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¿Solos en el universo?

¿SOLOS EN EL UNIVERSO?[1]

Mario Méndez Acosta

FrankDrake Ha cobrado cada vez más fuerza, entre los científicos que estudian lo que ocurre en el cosmos, la inquietante convicción de que muy posiblemente la nuestra sea la única civilización tecnológicamente avanzada que existe, si no en todo el universo, sí por lo me­nos en nuestra gigantesca galaxia, la Vía lác­tea, con todo y sus cientos de miles de millones de estrellas.

La simple magnitud de este inimaginable número de astros ha propiciado que gran número de astrónomos, cosmólogos y exobiólogos -biólogos sobre el espacio exterior- considerasen como algo casi imposible el hecho de que nuestro sistema solar fuera el único en el que hubiese surgido vida inteligen­te, capaz de desarrollar una tecnología avan­zada y sistemas radiales de comunicación o aun viajes espaciales.

Algunos investigadores, como Frank Drake y Carl Sagan, llegaron a elaborar una fórmula matemática, con la que se puede calcular el nú­mero probable de civilizaciones tecnológicas que existirían en la Vía láctea. Tal fórmula iba eliminando, primeramente, las estrellas sin pla­netas; luego, aquellas con planetas con vida aún primitiva y finalmente aquellas con planetas in­habitables; luego, aquellas con vida inteligente que no hubieran desarrollado tecnología. A pe­sar de esta eliminación selectiva, el total rema­nente de presuntas civilizaciones que obtiene esta fórmula es relativamente elevado: alrede­dor de cien mil o más posibles civilizaciones avanzadas. Pero tal cálculo todavía depende de un factor básico adicional, que es la duración esperada de las civilizaciones tecnológicas que se llegasen a formar.

Sagan En efecto, consideremos por un momento nuestra propia civilización en la Tierra. No te­nemos aún más de un siglo de haber desarrolla­do la electrónica, y solamente unas tres décadas de haber logrado el viaje espacial, sin embar­go, en ese corto plazo nos hemos puesto ya en peligro de aniquilamos a nosotros mismos con una guerra nuclear. Aunque ese peligro ha sido conjurado por el momento, no podemos des­cartar que resurja en un futuro no muy remoto. No es imposible que ocasionemos una catás­trofe tal que si bien nos va, nos llevaría de nue­vo a la edad de piedra.

Ello quiere decir que si ocurre que las civi­lizaciones tecnológicas que evolucionen en la galaxia sólo cuentan con una vida promedio de unos pocos cientos de años, la fórmula de Drake llega a la conclusión de que en ningún momen­to de la larguísima historia de la Vía láctea ha existido más de una sola civilización avanzada, entre todos sus cientos de miles de millones de estrellas. Sencillamente, eso quiere decir que las civilizaciones no durarían lo suficiente como para que llegase a haber dos o tres de ellas sub­sistiendo al mismo tiempo.

JamesTrefil Los pesimistas, como el físico James Trefil y el astrónomo Robert Rood, sostienen otro argu­mento, planteado por primera vez por el físico italiano Enrico Fermi. Al ser interrogado si creía en la existencia de civilizaciones extraterrestres, respondió: «Y… ¿en dónde están?», refiriéndose al hecho de que su presencia sería inocultable ante los actuales medios de detección y obser­vación espacial a nuestro alcance. Si en la galaxia existen muchas civilizaciones tecnológicas avanzadas, entonces ¿dónde están?, ¿por qué no las detectamos? ¿Por qué no nos visitan?

Por supuesto, ninguno de los cosmólogos de importancia le concede ninguna validez o credibilidad a la hipótesis extraterrestre de los llamados ovnis, ya que todos coinciden en señalar que el día en que en verdad fuésemos visitados por una nave interestelar, todos nos daríamos cuenta, a causa del enorme tamaño, gasto de energía y emisión de energía degrada­da que requeriría cualquiera de esos artefactos. Su presencia no podría dejar de ser detecta­da, aun cuando apenas se fuera aproximan­do a nuestro sistema solar, ya que existe una vigilancia constante de los posibles objetos, como asteroides y cometas, que se internan en el mismo.

