El destello verde (Final)

EL DESTELLO VERDE EN LA LITERATURA

Como ya hemos dicho, el primero en mencionar el destello vede fue Julio Verne en su novela Le rayon vert, de 1882. Verne se inclinaba hacia una explicación basada en la fatiga de la retina y en la observación de los colores complementarios:

«Los ojos experimentaban cierta fatiga para sostener el resplandor de su disco, teñido de rojo intenso reflejado por las aguas en un larguísimo reguero de luz…

«Ese Rayo Verde, que yo me obstino en perseguir, ¿no podría ser la banda de alguna Valkyria, cuya franja se arrastra por las aguas del horizonte?

«-¡Ah, no! «“exclamó Aristobulus Ursiclos-. ¡Eso no! Voy a decirle lo que es su Rayo Verde.

«-No lo diga «“se apresuró a responder miss Campbell-; ¡no quiero saberlo!

«-Pues se lo voy a decir «“insistió Aristobulus Ursiclos, completamente exaltado por la discusión.

«-Se lo prohíbo…

«-A pesar de su prohibición he de decirlo, miss Campbell. Si ese rayo, que lanza el Sol en el momento en que el borde superior de su disco roza la línea del horizonte, es verde, acaso sea porque al atravesar la delgada capa de agua se impregna de su color.

«-Cállese… señor Ursiclos…

«-¡Como no sea que ese verde sucede naturalmente al rojo del disco que ha desaparecido de pronto, pero cuya impresión ha conservado nuestro ojo, porque en óptica el verde es un color complementario!

«-¡Ah! Sus razonamientos físicos…

«-¡Mis razonamientos, miss Campbell, están de acuerdo con la naturaleza de las cosas «“respondió Aristobulus Ursiclos-. Precisamente me propongo publicar una Memoria sobre ese tema.

«-¡Vámonos, queridos tíos! «“exclamó miss Campbell, irritada con extremo-, ¡El señor Ursiclos con sus explicaciones acabaría por echar a perder mi Rayo Verde!

«Oliver Sinclair intervino entonces.

«-Me complazco en creer «“dijo- que su Memoria acerca del Rayo Verde será curiosísima, pero permítame que le proponga un asunto mucho más interesante todavía.

«-¿Cuál es? «“preguntó Aristobulus Ursiclos mirando con descaro al joven.

«-Es imposible que ignore que algunos sabios han tratado científicamente una cuestión tan palpitante como ésta: Influencia de las colas de pescado sobre las ondulaciones del mar.

«-¡Eh! ¿Qué dice?

Si ese motivo no le agrada, me atrevo a recomendar ese otro a sus sapientísimas meditaciones: Influencia de los instrumentos de viento sobre la formación de tempestades» .

Si no fuera porque se está burlando del estilo prepotente de los barones ingleses del siglo XIX, diríamos que Verne estaba planteando el «efecto mariposa», es decir, la influencia de la aleatoriedad en los sistemas dinámicos de comportamiento caótico

El joven pintor Oliver Sinclair se había enamorado de la señorita Elena Campbell, y tenía la suerte de ser correspondido. La parte de la novela que nos interesa para este trabajo concluye asÍ:

«Cuando por fin los expedicionarios pudieron contemplar, con toda su maravilla, el deseado Rayo Verde, únicamente, ellos, ambos jóvenes, no habían podido verlo porque en el momento en que el sol lanzaba su último rayo a través del espacio, sus miradas se cruzaban en un rayo de esperanza, color de esmeralda, olvidándose de todo en su mutua contemplación».

LE DESTELLO VERDE EN EL CINE

Sólo conozco una película que trata el tema tangencialmente. Se trata de Le Rayon Vert / Summer (Les Films du Losange, Paris, 1986) del director francés Eric Rohmer (Jean-Marie Maurice Scherer). Con: Marie Riviere, Issa Bonnet, Amira Chemakhi, Maria Couto Palos, Eric Hamm, Michel Labourre, Gerard Qvere, y Sylvie Richez. La fotografía fue de Philippe Demard.

El Rayo Verde es la quinta entrega, de un total de seis, de la serie de Rohmer «Comedias y proverbios». Para Rohmer el «rayo verde» involucra una leyenda, adjudicada a Verne, que dice que quién ve el rayo verde tiene un indicio del amor verdadero. Si lo ve una pareja al mismo tiempo, quedarán enamorados el uno de la otra. De una forma mágica descubrirán el amor al mismo tiempo.

La película cuenta la historia de Delphine (Marie Riviere), una secretaria que está bordeando los treinta años. No es una mujer que se pueda llamar guapa, y además es gris y poco brillante. Acaba de romper con su novio y se consuela con la idea de que va a partir de vacaciones con una amiga a Grecia. Pero la amiga la llama para cancelar el viaje. Ella no se decide a ir de vacaciones sola, vaga entonces por París, discute banalidades con sus amigas, llora a la menor provocación y por fin parte con una de sus amigas a Cherburgo. Después de tres días en el puerto normando regresa de nuevo a París. A continuación hace un breve viaje (un día de ida y vuelta) a la montaña y regresa de nuevo a París a errar por la ciudad sin rumbo fijo. Una amiga le presta el departamento de su cuñado en Biarritz. Allí parece que va a terminar sus vacaciones, aunque no sean muy excitantes. Parece evitar voluntariamente establecer una relación con alguien, sobre todo si es hombre.

