Luces en Mojanda: una noche con los buscadores de ovnis

Luces en Mojanda: una noche con los buscadores de ovnis

01.06.2025

por Damián De La Torre Ayora

imageUFO Camping Ecuador en la Laguna de Mojanda a –5 °C. Fotografía: CORTESÍA ® UFO CAMPING ECUADOR

Un grupo de personas sube hasta las lagunas de Mojanda para acampar y buscar ovnis. Entre rituales y linternas apagadas, las estrellas se abren paso en esta experiencia no apta para incrédulos.

Hay llovizna. No de esa que moja, sino de la que apenas roza la piel, hace que todo se sienta más vivo. En el cielo la niebla es el escondite de las estrellas. Es una noche fresca. Un grupo de personas —incluyéndome— se sientan formando un círculo y respiran profundo.

Dicen que para tener contacto con extraterrestres hay que estar en paz. Que no basta con mirar al cielo, hay que mirar hacia adentro primero. Un ejercicio de meditación tiene una regla primordial: mantener los ojos cerrados. Se cumple. Pero al abrirlos… el cielo se ha despejado. Como si alguien allá arriba hubiese arrancado el telón de un solo tirón.

Y, entonces, unas luces se mueven. Titilan. No es un avión. Tampoco un satélite. Ni una estrella fugaz. No es Superman. Estas luces danzan para nosotros, como si supieran que estamos allí, mirándolas.

Punto de encuentro

Esta historia nace con escepticismo. Con la misma incredulidad de Santo Tomás: “Ver para creer”. Con la errada idea de encontrarse con un grupo de frikis o hippies que se entretienen buscando ovnis (objetos voladores no identificados).

Lo cierto es que acampar para tener algún tipo de contacto con seres de otros planetas va más allá de la fe. La mayoría de los asistentes tiene claros sus argumentos. Hablan desde la evidencia. Explican los fenómenos en Roswell, Nuevo México (Estados Unidos); se refieren a los indicios de platillos voladores en las siembras de Warminster, en Inglaterra; conocen sobre los avistamientos en Wycliffe Well, en Australia, o en las líneas de Nazca, en Perú.

Son personas que no limitan su aprendizaje a programas de History Channel. Se trata de médicos, abogados, ingenieros de varias ramas, cosmetólogas, nutricionistas… Cada uno bien podría tener una maestría en Investigación, por todo su conocimiento en ufología.

Varios ya se han encontrado en otros avistamientos de UFO Camping Ecuador. Para otros es su primera vez. Pero cuánto tiempo se conocen no tiene importancia. Lo relevante es el objetivo que los une: la cultura ovni.

Todos se reúnen en Otavalo para ir a la laguna de Mojanda. Los autos llegan desde Ambato, Esmeraldas, Quito, Ibarra, Tulcán. Fabricio Aguilar viene desde Daule con su hijo Fabián. Viajaron toda la noche en bus, cargando una carpa nueva, dos sleeping bags, linternas, botas, termos y una ilusión que no les cabe en ninguna mochila.

—Desde pequeño me gusta el fenómeno ovni —dice Fabricio de 52 años—. A los nueve tuve mi primer avistamiento. Una serie de luces chispeaban, se movían de manera extraña. No era una lluvia de estrellas. Desde entonces, estoy atento.

En febrero asistieron al UFO Camping en Playas. En marzo repetían en Mojanda. “Entendimos que este es el mayor centro de avistamientos del Ecuador”, comparte Fabián de diecisiete, quien ha heredado la curiosidad del padre. En Playas ellos vieron luces que se movían sobre el agua y un destello que titiló en el firmamento. Ahora venían por más. Tras acomodarse en uno de los autos, fueron parte de la caravana que congregaba a cincuenta personas.

Cuando el vehículo es confesionario

imageFotografía: ® DAMIÁN DE LA TORRE

Neptalí Mena Cisneros tiene cuarenta años y la energía de un niño. Su voz es tan seria como cálida. Es un ufólogo formado por el afamado Jaime Rodríguez. Tiene una agencia de publicidad y es el director de esta compañía de viajes de experiencia que promueve el turismo ufológico y astroturismo. Luego de organizar el transporte y acomodar las provisiones y la leña, maneja su camioneta que se convierte en la brújula de unos veinte autos.

—¿Sabes que yo fui abducido cuando tenía tres años? —cuenta Neptalí, sin dejar de mirar al frente del volante—. Fue aquí mismo, en Mojanda. Estábamos en un paseo familiar, un pícnic. Me dejaron sentadito y desaparecí.