RobertRood Aseguran también algunos estudiosos que una civilización avanzada de varios miles de años de existencia no podría dejar de explorar el cosmos a través de las llamadas «máquinas de Von Neumann», enormes naves no tripula­das, dirigidas con inteligencia artificial avanza­da, capaces de, una vez descubierto un planeta habitable, construir ahí, réplicas de sí mismas que partirían, a su vez, a buscar más planetas en otros sistemas estelares, en los que repeti­rían el proceso, y así en adelante. Gracias al fenómeno de reacción en cadena que esto re­presenta, en tan sólo un millón de años se po­drían visitar todas las estrellas de la galaxia. Es claro que nunca ha recibido la Tierra ese tipo de visitantes, y jamás se han detectado señales de las que inevitablemente emitirían por toda la esfera celeste tales aparatos robot.

Ante tal falta de evidencia, la mayor parte de los cosmólogos concluyen que, en este mo­mento, casi seguramente estamos solos como seres inteligentes en nuestra vasta galaxia. Sin embargo, otros estudiosos del espacio no están de acuerdo. Para ellos, puede haber muchas ex­plicaciones sobre la ostensible ausencia de se­ñales y actividad de nuestros supuestos vecinos galácticos. Ello merece otro artículo.


[1] Ciencia y Desarrollo, Vol. 21, No. 123, Julio/agosto 1995, Pág. 104.

Viaje a las estrellas

VIAJE A LAS ESTRELLAS[1]

Mario Méndez Acosta

Para la persona común, la posibilidad de que el ser humano o alguna especie inteligente extraterrestre viaje de una estrella a otra, o hasta de una galaxia a otra, es cuestión de unos cuantos días «“o meses, en el peor de los casos-; es algo que está fuera de toda duda. Tal convicción es la base fundamental de la creencia, tan extendida, de que los llamados ovnis son precisamente naves extraterrestres que nos visitan por miles todos los días del año, en los diversos lugares del planeta, sin intentar -curiosamente- establecer contacto o con nuestra civilización.

Fermi Por el contrario, para quien ha tenido oportunidad de estudiar física moderna ­»“en especial la teoría relativista- y la cosmogonía actual, la impresión al respecto es la inversa. Las dificultades verdaderas que se oponen al viaje interestelar expedito son, para la mayor parte de los científicos modernos, prácticamente insuperables. Se resume su actitud en la pregunta que se hizo Enrico Fermi, desmintiendo la existencia de civiliza­ciones con la capacidad del viaje interestelar en las regiones cercanas dentro de nuestra galaxia: «¿En dónde están?», con lo que subrayó ­así que, de existir, su presencia sería inocultable tanto para los científicos como para la opinión pública.

ArthurCClarke Desde luego, para quienes han hecho un modus vivendi comercial de la promoción de la creencia popular en el origen extrate­rrestre de los ovnis, y que han establecido verdaderas sectas semirreligiosas sobre esta superstición, el problema del viaje inter­estelar es inexistente. Aseguran que para una tecnología muy avanzada ello no representa un problema. Al respecto se ha rescatado una de las afirmaciones del escritor Ar­thur C. Clarke, quien asegura que para cualquier civilización, una muestra de alguna tecnología muy superior resulta indistinguible de la magia. Esto es verdad; pero también cabe señalar que ningún avance tecnológico, logrado aquí, en la Tierra, ha violado o refutado alguna de las leyes fundamentales de la física. Así, a menos de que nuestro conocimiento de las leyes fundamentales de la naturaleza se halle profundamente equivocado, no es previsible un cambio tecnológi­co que permita saltarse con facilidad las terminantes restricciones que se ha detectado existen, por ejemplo, viajar a una velocidad mayor que la de la luz.

Hay, en efecto, algunas posibilidades teóricas de burlar esta restricción; pero todas, sin excepción, requieren del consumo de una cantidad excesivamente elevada de energía. Lo anterior haría que el costo de incluso el viaje interestelar rápido más corto se hiciese insufragable, aun para los recursos disponibles en una civilización avanzada por varios miles de años respecto a la Tierra.