Un día oye hablar a unos turistas de la novela de Julio Verne El Rayo Verde. Se entera que es un raro fenómeno que pocas veces es posible verlo porque se necesitan condiciones especiales, pero cuando se consigue verlo es posible leer los sentimientos propios y los ajenos.

Otro día encuentra a una turista sueca, una joven llamada Lena (Issa Bonnet) que es exactamente lo contrario de ella: guapa, atractiva, extrovertida, brillante, carismática. Le propone ir a ligar, pero cuando están con dos muchachos, Delphine sale corriendo. Decide regresar a París. En la estación de Biarritz encuentra a un muchacho que parece gustarle. Para su sorpresa y como si hubiera aprendido bien la lección de la chica sueca, ella se le lanza. Él la invita a San Juan de la Luz. Quizá con él podrá ver todavía el rayo verde.

Una adivina le había predicho que ese año el verde sería su color. Ella se viste de verde, se encuentra un naipe verde cuando va a ver a su hermana, que la invita a pasar unas vacaciones a la verde Irlanda y la gran revelación se da cuando oye hablar del rayo verde, al color del cual nacerá posiblemente el amor y esto es lo que da sentido al oui! que concluye el filme después de que Delphine ha leído el pensamiento de su compañero. La visión del rayo verde, finalmente, en las circunstancias en que se da, es para Delphine una auténtica liberación.

PONIATOWSKA Y EL RAYO VERDE

Elena Poniatowska nos dice en su cuento El Rayo Verde, publicado originalmente en la revista Vuelta de octubre de 1979, que aquel que vea el «rayo verde» será feliz toda la vida.

La protagonista conoce la leyenda del rayo verde, cuando era niña, a través de su madre:

«-Espéralo aquí.

«Las dentelladas ardientes el sol sobre mi piel empezaron a aflojarse. Se estaba metiendo. Yo tenía que ser feliz; esperaría l rayo toda la vida. La arena también dejó de arder; pude meter mis pies dentro de ella, sentirla resbalar caliente sobre mis piernas, sobre mi vientre. Era confortante. El rayo verde debía transmitir esa misma sensación de bienestar, de pertenencia. ¿No era eso la felicidad?»

Hacia el final de sus días, ya anciana, después de la tormenta, aquella niña sigue esperando al rayo verde:

«Imploro el milagro. Salí tan deprisa que olvidé el reloj. Han de ser cuarto para las cinco, diez para las cinco; en el horizonte surge un punto rojo deslumbrante, como el de un piquete de aguja en una carne tierna y sonrosada, un solo punto de sangre: cada vez se hace más intenso, no puedo despegar la vista de él; ahora es un coágulo, sí, eso es, tiene el color de la sangre fresca; cada vez se hace más intenso, se está incendiando; el horizonte está en llamas, el cielo ahora es anaranjado, un polvo de oro cubre el agua; no aguanto el fulgor de la hoguera, tengo que cerrar los ojos, apretarlos un segundo, apretarlos fuerte para hacerlos descansar; el rayo debe aparecer en el centro; el rayo debe aparecer en el centro del resplandor y no logro sostener la mirada. ¡Dios mío no me abandones! ¡Dame fuerza, permíteme hacerle frente a las llamaradas, déjame ver entre ellas el rayo verde, aunque sea el último acto de mi vida! Y de golpe, allí está, lo miro, no lo imagino, revienta como una burbuja, lo miro a pesar de la emoción que me estrangula, es un verde nunca visto, ni en las hojas de los árboles, ni en la jungla, ni en el musgo recién nacido, ni en la vegetación del trópico, ni en la milpa tierna, ni en los retoños, ni en el verde de los mares de Cozumel, ni en el fondo de las aguas más transparentes, ni en la paleta de pintor alguno, pero lo reconozco, es el jade líquido de su risa, un instante, un segundo, una fracción de segundo. Una enorme hoguera ha invadido el cielo, no puedo ver la línea del horizonte totalmente enrojecida pero adivino el contorno del sol que empieza a asomarse. Ahora sí, la sangre ha vuelto a su lugar, la tierra también, el sol ha salido, unas gaviotas graznan y puedo oírlas, un pescador se hace a la mar y puedo percibirlo, las olas se estrellan contra un peñasco, un pelícano, creo, se clava en el agua y vuelve a surgir con algo en el pico. La vida es muy corta. Oigo el agua pero sobre todo la oigo a ella, su voz de prodigioso verde. No puedo moverme, ella me lo impide, debí caer sentada en el momento en que reventó el rayo, no sé. Su voz me advierte que ese es el paraíso. Oigo el gran ruido del mar. El rayo contra mi piel dejó el color de un retoño; esta renovación asciende por mis piernas; siento como el tiempo de mi vientre retrocede hasta la niñez, la artritis se escabulle por mis poros como un último rastro de ola sobre la arena, la misma savia que recoge mis pechos limpia mi cara y me devuelve el cabello adolescente, la boca pulposa, las uñas duras, las manos sin surcos ni cordilleras. Ella jamás creería que mi constancia ha sido tanta que he visto el rayo verde. Pero por si algún motivo volteara hacia el lugar donde me dejó tantos años esperando, encontraría, como una imagen más de las muchas que contiene su recuerdo, a la niña que inmovilizó en la arena con la promesa de la felicidad».

La próxima vez que esté en el mar y el tiempo sea claro, trate de ver hacia la puesta o salida del Sol, mientras está al lado de una persona especial, tal vez sea afortunado y vea el destello verde.

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