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Profecías a toro pasado

PROFECÍAS A TORO PASADO

Juan José Morales

Malkun Si usted es de aquellos a quienes no preocupa el fin del mundo porque -como dice el viejo chiste- «Si se acaba me voy a Mérida», tiene 5 años para preparar su mudanza a la capital yucateca para que no le agarren las prisas de última hora. El viernes 21 de diciembre de 2012 «El Sol, al recibir un fuerte rayo sincroni­zador (¿?) proveniente del centro de la galaxia, cambiará su polari­zación y producirá una gigantes­ca llamarada radiante». Como en todo buen fin del mundo que se respete, quienes oportunamente se arrepientan y cambien de con­ducta podrán «atravesar la puerta que permite evitar el gran cataclis­mo que sufrirá el planeta» y entrar a «la nueva era, en un 6º ciclo del Sol». ¿Y qué debe hacer quien desee salvarse de perecer como pollo ros­tizado en la lengua de fuego solar? Pues sim­ple y llanamente dejar de contaminar nuestro planeta. Todo esto del mortífero rayo -se dice- fue vaticinado hace 1,000 años por los sacerdotes mayas en la 1ª de sus 7 profecías. En la 3ª también pronosticaron que cuando el fin se aproximara «una ola de calor aumentará la temperatura del planeta producien­do cambios climatológicos, geoló­gicos y sociales en una magnitud sin precedentes y a una velocidad asombrosa», debido a «varios fac­tores, uno de ellos generado por el hombre que, en su falta de armonía con la naturaleza, sólo puede pro­ducir procesos de auto destrucción; otros serán generados por el Sol, que al acelerar su actividad por el aumento de vibración produce más radiación, aumentando la tempera­tura del planeta».

En su 4ª profecía los visiona­rios sacerdotes de la antigüedad advirtieron que «a consecuencia del aumento de la temperatura cau­sado por la conducta antiecológica del hombre y una mayor actividad del Sol, se provocará un derreti­miento en los polos».

TUNES, KATUNES Y BAKTUNES

Parece asombroso que hace 1,000 años los sacerdo­tes mayas hayan podido vaticinar el calentamiento global y el cambio climático. Sólo hay un pequeño detalle en todo esto: que los tales augurios son más falsos que una moneda de 4 pesos. Las supuestas profecías mayas no se encuentran en ni ningún códice prehispánico ni en libro alguno de tiempos de la Conquista. Las inventó en 1999 un colombiano, Fernando Malkún, en un programa de televisión. Entonces ya se hablaba del cambio climático y el calentamiento global, de modo que él no hizo sino predecir lo que ya estaba ocurriendo. O, para decirlo en términos coloquiales, sus vaticinios fueron a toro pasado.

Malkún no es arqueólogo ni his­toriador, sino arquitecto y dice tam­bién haberse graduado -aunque no especifica en qué- en cierta curiosa «Universidad del Amor». Se dedicaba a producir anuncios publicitarios, documentales de tele­visión y materiales audiovisuales, y un buen día produjo uno acerca del calendario maya, pero en versión apocalíptica y aderezado con esos imaginarios vaticinios.

Los mayas, que usaban un siste­ma de numeración vigesimal «“no decimal como el nuestro- tenían un refinado sistema ca­lendárico donde se combinaban ciclos de diversa duración. El más corto es el kin, de 24 horas, equivalente al día solar. Le siguen el mes o uinal de 20 días, el tun o año de 13 uinales -360 días a los que se añadían otros 5 días aciagos sin nombre-, el katún o ciclo de 20 años (7,200 días), y el baktún, formado por 20 katunes, o sea 144,000 días o kines. Finalmente, su calendario incluía la llamada Cuenta Larga, un gran ciclo de 13 baktunes (1,872,000 días, unos 5,125 años).

FIN DE CICLO

Por alguna razón todavía no cono­cida, esa cuenta del tiempo comen­zaba en una fecha equivalente en el calendario actual al 11 de agosto del año 3114 a. C, por lo cual el primer gran ciclo de 13 baktunes concluirá el 21 de diciembre de 2012, incluidos los días extra por años bisiestos. Al terminar ese ciclo comenzará otro, de igual modo que al terminar un día, un mes, un año, un siglo o un milenio, se inicia el siguiente. Pero Malkún prefirió interpretar el hecho como aquellos ignorantes campesinos, artesanos y señores feudales europeos de la Edad Media que se llenaron de pánico ante la proximidad del año 1000, por creer que sería el del fin del mundo.