Sin embargo, el viaje interestelar «len­to», es decir a velocidades muy inferiores a la de la luz, sí es algo factible, y la mayor parte de los futurólogos han contemplado su posi­ble intento en no más de un siglo hacia el por­venir. Para lograrlo habrá que utilizar dos posibles caminos: uno sería el de la hibernación de los tripulantes, quienes deberían estar dispuestos a dormir congelados durante varios siglos, hasta alcanzar algún destino interesante en las cercanías de nuestra galaxia. El otro camino es el de la construcción de arcas espaciales autosuficientes en oxígeno, energéticos, agua y combustibles, como para que varias ge­neraciones naciesen y murieran a bordo antes de alcanzar ese destino estelar remoto. Por tal medio se ha calculado que la especie humana podría colonizar toda la galaxia en no más de 2 o 3 millones de años, un tiempo en verdad reducido en las escalas geológica y cósmica.

Algunos han propuesto la posibilidad del viaje instantáneo, aprovechando un hipotético salto cuántico, a distancias arbitraria­mente lejanas, de todas las partículas subatómicas que forman nuestro organismo. Esto se denomina teleportación y se enfrentaría con algunos obstáculos teóricos fundamentales. En primer lugar no existe un solo caso de que alguna partícula subatómica se haya transportado a través del llamado efecto «túnel», factible según la mecánica cuántica, que se pretende aprovechar en esta propuesta, más allá de una distancia ultra-microscópica.

Por otra parte, se requeriría en el lugar de destino algún tipo de aparato receptor que permita recibir las partículas y construir el or­ganismo en cuestión. Finalmente, lo más com­plejo de un ser vivo es la información indis­pensable sobre la distribución relativa de cada una de las partículas subatómicas que lo for­man respecto a todas las demás. Tal informa­ción no va incluida en cada una de las partí­culas teleportadas, por lo que si no hay una manera de enviarla, lo único que se recibiría en el lugar de arribo sería una nube difusa de partículas aisladas que pronto se esparciría sin dejar huella. El óvulo fecundado de un ser hu­mano lleva en su material genético toda la in­formación para reconstruir un ser completo; no así sus partículas subatómicas. Las relacio­nes entre objetos son información pura, la cual no puede teleportarse. Hay otra consideración filosófica interesante que señala que si un hu­mano es teleportado, no se puede asegurar que lo que se reconstruya en el lugar de recepción no sea sino un duplicado exacto del viajero; pero de ninguna manera es el que inició el via­je quien, en verdad, ¡muere en el trayecto!


[1] Este artículo apareció en la serie «La Ciencia y sus rivales» en el número 115 de Ciencia y Desarrollo, (Conacyt), marzo-abril 1994, página 104.

Dianética, secta religiosa fanática

«DIANÉTICA, SECTA RELIGIOSA FANÁTICA»

Mario Méndez Acosta

Señor Director: Bastante reveladora resultó la carta de la doctora Consuelo Rincón, publicada en Foro de Excelsior el día 9 del presente.

En ella se identifica abiertamente, y por primera vez, a la disciplina llamada dianetica con todas las demás sectas religiosas fanáticas que nos ha venido invadiendo desde Estados Unidos, y en me­nor escala de otros países, un hecho Que lo he señalado repetidamente, pero que había sido negado enfáticamente o soslayado por sus voceros de esta secta en particular.

Se pone ahí de manifiesto también, la vocación fascistoide y totalitaria de esta organización, cuando su defensora, 1ª doctora Rincón, se declara partidaria de la quema de libros y publicaciones que no son de su peculiar gusto.

También, la doctora se pronuncia abiertamente en favor de la explotación de los jovencitos por sectas con orientación política, como es la Iglesia de la Unificación, del coreano Sun Myung. Moon, la que, después de someterlos a intensos y traumáticos lavados cerebrales, convierte a sus reclutas en verdaderos robots esclavos -conocidos popularmente en EU como «moonies»-, los cuales son obligados a pedir limosna y a cubrir cuotas mínimas cotidianas para la organización, so pena de humillantes castigos.