Lo dice como si recordara un sueño recurrente. Ya ha contado esta historia antes, muchas veces, pero él mismo siempre se sorprende un poco. Es la primera vez que autoriza publicarla en un medio.

—Mis papás me buscaron por tres horas. Pensaban que me caí, que me había ido por ahí. Pero nada. Desaparecí. Años después, en 2006, ya grande, ya metido en todo esto, estaba ayudando a mi maestro Jaime Rodríguez en un Congreso Internacional Ovni y se me acerca una pareja. Me dicen que, en Mojanda, en las festividades del Yamor, vieron dos seres lumínicos que flotaban. Y ahí me vino el recuerdo. Como una explosión.

La camioneta avanza. Neptalí mira por la ventana. La carretera empedrada se va estrechando y los árboles parecen más altos mientras se sube.

—Hice una regresión después. Ahí vi todo con más claridad. Me llevaron a una ciudad de otra dimensión. Había naves volando, edificios enormes, como en las películas, y una especie de ninfa me cuidaba y alimentaba. No sé si eran extraterrestres, intraterrestres o seres interestelares.

Frena. Se saca el cinturón y, mientras los otros se parquean, contempla la laguna a los pies del extinto volcán Fuya Fuya.

El Triángulo del Norte

Las lagunas de Mojanda están escondidas entre montañas y páramos altos, en las faldas del Fuya Fuya, que custodia el paisaje como un dios antiguo, con su cima casi siempre cubierta de neblina y su silueta recortada asemejando un colmillo negro contra el cielo andino.

Hay tres lagunas principales, aunque la más grande y visitada es Karikucha, un espejo de agua que se extiende tranquila y grisácea, rodeada de colinas cubiertas de ichu y pajonales. Más alejadas y con menor extensión están Yanakucha y Warmikucha. Ambas ocultas, como si el paisaje las protegiera de las miradas curiosas.

El clima es extremo. Durante el día puede haber sol fuerte, pero no calienta mucho; el aire sigue siendo frío, seco, cortante. Cuando cae la tarde, baja la niebla y con ella el silencio. En la noche la temperatura desciende fácilmente a los –5 °C. El viento a veces trae lluvia, a veces escarcha. No hay señal de celular ni luz artificial. Es un lugar que se presta al misterio de creer que no estamos solos.

La Comisión Ecuatoriana para la Investigación del Fenómeno Ovni (Ceifo) ha identificado tres lugares con más avistamientos. Mojanda es el de mayores registros y por su geografía conforma el Triángulo del Norte, gracias a los volcanes Cotacachi, Imbabura y el mencionado Fuya Fuya. Los otros lugares con evidencias considerables son el Parque Nacional El Cajas y la zona conocida como Las Tres P: Posorja, Playas Villamil y Puná.

También se realizan acampadas en Vilcabamba, La Maná, Baños, el desierto de Palmira, Cochasquí. Si bien se han realizado avistamientos en la famosa cueva de los Tayos, Neptalí explica que no concentra mayores experiencias. “Sin duda, los Tayos es un sitio fascinante, pero más que una zona extraterrestre, hablamos de un mundo intraterrestre: por eso su magia está en el interior de la Tierra”.

Luces que no son estrellas

Para evitar contratiempos la primera actividad es la armada de carpas. Se oye a lo lejos el cuacuá de los patos y predominan las cremalleras subiendo y bajando, las estacas clavándose en el césped, y algún que otro chasquido de linterna.

A Josué Robalino, de veintitrés, le apasiona la astronomía, los mapas estelares, los clubes aeroespaciales. Fue a Vilcabamba y no vio nada. Pero igual se quedó toda la noche en vela, como si algo pudiera aparecer en cualquier momento. Por eso no le importó viajar —otra vez— cientos de kilómetros. Levanta su carpa con la ilusión de, ahora sí, observar algo.

Ya montado el campamento, viene la limpia. Un sahumerio arde lento. Las esencias se mezclan: copal, palo santo, algo de canela, quizás. El chamán Jairo dirige el ritual con voz enérgica, mientras una mujer del grupo pasea entre los asistentes con un cuenco humeante.

imageFotografía: CORTESÍA ® UFO CAMPING ECUADOR

El ritmo del ritual de purificación se marca al compás de música de relajación. A todos les llega la roseada con aguardiente y la barrida con un ramo de hierbas.

La noche cae y todos se sientan en círculo, sobre mantas, cojines o leños para que las nalgas no se mojen con el pasto húmedo. La respiración se vuelve guía. Solo se escucha la voz de Neptalí. No se habla. Se respira. Se siente.