Nadie sabe de dónde sacó Malkún su colección de bobadas supuestamente obra de los sacer­dotes mayas (lo cual implicaría que conocían la existencia de los casquetes polares, la forma de la galaxia, la ubicación del sistema solar en ella y otras minucias simi­lares). Simplemente dijo que lo habían dicho y punto. Confiaba en que este mundo está lleno de gente dispuesta a creer cualquier estupidez a condición de que sea lo bastante absurda y se presente convenientemente envuelta en un lenguaje enigmático, misterioso y esotérico.

El pronosticador de hechos pasa­dos ha seguido fabricando mentiras del mismo estilo: La conexión atlante, sobre el continente perdido, Ari-kat, que nos revela -sin aportar prueba alguna de sus aseveraciones- cómo se construyeron realmente las pirá­mides egipcias, Imhotep, el 3 veces grande, sobre ese personaje de tiem­pos de los faraones, El Ojo de Horus sobre una misteriosa sociedad secre­ta del antiguo Egipto, y otro más -en preparación- acerca de los enigmas de los vedas hindúes.

Por supuesto, ha sabido explotar muy bien el asunto mediante semi­narios, talleres, conferencias y otras actividades por las que cobra muy bien a los asistentes, y con la venta de videos, discos y demás parafer­nalia usual en estos casos. Incluso organiza viajes «de iniciación y aventura, donde se viven experien­cias trascendentes» a Egipto, Nepal, la India, el Tibet, Guatemala y Yucatán, con nombres grandilocuentes -como «En busca del ojo de Horus»- que no pasan de ser simples tours como los que ofrece cualquier agencia de viajes pero 3 veces más caros y aderezados con algunas conferencias y «sesiones de meditación».

A volar con Maharishi

A VOLAR CON MAHARISHI

Juan José Morales

Maharishi Hace tiempo, un tribunal norteamericano concedió a cierto Robert Kropinski una indemnización de $137,890 dólares por haber sido víctima de un singular frau­de: la Universidad Internacional Maharishi, de Fairfield, Iowa, le prometió que si se dedicaba a medi­tar cada día de acuerdo con las téc­nicas que enseña la propia universi­dad, podría levantarse por los aires y volar cual grácil paloma, pero tras 11 años de meditar furiosamen­te según las indicaciones, seguía sin despegar del suelo.

Haberle sacado esa suma al movimiento Maharishi, sin embargo, fue como arran­carle un pelo a un gato, pues la llamada Meditación Trascendental -que, dicho sea de paso, es una marca comercial registrada – cons­tituye un negocio de alcance mundial que maneja muchos miles de millones de dólares al año y sigue embaucando a la gente con la promesa de colmarla de paz interior y dotarla de facultades sobre­naturales.

De la Meditación Tras­cendental, o MT para abreviar, se dice que es una antiquísi­ma técnica hindú de control mental y espiritual mediante la cual se puede alcanzar un extraordinario grado de relajamien­to. En realidad la inventó un tal Mahesh Prasad Varma, nacido en 1917 en la India, que luego adoptó el nombre de Maharishi Mahesh Yogui. Comenzó su negocio hace poco más de 50 años aunque al prin­cipio hablaba de meditación a secas; lo de trascendental se lo agregó en 1966 cuando comenzó a hablar de un «campo trascendental» relaciona­do con «la conciencia cósmica».

Su Santidad Maharishi -como le llaman sus seguidores- deci­dió que sus conocimientos debían estar al alcance de todos, pero por concepto de cuota de iniciación cobraría a todo nuevo discípulo una semana de su salario o de sus ingresos promedio. No es de extra­ñar que se haya dedicado a reclutar sobre todo millonarios y estrellas de cine.

En la década de los 60 con­quistó adeptos famosos como John Densmore y Ray Manzarek, del grupo The Doors y -sobre todo­ The Beatles, que incluso viajaron a la India para recibir las enseñanzas del gran guru. Pero no tardaron en regresar desencantados después de que Mia Farrow -según relata ésta en su autobiografía – debió salir huyendo del santo hombre tras forcejear con él para librarse de sus muy lascivas caricias en plena sala de meditación. Haber tomado en serio a Maharishi, declaró John Lennon, había sido uno de sus grandes errores.