Berg De hecho, la mayoría de las sectas clasificadas como manipuladoras por el sociólogo británico Bryan Wilson (Sociología de las Sectas Religiosas, Ed. Guadarrama – Madrid, 1970), se dedican a reclutar jovencitos para explotarlos de diversas maneras. Los Niños de Dios, secta creada por un tal «Mo» Berg, no vacila en dedicarlos a la prostitución y al narcotráfico. Por cierto, y por ese motivo, esta secta fue objeto de persecución legal en México, hace unos nueve años.

Mo Berg.

Los Hare Krishna utilizan a los jovencitos para pedir limosna, también bajo el siste­ma de cuotas diarias obligatorias, y para vender los productos «orientalistas» que fábrica la secta. La Iglesia de la Cienciología -inventada por L. Ron Hubbard-, la cual trabaja en México por medio de las organizaciones que comercializan la dianética, utiliza a sus reclutas como mano de obra esclava, al hacerlos laborar sin sueldo, pagándoles, en cambio, con «becas» para estudiar sus carísimos cursos También han seguido esta táctica las sectas abiertamente criminales, como la familia Manson y la Iglesia de Dios de ­Jim Jones, la del suicidio masivo en Guyana.

Hubbard Todas estas sectas acuden al lavado cerebral más descarado para programar a sus reclutas: sesiones interminables de tediosa indoctrinación; reclusión prolongada; repetición interminable de consignas o rezos: periodos largos de abstinencia de alimentos, bebidas y sueño; técnicas diversas de hipnosis: administración de drogas «calmantes»; etcétera.

L. Ron Hubbard

Una vez programados, los jóvenes se convierten en seres sin voluntad, «verdaderos títeres en manos de los negociantes que controlan gerencialmente a las sectas. Si no tienen la fortuna de ser rescatados a tiempo, se condena a perder mu­chos años de su vida, hasta que la explo­tación se hace virtualmente intolerable, lo que les abre a muchos los ojos, o hasta que, en algunos tristes casos, son orillados al suicidio. Muy pocos tienen el dudoso privilegio de ocupar posiciones directivas dentro de la secta, en las que se pueden convertir en beneficiarios del sistema de explotación.

Por supuesto, una sociedad como la estadounidense, en la que miles de sus jóvenes caen en este criminal negocio, tiene que generar sus mecanismos de defensa. La doctora hace referencia en su carta -satanizándolo- al señor Ted Patrick, quien ha logrado rescatar a miles de jovencitos de las mafias religiosas. Patrick es un hombre de raza negra, religioso y conservador, que sirvió bajo la administración del gobernador Ronald Reagan en California. Un día, su hijo de 14 años fue enganchado por los Niños d­e Dios. Horrorizado por lo que vio que le habían hecho a su niño, lo sometió un tratamiento que logró neutralizar paso a paso el completo lavado cerebral de la secta, y logró así su rescate total. Desde entonces, Patrick se ha convertido en un verdadero héroe civil en Estados Unidos, a la vez que en el terror de las diversa, sectas gangsteriles. Como muchos de los jóvenes afectados son mayores de edad y como el tratamiento desprogramador de Patrick requiere aislar al sujeto, las sectas han podido demandar y acusar de secuestro a Patrick. Este ha sido procesado y condenado no una, sino varias veces por este motivo. Sin embargo, siempre ha logrado ser absuelto en sus apelaciones ante tribunales superiores. Después de declararlo inocente, en un juicio en Seattle el 13 de diciembre de 1974, el juez Walter McGovern comparó la situa­ción de Patrick con la de un peatón que se lanza a la calle desobedeciendo una señal de tránsito, pare salvar a un niño de ser atropellado por un auto, y después resulta multado por violar el reglamento de tránsito.

Patrick Las actividades de Patrick han logrado que en varios estados yanquis se aprue­ben leyes que permiten acusar a las sec­tas de «interferencia maligna con la vida familiar».

Ted Patrick

Un interesante relato de la trayectoria de Ted Patrick se puede encontrar en el libro La bomba de tiempo evangé1ica – The Gospel time bomb-, de Lowell D. Streiker (Ed. Prometheus, USA, 1984).