Neptalí indica: “Nada de linternas. Nada de celulares. Solo el puntero láser y, solo si ves algo, lo usas”. La oscuridad es total. Apenas se distinguen las siluetas. Cada tanto la línea roja que dibuja el láser cruza el cielo y alguien dice: “Allí… algo se movió”.

Entonces sucede. Pequeñas luces, titilantes, en lugares donde no debería haber nada. Las luces se esconden, reaparecen, desaparecen. Se mueven con trayectorias imposibles. Parecería que todos juegan al florón con un visor infrarrojo que pasa de mano en mano y permite ver más. Son quince minutos en los que el firmamento se asemeja a la bóveda del planetario. El Inamhi había pronosticado cielo despejado pero estaba nublado.

Neptalí detalla que estamos frente a un encuentro cercano del primer tipo, que se resume en la posibilidad de un avistamiento. Esto, mientras con voz pedagógica señala que el segundo tipo incluye efectos físicos como interferencias o marcas en el suelo; el tercer tipo implica la observación de seres no humanos asociados al fenómeno. El cuarto tipo abarca las abducciones o experiencias de contacto directo. Finalmente, el quinto tipo es un contacto consciente e intencional con seres extraterrestres.

Fogata, ocaso y amanecer

Con el cielo nublado, se prende la fogata. El fuego rompe la oscuridad. Algunos empiezan a hablar de lo que vieron, otros prefieren escuchar mientras las salchichas se cocinan y los masmelos se derriten.

Patricio, Lorena y Tatiana conforman la familia Vásquez Miranda. Ellos han cambiado sus rutinas: acampadas, senderismo, visitas a ríos y cascadas. Buscan estar más conectados con la naturaleza.

—La Lore es la que empezó con esto —dice Patricio de 56, quien vive en complicidad con su esposa—. Me interesó como plan familiar. Ella hablaba de encuentros cercanos y yo dije: ¡Vamos!

—Siempre he sentido que no estamos solos —sostiene Lorena de 49—. Ellos son nuestros hermanos mayores. Si el agua y el aire tienen energía, ¿cómo no va a haber vida más allá de la Tierra?

Tatiana, su hija, escucha atentamente. Tiene diecisiete, baila en el Jacchigua y habla de multiversos con soltura. Le interesaron los ovnis tras la primera acampada, aunque no tiene un recuerdo muy grato: “En Cochasquí fue duro, llovía mucho. Solo vimos una luz”.

—Se vio solo una luz, sí. Pero en Mojanda acabamos de ver tres —remata Lorena—. Volaban de un lado a otro, parpadeaban.

Patricio ríe ligeramente. Todavía no ha visto nada. —Me cuesta sintonizar. Me falta concentración para entrar en esa frecuencia. Pero sí creo que hay otras vidas más allá de nuestro planeta. —Pese a todo, ha disfrutado más de Mojanda—. La primera experiencia fue dura: frío, carpa rota, ropa mojada.

Cae una llovizna apenas perceptible. Luego, más fuerte. El fuego se resiste, chispea, lucha por mantenerse. Pero la noche decide otra cosa. Todos corren a sus carpas. Mojanda vuelve al silencio y al frío, con un aguacero que no da tregua durante toda la noche. A las seis de la mañana Neptalí ya está de pie junto a la laguna. Está acostumbrado. Ha hecho esto muchas veces.

—Mi afición nació por mi papá. Me acostaba con él en el patio a ver las estrellas. Me enseñaba constelaciones. Una vez apareció una luz. Iba en zigzag entre el Imbabura y el Cotacachi. Me dijo sin miedo: “Esa es una nave de otro planeta”.

Sonríe mientras mira a lo lejos. Los cerros sucumben ante el sol que ya comienza a filtrarse.

—Hemos hecho ocho acampadas este año. Y vamos por más. La idea es internacionalizar esto, ir a Colombia, México… hacer encuentros fuertes. Porque no es solo una afición. Es mi vida.

Habla con orgullo, sin fanfarronear. Su tono es de alguien que ha visto demasiado como para necesitar demostrar algo.

—A veces la gente se burla. “Ah, el loco de los ovnis”, dicen por desinformación. Pero yo sé lo que veo. Y más importante: sé lo que siento. Mojanda, Playas, Vilcabamba, Cajas… hay puntos con magnetismo. Una energía única. Algo que no se puede explicar con palabras. Pero se siente. Aquí. Ahora mismo.

Calla. Mira el agua. En sus ojos hay más fe que en muchos templos.

https://revistamundodiners.com/reportaje/cronica/ovnis-camping-ufo-mojanda/

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