ÚNICO, PERSONAL E INTRANSFERIBLE

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La MT lleva muchas décadas nave­gando viento en popa en docenas de países con franquicias que ofre­cen – usualmente en carteles con la figura típicamente hindú de un hombre barbado con un lunar en la frente – cursos para aprender a cerrar los ojos y repetir monótona­mente hasta el agotamiento ciertas palabras monosilábicas o bisilábi­cas llamadas mantras, hasta caer en un estado de embotamiento mental que hace sentirse al meditador tran­quilo y feliz, ajeno a los problemas del mundo y de la vida diaria.

Supuestamente cada discípulo recibe un mantra único, personal e intransferible, que debe repetir para entrar en éxtasis, mantra que nadie más tiene y no debe ser revelado absolutamente a nadie, pues tal indiscreción le haría perder su fuer­za mística. Sin embargo, no tardó en descubrirse que los mantras son iguales para todas las personas de determinado sexo y grupo de edad.

A quienes toman esos cursos – atraídos inicialmente con el señue­lo de conferencias gratuitas de inicia­ción y deslumbrados por una confu­sa jerigonza acerca de la concien­cia cósmica, la liberación espiritual, el conocimiento supremo o la con­ciencia ampliada -, se les promete que si son suficientemente tenaces y dedicados, podrán no solamente vencer el estrés, sino lograr cosas tan extraordinarias como modificar el mundo físico a su alrededor con la pura fuerza de la mente, levantar­se por los aires o desmaterializarse, atravesar paredes de concreto y re­materializarse del otro lado.

Previsoramente se aclara que tales prodigios no son para cualquie­ra, sino sólo para quienes después de muchísimo tiempo y esfuerzo alcanzan los niveles supremos de la MT y aprenden a ejercer un domi­nio total y absoluto sobre su cuerpo y su mente. En la primera etapa habrá que conformarse -a modo de entrenamiento para el verdade­ro vuelo védico o vuelo yóguico como le llaman – con una especie de semilevitación que consiste en cómicos saltitos, levantándose ape­nas unos centímetros durante una fracción de segundo. Además eso únicamente puede hacerse sentado al estilo de la flor de loto del yoga, sobre ciertos colchones especiales, muy elásticos, y en compañía de instructores que actúan de cierta manera sobre el colchón.

LA DIGESTIÓN DE LOS MINUTOS

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Promete igualmente la MT a sus clientes, si no la vida eterna, al menos alcanzar la edad de Matusalén. ¿Cómo? Simplemente aprendiendo «a dirigir la manera como nuestro cuerpo metaboliza el tiempo», que por lo visto es un compuesto quí­mico semejante a los lípidos, las proteínas y los carbohidratos.

A cualquier persona mediana­mente educada todo esto le resulta­rá risible, pero millones de incautos están dispuestos a pagar buen dine­ro por dar los primeros pasos en el camino que algún día los llevará a un monasterio de los Himalaya para pasarse 30 años aprendiendo a levitar y de ese modo, ya en la ancianidad, poder dejar en casa el automóvil y trasladarse por los aires a la oficina o el supermer­cado, viajar sin tener que preocu­parse por el costo de los boletos aéreos y -en caso dado- escapar de cualquier prisión simplemente atravesando sus muros. Pero, aun sin estar interesado en lograr tales portentos, el hombre de la calle encuentra muy atractiva la oferta de «una técnica sencilla, natural y sin esfuerzo para reducir el estrés y desarrollar el pleno potencial mental y físico del individuo».

Los promotores de la MT afirman que «se han llevado a cabo más de 500 estudios de investigación científica sobre los efectos de sus técni­cas en 210 universidades y centros de investigación independientes en 33 países» y «cientos de estos estu­dios han sido publicados en revistas científicas prestigiosas».

Ésta es una clásica verdad a me­dias que encubre una burda mentira. Muchos de esos estudios los han llevado a cabo los propios segui­dores de Maharishi, en sus llama­das universidades y, por supuesto, sin el menor rigor científico. En otros casos, lo que se califica como estudios son simples presentaciones de carteles y folletos publicitarios en congresos científicos a donde logran colarse los maharishistas. O bien, la publicación «en revistas científicas prestigiosas» no es más que una simple carta enviada por algún seguidor de Maharishi, no un verdadero informe de investigación. Otros estudios sí son realmente serios y rigurosos, pero no respal­dan la MT sino -al contrario­ desenmascaran sus falsedades.