La doctora se manifiesta en su carta también partidaria de la acusación reaganiana contra la URSS de ser El imperio del mal. Lo malo de esta noción es que es parte de una serie de creencias apocalípticas fundamentalistas, que comparte Reagan, y que incluyen la certeza en la inminencia del Juicio Final.

No tiene nada se malo que un granjero del medio oeste yanqui crea en esto; pero cuando un Presidente, con el poder de desatar la guerra nuclear, comparte esta certeza, dicha creencia sectaria se con­vierte en un verdadero peligro para todos.

Se asusta la doctora de que algunos de los que combaten a las sectas se de­claren explicable y abiertamente ateos. Lo curioso es que la dianética y la doc­trina de la Iglesia de la Cienciología ¡tam­bién son ateas! En ningún lugar sus textos hacen referencia a un ser supremo digno de culto o al mismo Cristo. Su úni­co dios es el dinero y su profeta es L. Ron Hubbard. Acerca del ateísmo y el anticristianismo de la dianética, recomiendo echar un vistazo al libro Los nuevos cultos religiosos, del teólogo estadounidense William Petersen (Editorial Diana, México, 1976).

Nuevo repaso a la parapsicología

NUEVO REPASO A LA PARPSICOLOGÍA[1]

Mario Méndez Acosta

RussellTarg Mi artículo del pasado domingo, en donde reseñé una critica a la parasicología formulada por el filósofo argentino Mario Bunge y que se deriva de la aplicación a esta disciplina de una serie de criterios lógicos y filo­sóficos que definen la cientificidad de cualquier campo del conocimiento -proceso al que denominé Prueba de Bunge-, motivó algunos comentarios del señor Miguel Bueno en su columna Paideia que aparece regularmente aquí, en La Cultura al Dia.

Russell Targ.

Como sus afirmaciones pudieran desorientar a nues­tros lectores, considero necesario presentar algunas aclaraciones al respecto.

l-Señala enfáticamente el señor Bueno que «los espíritus desencarnados nada tienen que hacer con y en la parasicología». Esto es falso. Precisamente, uno de los temas que más apasionan a la parasicología actual es el fenómeno de las experiencias extracorpóreas, más conocido por sus siglas en inglés: OBE (out of body experiencies). Este fenómeno se ha investigado repeti­damente, entre otros lugares, en el Stanford Research Institute (SRI) -el cual, por cierto, no guarda ninguna relación con la universidad californiana del mismo nom­bre-. Los experimentos han corrido a cargo de los parasicólogos Russell Targ y Harold Puthoff, de gran cartel en el medio. Se pretende comprobar que, en cier­tos individuos, ya sea a voluntad o durante su sueño, puede ocurrir que su espíritu consciente se salga del cuerpo y realice actividades tales como observar lo que hay encima de un ropero o bien, viajar a través de lar­gas distancias. La posibilidad de la existencia de este fenómeno ha interesado, explicablemente, a ciertas de­pendencias del Pentágono, las que ya han financiado algunos experimentos. El dominio de esta facultad le permitiría a los servicios yanquis de inteligencia expli­car a placer en los más secretos archivos soviéticos o asistir sin ser detectados a las reuniones privadas del Politburó. Lamentablemente, los resultados obtenidos no han sido satisfactorios. Los procedimientos de investi­gación seguidos han sido revisados por expertos y pre­sentan las usuales características de descuido y falta de controles, estrictos, por lo pronto, los servicios de espio­naje del Tío Sam tendrán que seguir utilizando espías de carne y hueso, como lo atestiguan los recientes in­tercambios de agentes cautivos realizados con los países del Este. Ah, pero eso sí, los jugosos contratos de investigación seguirán lloviéndoles a los parasicólogos del SRI.

HaroldPuthoff Por otro lado, en los últimos años la parasicología se ha ocupado en repetidas ocasiones de estudiar e in­terpretar las grabaciones de las «voces» de los espíritus en casas abandonadas o en lugares aislados del campo.

Harold Puthoff.

Igualmente, la parasicología se preocupa por obtener evidencia acerca de la supervivencia del espíritu después de la muerte. De esto se habla abundantemente en el articulo Parapsicología de la Enciclopedia Interna­cional de las Ciencias Sociales (Aguilar, 1975), escrito por la parasicóloga Gertrude Schmeidler.

