espacio es para beneficio de toda la humanidad, también toda ella debe preocuparse por los peligros que de él se desprendan. Necesitamos hacer saber a las potencias interesadas que no es posible pedirnos que nos sentemos tranquilamente a esperar, en una gigantesca ruleta rusa, a ver si no nos pega un «giróscopo» perdido o una «palanca» viajando a trescientos kilómetros por hora.

Si la única esperanza para evitar la tragedia lo es la tecnología rusa, nosotros, las potenciales víctimas, debemos hacernos oír y pedir a norteamericanos y soviéticos que enfrenten el reto con una verdadera conciencia de colaboración en bien de la humanidad.

Incluso es imposible predecir lo que puede ocurrir después de la caída del Skylab, sobre todo si hay muertes. Si este aparato llega a caer, los culpables seremos todos. Y los prejuicios habrán ganado otra batalla contra la humanidad.


[1] Publicado originalmente en Contactos Extraterrestres No. 57, México, 7 de marzo de 1979. Págs. 18-20 y 46.

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