La propaganda de la MT subraya que «no es una religión, una filoso­fía o un estilo de vida», y que «tampoco tiene un código de conducta ni una formación moral o un sistema de valores, creencias oculto». Así es en efecto. No es religión, filo­sofía ni estilo de vida. Es simple y llanamente, un gran negocio para esquilmar ingenuos.

Latigazos terapéuticos

LATIGAZOS TERAPÉUTICOS

Juan José Morales

Si la algioterapia llega a popularizarse tanto como esperan sus fanáticos, los médicos tendrán que cambiar el estetoscopio por un látigo de 7 colas y la tradi­cional bata blanca por un atuendo -capucha incluida- de verdugo del Santo Oficio o el uniforme de los guardianes de campos de concentración nazis, con relucien­tes botas y elegante chaqueta de cuero.

Y es que la algioterapia o algos­terapia -como también se deno­mina-, una sedicente medicina alternativa, busca exactamente lo contrario de lo que durante siglos han intentado los médicos: pro­vocar dolor en lugar de evitarlo o aliviarlo. Aseguran sus promotores que una buena dosis de sufrimien­to ocasionado por azo­tes, pellizcos, golpes y otros tratamientos por el estilo hace más que cualquier medicamen­to o procedimiento qui­rúrgico para curar la depre­sión, la anorexia, la celulitis, las deficiencias en el desarrollo, la hiperactividad, las toxicomanías, las carencias de concentración, la pérdida de control sobre la propia vida, y otros muchos males físicos, psíquicos y emocionales.

Aquí conviene precisar que no debe confundirse la algioterapia con la algoterapia, que es un trata­miento cosmético a base de algas. A la algioterapia -del griego algos, dolor, y therapeuein, sanar o curar­se le define grandilocuentemente como «Una técnica de sanación complementaria consistente en la aplicación controlada de pequeños periodos de dolor intenso (general­mente de 15 a 30 minutos, aunque a veces puedan ser necesarios tra­tamientos intensivos, más prolon­gados)». En esencia, consiste en «La sobreestimulación dolorosa de determinadas zonas del cuerpo, donde se encuentran órganos pro­ductores de hormonas. Esta sobre­estimulación dolorosa puede ser sin duda desagradable, pero no conlle­va riesgo alguno para la salud».

Es ideal -se asegura- para trastornos físicos, psicológicos y emocionales que implican un des­balance orgánico.

Aunque, justo es decirlo, no ofre­ce curar el cáncer, el Alzheimer o la tuberculosis. Más bien es algo así como un sucedáneo muy sui géneris del diván del psicoana­lista, con la ventaja adicional de que si el paciente es maso­quista, la pasará de maravilla durante las sesiones, pues le resultarán en extre­mo placenteras.

TRATAMIENTO DE CHOQUE

Los llamados algioterapistas sostie­nen que la medicina, al concentrar sus esfuerzos en suprimir el dolor con analgésicos, calmantes, anestési­cos y otros productos, ha hecho que el ser humano olvide la importancia de esa sensación como mecanismo fisiológico fundamental, junto con la sexualidad y el hambre. El dolor, dicen, tiene efectos positivos, y al dejar de experimentarlo el hombre moderno ha perdido la capacidad de estimulación que un buen dolor provoca. Pero, agregan, así como algunos movimientos espiritualistas han redescubierto las virtudes del ayuno, la algioterapia es una especie de ayuno sensorial, de disparador que pone en marcha mecanismos olvidados por el ser humano pero fundamentales para el organismo.

Recomiendan, por lo tanto, co­mo tratamiento de rutina, someterse ca­da 2 semanas a una buena sesión de al­gioterapia. Si se apli­ca regularmente, ase­guran, el organismo se mantendrá sano y estabilizado. Y no es necesario acudir a un especialista. Pue­de uno autoflagelar­se o aplicarse unos buenos azotes en las nalgas, los muslos o la espalda con una tableta de madera. O bien se puede te­ner la ayuda de alguna persona de confianza que se encargue de administrarlos. Aunque, desde luego, lo recomen­dable es ponerse en manos de espe­cialistas, es decir, de algioterapeutas calificados. Por supuesto estos caba­lleros -o damas- no necesitan pasar por una escuela de medicina o enfermería (de hecho en ninguna se enseña algioterapia). El diplo­ma que los acredita como tales se obtiene en instituciones de nom­bre rimbombante y nula seriedad científica, como la llamada Escuela Internacional de Algioterapia o la Escuela Española de Algioterapia.