Es un hecho, entonces, que uno de los afanes funda­ mentales de la parasicología es el estudio de las acti­vidades de los espíritus desencarnados.

2-Miguel Bueno pretende descalificar una de las condiciones que fija Bunge, según la cual, el dominio de toda actividad científica debe estar integrado exclu­sivamente de entidades reales. Señala Bueno que, por ejemplo, las matemáticas no tratan sobre este tipo de entidades… La cuestión aquí reside en que las ma­temáticas no pretenden estudiar entidades reales, mien­tras que las seudociencías si afirman la existencia de entidades no sujetas al conocimiento científico, a la percepción ordinaria de los sentidos, o a las leyes básicas de la naturaleza. Por supuesto, el análisis de Bunge se refiere a ciencias naturales, básicas o apli­cadas, y no a ciencias formales como las matemáticas y la lógica que, manifiestamente, versan sobre rela­ciones entre diversas entidades abstractas. Esto, sin embargo, no quiere decir que las matemáticas estén aisladas de la realidad, todo lo contrario; las matemá­ticas rigen y describen estrictamente el comportamien­to del mundo. Se pueden elaborar modelos matemáticos que detallan las características del Universo, tanto del verdadero como de todos los físicamente posi­bles, y esta es una de las más importantes actividades de la cosmología contemporánea. Por otro lado, y muy significativamente, las matemáticas resultan incapa­ces de obtener un modelo teórico que represente fenómenos como el transporte instantáneo de informa­ción a distancia que implica la telepatía; la creación de energía de la nada que implica la telequínesis o el rompimiento de la relación causa-efecto que acarrea la precognición.

GertrudeSchmeidler Gertrude Schmeidler

3-El señor Bueno afirma que la parasicología «nunca ha pretendido presentarse como ciencia hecha y derecha». Esto también es falso. Basta con consultar la definición de parapsicología que nos presenta en la misma Enciclopedia Internacional de las Ciencias So­ciales la propia parasicóloga Schmeidler «“también de mucho prestigio en el medio-. Ella define a la pa­rasicología como «aquel sector de la ciencia que estudia cuestiones tales como la telepatía, la clarividen­cia, la precognición, la psicoquinesis y la supervivencia después de la muerte». Por supuesto que ella no excluye a la parasicología del cuerpo de la ciencia y difícilmente lo haría, ya que una de las obsesio­nes principales de los parasicólogos es lograr el reconocimiento «oficial» de su disciplina como ciencia legitima.

Presentándose así, como ciencia hecha y derecha, la parasicología logró, gracias al apoyo de la antropó­loga Margaret Mead, su admisión, en 1973, como disciplina afiliada a la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS). Sin embargo, más de diez años después, en vista de que en todo este plazo la parasicología no ha presentado ante tal academia un solo trabajo que detalle un experimento replica­ble, o bien, cualquier evidencia concreta y observable de un fenómeno paranormal y ni siquiera una teoría coherente sobre su campo de estudio, algunos científicos de la AAAS, como el físico John A. Wheeler han solicitado la expulsión de la parasicología de esta asociación.

Las ansiadas credenciales de ciencia «hecha y de­recha» le permiten a la parasicología alcanzar los codiciados contratos de investigación que de otra ma­nera nunca obtendrían sus practicantes.

El señor Bueno evidentemente subestima a los parasicólogos.

MargaretMead Margaret Mead

4- También señala mi indignado critico que la parasicología, no siendo una ciencia hecha y derecha, si es, sin embargo, una «paraciencia», dando a enten­der con este término que se trata de una ciencia en formación… Una denominación más adecuada para expresar este concepto -la cual se usa ya normalmen­te en el estudio de la actividad científica- es la de protoCiencia, ya que «paraciencia» significa «al lado de la ciencia» y no necesariamente implica evolución.

La parasicología lleva como protociencia más de cincuenta años y no ha logrado establecer un solo caso incontrovertible o una aplicación observable y repe­tible y tampoco un solo intento de explicación teórica de lo que investiga. Mi impresión es que seguirá en esa etapa por un tiempo indefinido.

