El doctor Bach y sus florecillas del campo

EL DOCTOR BACH Y SUS FLORECILLAS DEL CAMPO

Juan José Morales

Bach El ácido acetilsalicílico o aspirina, el medicamento de más amplio uso en la histo­ria, fue aislado de la corteza del sauce blanco, Salix alba, que durante siglos se había emplea­do como analgésico y antipirético.

Origen semejante tuvieron muchos otros productos farmacéu­ticos. Pero ningún químico podrá jamás aislar los principios activos de las Flores de Bach, usadas como supuesto remedio para cuanto pade­cimiento pueda imaginarse.

Y no podrá lograrlo por­que las esencias o elíxires del doctor Bach no son de natu­raleza material sino insustan­cial. Son, para usar la confusa jerigonza de quienes las pro­mueven y venden, «elementos sutiles no farmacológicos que no presentan principios ac­tivos químicos pero poseen alta carga vibracional… líqui­dos vehículo de inteligencia esencial y carga espiritual… (que) no pueden ser someti­dos a análisis de laboratorio como las sustancias quími­cas… (y) funcionan como transmisores de un código de inteligencia energética».

La llamada terapia floral nació en la segunda década del siglo XX, cuando el mé­dico homeópata británico Ed­ward Bach -también dedicado a la astrología, la alquimia y la botánica hermenéutica, con lo cual queda dicho todo- comenzó a estudiar las flores de los campos de la región de Gales donde vivía y dijo haber comprobado que las gotas de rocío que se forman sobre sus delicados pétalos tienen insos­pechadas propiedades curativas. ¿Cómo lo descubrió? Muy sencillo: Dios se lo reveló personal y direc­tamente. Así le ahorró el trabajo de realizar observaciones, análisis, experimentos y pruebas clínicas como acostumbran los médicos y científicos sin trato directo con la divinidad.

Además, según él, para curar enfermedades -citemos sus pro­pias palabras- «No se requiere ciencia alguna, ni conocimientos previos», sino que puede hacerse «sin ciencia, sin teorías, pues todo en la naturaleza es simple».

INTANGIBLES ELIXIRES

Así fue como este astrólogo, alqui­mista, homeópata y descifrador de los mensajes ocultos de las plantas (a eso se refiere la botánica her­menéutica), elaboró una lista de 38 especies vegetales cuyas flores -dijo- contienen esencias con propiedades específicas sobre los males que más adelante se verá. Pe­ro antes de continuar conviene pre­cisar que las tales esencias no son los vulgares compuestos que los químicos designan con ese nombre, sino «esencias espirituales», «vibra­ciones inmateriales» – y por tanto imposibles de analizar o medir -emanadas de las flores.

Su método original para captu­rar tan maravillosos cuanto intangi­bles elíxires consistía en recolectar las gotas de rocío de los pétalos, pues el agua «conserva las vibra­ciones florales», de modo que al administrar el líquido al paciente, se le transmite la benéfica influen­cia de las flores. Luego desarrolló otras técnicas que incluían el uso de alcohol. En especial recomenda­ba brandy o coñac, aunque no está muy claro si para reforzar el poder curativo del brebaje o para hacerla más apetecible.

Pero las únicas, auténticas, legí­timas e infalibles Flores de Bach, son las de la campiña inglesa. Sólo esas transmiten sus vibraciones espirituales a las gotas de rocío. y nadie debe preocuparse por una sobredosis ni, mucho menos, por efectos colaterales, pues «las Flores de Bach son medicamentos energé­ticos, no remedios químicos, y no dependen de la cantidad tomada, sino de la frecuencia con la cual se toman. Ellos impregnan lentamente nuestros cuerpos sutiles».

ALMA VERSUS MENTE

Fundacion ¿Para qué sirven? ¿Para curar el cáncer, la cirrosis hepática, la neu­monía, la gota o la artritis? No. Según el doctor Bach, las enferme­dades no son causadas por virus, bacterias, trastornos orgánicos, fac­tores genéticos o tumores, como creen los médicos. «Son -escribió en su libro Heal thyself («Cúrese a sí mismo»)- fruto del conflic­to entre el alma y la mente». En concreto, afirmaba que la enferme­dad es consecuencia del temor del cuerpo a dejarse dominar por el Ser Superior, que es el Alma Humana. La enfermedad – añadía – puede adoptar 7 formas básicas, a saber: orgullo, odio, crueldad, ignorancia, inestabilidad, desaliento y egoísmo. Por lo tanto, sus remedios florales no se aplican a enfermedades espe­cíficas o tipos generales de padeci­mientos ni están relacionados con sintomatología alguna, sino que se refieren vagamente a estados de ánimo como temor, incertidumbre, desinterés por el presente, soledad o preocupación excesiva.

La Acrimonia eupatoria, por ejemplo, se recomienda a quienes esconden el sufrimiento tras una apariencia indiferente y feliz. La flor de álamo temblón o Populus tremula, es para quienes tienen miedo a la muerte, la oscuridad, la religión y lo sobrenatural; en tanto que la de centaura, Centaurium umbellatum, es excelente para los que no saben decir no y se extra­limitan en su deseo de agradar, llegando al servilismo.

Por su parte, la de aulaga, Ulex europaeus, está que ni mandada ha­cer para quienes carecen de fe y con­sideran vano todo. Ahora bien, si alguien tiene vergüenza o una sen­sación de suciedad e impureza, no necesita más que tomarse un elíxir espiritual de manzano silvestre, Ma­lus pumilla, y quedará rechinando de limpio por dentro y por fuera. ¿Quiere combatir los celos, la ira, la envidia, el resentimiento y la desconfianza y acrecentar su capa­cidad de amar? La solución es el acebo, Ilex aquifolium. Y así por el estilo.

LA FUERZA DE LA SUGESTIÓN

No sólo el ser humano se benefi­cia con las florecillas del campo del doctor Bach. También se re­comiendan para perros, gatos y otras mascotas, y hasta para caba­llos y ponies, animales que por lo visto también experimentan odio, orgullo, celos, envidia y miedo a la religión. Por disparatada que resulte, la terapia de Bach es un floreciente negocio. Libros y esen­cias florales se venden en docenas de países y proliferan los «tera­peutas», en su inmensa mayoría sin formación profesional alguna. Estos charlatanes afirman que la terapia floral ha sido reconocida, avalada, respaldada o recomendada por la Organización Mundial de la Salud, pero es mentira. La OMS simplemente la incluyó, junto con otras muchas, en una lista de prác­ticas «alternativas», como el espi­ritismo y la hechicería. Mal haría la OMS en tomarla en serio, dado que es tan sólo una serie de ideas mágicas y religiosas y no utiliza sustancias que puedan ser estudia­das y analizadas sino elementos «inmateriales».

Y no es del todo inofensiva, pues si bien los espíritus de las flores no causan daño alguno ni tampoco curan nada – obviamente, no tie­nen el menor efecto sobre el orga­nismo-, se corre el mismo riesgo que con toda seudomedicina: que por confiar en una falsa curación el paciente no busque tratamiento médico efectivo y cualquier enfer­medad que sufra empeore hasta volverse incurable o mortal.

Ahora bien, si como alegan al­gunos, las Flores de Bach pueden actuar a través de la sugestión, re­sulta mucho más sencillo y barato tomarse una taza de té o de café y repetirse 1,000 veces que eso le habrá de curar todos sus males.

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