Durante la Segunda Guerra Mundial, EEUU quiso reinventar el avión. Lo que le salió fue un platillo volante
Carlos Prego
Ni un pájaro. Ni un avión, o no al menos uno convencional. Ni desde luego Supermán. A comienzos de la década de 1940 algunos vecinos de Connecticut, en EEUU, observaron ojipláticos cómo se deslizaba sobre sus tejados una especie de mantarraya voladora, una nave dotada de dos enormes hélices y algo más de ocho metros de largo por siete de ancho. Tan estrafalario era el aparato que más de un lugareño volvió a casa convencido de que había visto un ovni. Otros, menos crédulos y con más humor, la identificaron como una “tortita voladora”.
Ni nave extraterrestre ni tortitas de desayuno con hélices, claro. Lo que los cariacontecidos vecinos de Connecticut vieron sobre sus cabezas —eso es lo que se cree hoy— era el V-173, una nave experimental financiada por la Armada de EEUU y con un diseño lo suficientemente peculiar como para haberse colado con todas las de la ley en el ranking de los aviones más extraños de la historia.
Para conocer su historia hay que remontarse a la década de 1930, cuando el ingeniero Charles H. Zimmerman, del Comité Asesor Nacional de Aeronáutica (NACA) —órgano predecesor de la actual NASA— decidió replantearse el concepto de avión convencional. Su idea de partida era más o menos sencilla, al menos sobre el papel: ¿Cómo respondería una aeronave con forma discoide, una que cambiase las alas tradicionales por otras con un diseño mucho más grueso y corto?
Repensando los aviones
El V-137, más conocido como “Flying Pancake”.
Para salir de dudas Charles H. Zimmerman ideó lo que acabaría convirtiéndose en el Vought V-173, una aeronave plana y de forma redondeada, motores Continental A-80 y dos enormes hélices de madera de cinco metros de diámetro, tan grandes que le obligaban a descansar inclinada y con el moro orientado hacia arriba, formando un ángulo de 22º. Cada vez que quería despegar o aterrizar el piloto necesitaba mirar a través de las ventanillas que se abrían a sus pies.
Para 1935 Zimmerman había solicitado ya una patente y poco después, y con el visto bueno de NACA, acudía a la United Aircraft Corporation y la División Chance Vought Aircraft para darle forma. El diseño redondeado del V-173 quizás resultase curioso, pero la Marina decidió apostar por aquel avión bautizado con sorna como “Flying Pancake” —lo cierto es que sí tenía forma de tortita— y en 1940 firmó un contrato para hacerse con un prototipo. Poco más de dos años después, el 23 de noviembre de 1942, la aeronave afrontaba su primer vuelo de prueba.
En el 42 soplaban los vientos de la Segunda Guerra Mundial y EEUU —que solo unos meses antes había sufrido el ataque de Pearl Harbor— buscaba la forma de contrarrestar los ataques de los kamikazes y submarinos nipones dotándose de nuevos cazas capaces de despegar desde cualquiera de sus embarcaciones. Con semejante telón de fondo, los V-173 aspiraban a ofrecer una ventaja táctica a la Marina: aviones con un despegue y aterrizaje cortos y casi verticales.
V-173 restaurado en el Museo Frontiers of Flight en Dallas, en Texas.
“Es un avión único. Zimmerman teorizó que los aviones podían volar a velocidades muy lentas con un diseño de ala de relación de aspecto extremadamente baja. La resistencia la minimizó colocando hélices de gran diámetro en los extremos de las puntas de las alas circulares”, explica Frontiers of Flight Museum antes de desgranar la ficha del V-173: 7.11 metros de envergadura, 8.13 de largo y 4.5 de alto con un peso de 1,024 kilos. La estructura incluía madera y lona, estaba preparada para un piloto e incorporaba dos motores Continental A-80 de cuatro cilindros que le permitían alcanzar un máximo de 222 km/h.
Entre finales de 1942 y marzo de 1947 el V-173 completó más de 190 vuelos de prueba durante las que acumuló más de 130 horas, parte de ellas con el popular piloto Charles Lindbergh —el primer hombre en volar solo a través del Atlántico— sentado a los mandos. El prototipo presentaba una vibración excesiva y al menos en una ocasión se vio obligado a realizar un aterrizaje forzoso, pero a la Armada estadounidense seguía convenciéndole la propuesta de Zimmerman y en septiembre de 1941 encargó dos nuevas versiones militares.
Versión XF5U-1 durante una de sus pruebas.
El V-173 en un túnel de viento.
El resultado fue un rediseño de la nave, fabricada ya con metal, dos motores Pratt & Whitney R-2000 de mayor potencia y un tren de aterrizaje retráctil. También se rebautizó. El V-173 dio paso al XF5U. Y entre los técnicos ligados al proyecto pasó a hablarse con ironía del “Flying Pancake” al “Flying Flapjack”.
Las mejoras no fueron suficientes sin embargo para salvar el proyecto. En 1947 las autoridades decidieron jubilar aquellas peculiares aeronaves con forma de postres y que habían agitado el miedo a los ovni años atrás. La razón: nuevos tiempos, nuevas necesidades, nuevas tecnologías. En el 47 la Guerra Mundial había ya finalizado y la ingeniería avanzaba hacia los motores a reacción.
“Siempre iba a ser más lento que un avión a reacción y estos empezaban a tener un uso práctico. La Marina se dio cuenta de que el desarrollo iría en esa dirección tan pronto como los fabricantes y diseñadores pudieran hacerlo posible”, señala Russel Lee, del Museo Nacional del Aire y el Espacio, a Smithsonian Magazine. No fue su único hándicap. Si bien los diseños de Zimmerman tenían sus ventajas, también presentaban inconvenientes, como la disposición de los motores, incrustados en la sección central del fuselaje. “Complicaba llegar a ellos para trabajar”, añade.
Hoy el V-173 sobrevive como una rareza de la industria aeronáutica…
… Y probablemente también, de forma involuntaria, en la crónica ovni de EEUU.