Bunge es más severo. Nos recuerda que una de las características más notables de cualquier seudociencia es un rechazo indignado a la crítica científica. Agrega que la parasicología, como toda seudociencia, «no pue­de progresar, porque se las arregla para interpretar cada fracaso como una confirmación y cada crítica como un ataque».

Señalaba yo que uno de los objetivos que le des­cubre Mario Bunge a la parasicología es el de servir como sustituto a un sentimiento religioso marchito, lo que implica la posibilidad de que la creencia en la parasicología se convierta en algunas personas en mo­tivo de fe. Esto quizás sea la explicación de la viru­lencia de la reacción de Miguel Bueno cada vez que abordo este tema en particular.

RayHyman Ray Hyman

Existe, empero, un hecho incontrovertible: una parte muy importante de la comunidad pensante de todo el mundo no considera a la existencia de los fenóme­nos paranormales como algo probado y establecido, sino, más bien, opina que ocurre todo lo contrario. En este grupo se encuentran, además de Bunge, filósofos como Ernest Nagel, Yves Galifret y Sidney Hook; si­cólogos como B. F. Skinner y Ray Hyman; científicos como Stephen Jay Gould y James Oberg, al igual que muchos otros pensadores más, que se han dedicado a recorrer el mundo investigando estos supuestos fe­nómenos.

Considero que este hecho debe ser conocido por el público en un país como el nuestro, en el que la charlatanería y la seudociencia tienen acceso casi ilimitado a todos los medios de comunicación.

Finalmente, cabe comentar el ejemplo que ofrece Miguel Bueno acerca del hipnotismo, el cual fue consi­derado en sus orígenes como un fenómeno paranormal y que resultó, a la postre, ser algo perfectamente natural y explicable para la ciencia. Este ejemplo no es precisamente aplicable a nuestra discusión. Lo mismo se podría decir, en todo caso, acerca del rayo, consi­derado algo sobrenatural por el hombre de las cavernas y después, como algo ordinario por el hombre moderno. Tanto el rayo como el hipnotismo obedecen a leyes básicas de la naturaleza. Los fenómenos que postula la parasicología no lo hacen. Se necesitaría que se formularan nuevas leyes que admitan lo para­normal. Esta sí seria una tarea interesante que pu­dieran emprender los parasicólogos… o el señor Bueno.


[1] Este artículo se publicó originalmente en el Excelsior del 14 de julio de 1985.

Vida después de la muerte ¿Realidad o engaño?

Vida después de la muerte

¿REALIDAD O ENGAÑO?

Mario Méndez Acosta

A lo largo de la historia, el hombre ha manifestado en multitud de formas su repugnancia a la idea de extinción total de la conciencia que implica la muerte.

No es ningún secreto que la supervivencia en el más allá ha sido el motor y fundamento de la mayoría de las religiones.

Sin embargo, no deja de ser curioso que en ciertas culturas no haya existido tal expectación de inmorta­lidad o, por lo menos, de supervivencia post mortem. Así, por ejemplo, los hebreos inicialmente no incluían en su doctrina la creencia en un alma inmortal. Sola­mente después de su estancia en Egipto, surge en ellos el concepto de la inmortalidad. A pesar de esto, ciertas sectas judías, como la de los saduceos, rechazaban la existencia de un alma eterna ya por la época de Jesucristo.

La mayor parte de las religiones modernas postulan la inmortalidad del alma como una cuestión de fe, y la evidencia que presentan al respecto se basa siem­pre en manifestaciones abiertamente milagrosas o sobrenaturales. No obstante, ha surgido un grupo, cuyas ideas han alcanzada cierta difusión en los últimos diez años, que afirma poseer pruebas científicas de que existe la supervivencia conciente del individuo después del momento de la muerte.

¿EVIDENCIAS?

Moody Este grupo, que cuenta con el apoya oficial de la revista Reader»™s Digest, ha iniciado un movimiento casi místico con fuertes tintes seudocientíficos. Su ini­ciador fue Raymond Moody, norteamericano que, en 1975, lanzó su éxito de librería denominado Vida des­pués de la vida.