Pero como parece que no mucha gente se deja convencer de poner las nalgas al aire y permitir que le propinen una tanda de palme­tazos simplemente para mantener su equilibrio orgánico o combatir el estrés y la depresión, los algio­terapistas ya encontraron un par de anzuelos infalibles para atrapar a 2 tipos de potenciales pacien­tes más abundantes que los peces en el mar: los gorditos y los ado­lescentes. Afirman que su técni­ca permite adelgazar a cualquier persona como por arte de magia o hace desaparecer en un santiamén el acné más severo.

En cuanto a los barros y espini­llas, las «pruebas» de lo eficaz que es la algioterapia para acabar con ellos son los acostumbrados testimonios anónimos o de personas desconocidas, como el de una chica que «Estaba acomplejadísima e ir a clases era un martirio. Pero fue sólo cosa de comenzar el tratamiento y en 3 o 4 meses, ¡zas!, el acné de­sapareció».

Y respecto a la portentosa capa­cidad del dolor para hacer que las llantitas se desvanezcan sin dejar rastro no hay tampoco prueba clí­nica alguna que lo demuestre, sino tan sólo la afirmación, sin mayores explicaciones, de que «La sobreestimulación dolorosa es capaz de re activar los sistemas del organis­mo capaces de destruir la obesi­dad localizada, esté donde esté. Una sola sesión producirá pérdidas hasta de 5 kilos, y una o 2 sesiones al mes son suficientes para no vol­ver a preocuparse de la grasa nunca más. Sólo hace falta ser un poquito valiente».

Y ciertamente, hay que tener valor para someterse a los tratamien­tos algioterapéuticos, que pueden ser de 2 tipos: sostenidos, con sesio­nes de media hora a 2 horas una o 2 veces al mes, o de choque, en los cuales la sesión se prolonga entre 4 y 72 horas y la paliza se aplica con mayor intensidad y agresividad.

PAGO EN ESPECIE

Como es usual con las llamadas medicinas alternativas, de la algio­terapia se dice que sus orígenes se remontan a la época de la civiliza­ción griega, mas fue ocultada por la medicina oficial y -en los últimos tiempos-, por la próspera indus­tria del adelgazamiento, que la ve como una temible competidora.

En sus anuncios los algioterapis­tas aclaran que no cobran mucho sino, por el contrario, tienen muy en cuenta la situación económica y social de sus pacientes. Aunque barata, lo que se dice barata, esta pseudomedicina no lo es. Pero -añade la publicidad- «La mayoría de terapeutas aplican una generosa política de descuentos para personas con problemas eco­nómicos, tratamientos prolonga­dos, estudiantes o jubilados, etc». Son también, agregan, lo bastante considerados para no exigir el pago completo al momento, sino que lo aceptan diferido, en abonos men­suales y hasta en especie, aunque no precisan cuál es la especie.

Charlatanería de 2 polos

CHARLATANERÍA DE 2 POLOS

Juan José Morales

Mesmer Los promotores de la lla­mada magnetoterapia, biomagnética, imántera­pia o terapia magnética, que se basa en la aplica­ción de imanes a diferentes partes del cuerpo, afirman que ese proce­dimiento permite curar el cáncer, la diabetes, el asma, la pulmonía, las úlceras gástricas, el glaucoma, las ca­taratas, la impotencia sexual y 105 padecimientos más. Fue inventado hace 5,000 años en China pero dejó de emplearse por largo tiempo y a mediados del siglo XX la ciencia lo redescubrió y ahora ha vuelto para hacer maravillas que la medicina ni siquiera puede soñar.

En realidad las primeras referen­cias sobre intentos de usar el mag­netismo para curar datan del siglo XVI, cuando el médico y alquimis­ta Paracelso pensó que, si los imanes atraen el hierro, podrían hacer lo mismo con las enfer­medades y sacarlas del cuerpo.