Moody, quien es médico siquiatra, basa sus hipóte­sis en la descripción de las experiencias de un gran número de casos de pacientes que han sufrido la llama­da muerte clínica al ser sometidos a operaciones qui­rúrgicas o al haber sido víctimas de accidentes o trau­matismos.

Moody describe una experiencia mortal típica como sigue: En el momento de mayor incomodidad el pa­ciente, semiinconsciente, escucha que el médico lo decla­ra muerto. A continuación percibe un molesto y fuerte zumbido y se siente absorbido y arrastrado a lo largo de un profundo túnel. Es entonces que se da cuenta que posé un nuevo cuerpo, con poderes muy distintos, y que puede ver a su antiguo cuerpo yaciendo en el lecho, rodeado del equipo médico de resucitación. Su punto de vista está muy por encima y alejado de su ya inminente cadáver. Puede observar a sus parientes y amigos fallecidos y se encuentra con un ser muy luminoso, un espíritu «cálido» y amable el cual le ayuda a rememorar, en forma instantánea, los acontecimientos de su vida pasada. Se apodera de él una sensación de sapiencia total… la sabiduría de siglos. Finalmente, alcanza una barrera, en la que, contra su voluntad, se le hace volver a su hospitalizado cuerpo. Después de ser revivido, el sujeto queda muy afectado emocionalmente y pierde el temor a la muerte.

CRITICA

Alcok El sicólogo James E. Alcock se ha encargado de investigar lo que hay de realidad en las afirmaciones de Moody y de otros impulsares de las teorías de la vida después de la vida, como Currie, Osis, Haraldsson y Kubler-Ross.

Primeramente, Alcock descubrió que las encuestas que supuestamente apoyaban estas ideas adolecían de muchos defectos metodológicos. Por ejemplo, los cuestionarios se dirigían a los médicos y a las enfermeras, y no a los pacientes. Se les preguntaba en general si sus pacientes habían visto tal cosa u otra al estar al borde de la muerte. De esto lo única que se puede deducir es que algunos médicos recuerdan a algunos pacientes que tuvieron algunas experiencias de seudo­muerte.

También detectó Alcock que Moody mismo acepta que hay pacientes que describen las mismas experien­cias en situaciones en las que la vida no estaba en peligro. Esto lo explica Moody diciendo que las drogas, medicamentos y las experiencias místicas pueden lle­gar a «disparar el mecanismo que deja escapar el alma del cuerpo».

Alcock describe también las condiciones del orga­nismo y de la mente cuando se encuentra el individuo en estada de sueño ligero (hipnagógico).

En esta situación la mente puede formar imágenes como figuras geométricas, luces, colores brillantes, rostros humanos conocidos o desconocidos y hasta paisajes bellos y grandiosos.

También revisa Alcock las investigaciones que se han realizado sobre las alucinaciones que se sufren bajo la influencia de diversas drogas o en estados de alteración nerviosa grave. Alcock halló pruebas de que una de las imágenes más comunes que surgen es la del túnel y la de una revisión mental panorámica de acontecimientos de la vida pasada del paciente. No hay duda de que las alucinaciones ordinarias contienen todos los elementos descritos por Moody como visiones del más allá.

Finalmente, se puede llamar la atención acerca de la naturaleza profundamente influenciada por aspectos culturales que tienen las experiencias de casi muerte.

Un anciano blanco, barbado, vestido con una túnica, canoso y de ojos azules le pregunta al presunto difunto: «¿Qué has hecho de tu vida, hijo mío?»… Esto suena lógico para un norteamericano de la clase media. Pero si se trata de un niño etiope que ha muerto de hambre a los ocho años de edad… ¿también llegará el anciano caucásico a preguntarle cómo aprovechó su vida?

Alcock concluye su análisis señalando algunos ries­gos que involucran esta y otras creencias seudocientificas similares. Existe par lo menas un caso docu­mentado de un suicidio, el de una madre que intentó confiadamente reunirse con su hija fallecida, influen­ciada par las ideas de Moody y socios.

Hay también algo más que molesta a Alcock, y es la extraña necesidad que tienen quienes impulsan esta mistificación de obtener evidencia sólida para apoyar su fe religiosa, engañando al lego con fines claramente proselitistas.