Por supuesto, nadie sosten­dría hoy tan cándida afirmación. Pero los fundamentos de la mag­netoterapia son tan disparatados y reñidos con el conocimiento cientí­fico como las ideas de Paracelso y Anton Mesmer, un pintoresco char­latán que a fines del siglo XV hizo una fortuna tratando a sus acauda­lados pacientes -entre ellos María Antonieta y Luis XIV– en «tinas magnéticas». Aseguran los Magnetoterapistas que a cada polo de un imán «le corresponde una forma de energía eléctrica distinta. El polo norte significa detención, freno, y el polo sur avance, aceleración, da vida y energía», lo cual -agregan- se debe a que en el polo sur «hay un remolino de electrones que gira en el sentido de las agujas del reloj, con una carga positiva», mientras que en el polo norte hay otro remolino semejante pero que gira en sentido contrario (los electrones, por cierto, siempre tienen carga negativa, giren como giren).

ADIÓS A LAS CANAS

Otros afirman que «la energía del polo sur constituye un tratamiento capaz de resucitar células supuestamente agotadas y desvitalizadas, pero hay que complementar inmediatamente dichas aplicaciones con otras de energía del polo norte».

Sostienen también que mediante el magnetismo se puede mejorar la circulación sanguínea «porque la san­gre contiene hierro, que es atraído por un imán». En realidad, la concentración y disposición de los átomos de hierro en las moléculas de hemoglobina es tal que los imanes no actúan sobre la sangre.

Algunos más, para no compli­carse la vida con explicaciones ni exponerse a decir tonterías, tranqui­lamente afirman que «los imanes no curan. Le devuelven la normalidad al cuerpo, para que el proceso de curación pueda iniciar por sí solo». A fin de cuentas, se trata de la vieja afirmación de Mesmer de que por el cuerpo corre un fluido magnético muy sutil, que las enfer­medades se deben a anomalías en su movimiento y que, para curar al paciente, basta restablecer el flujo normal.

Y por si todas las bondades curativas atribuidas a los imanes fueran pocas, podrían acabar con la industria de los tintes y cosméticos, pues «“dicen muy seriamente los magnetistas- tam­bién hacen desapa­recer las canas y rejuvenecen a quien los usa.

Desde luego, no hay una sola eviden­cia científica de que aplicar imanes en la nariz, las orejas, el cóccix, las uñas, la nuca o cualquier otra parte del cuer­po cure absolutamente nada ni con­vierta a los ancianos en jovenzuelos. Las terapias magnéticas se sustentan sólo en afirmaciones ridículas y descabelladas, y en las acostumbradas «pruebas» testimoniales de perfectos desconocidos que dicen haberse curado milagrosamente después de que ningún médico pudo con sus males.

PRÓSPERO COMERCIO

TerapiaImanes Pero pese a la carencia de pruebas, demostraciones y resultados, sigue habiendo miles de embaucadores que ofrecen «tratamientos magnéticos» y un próspero comercio -del orden de miles de millones de dólares en todo el mundo- de una variada parafernalia magné­tica. Hay antifaces para dormir como lirón y soñar con los ange­litos, plantillas para recibir desde los pies curativos efluvios mientras se camina, aretes magnéticos que con solamente colgárselos de las orejas le harán perder 10 kilos o más, rodilleras y coderas que aca­ban con el dolor de articulaciones, diademas que dan memoria de ele­fante al más olvidadizo y eliminan como por ensalmo la migraña más rebelde o la jaqueca común, chale­cos magnetizados para mantener el corazón sano y fuerte como el de un oso, collares magnéticos que con sólo llevarlos colgados del pes­cuezo ahuyentan el cáncer, asientos magnéticos para aliviar el dolor de las hemorroides y facilitar la digestión al permitir que por cierto orificio natural los intestinos reci­ban vorágines de electrones, y fajas capaces de eliminar las llantitas de grasa en la cintura y reducir los niveles de glucosa y colesterol en la sangre.

No se conforme con agua común y corriente. Beba agua «magnetiza­da» (sabrá Dios cómo puede mag­netizarse un líquido no metálico). Para ello hay pirámides magnetizadoras de vasos, jarras o garra­fones. Si es usted medio lujurioso (o lujuriosa), no lleve a su pareja a una vulgar cama. Cómprese un colchón magnético, cuya poderosa influencia multiplica la potencia sexual.

Y para rematar, el último grito de la moda: una monísima boina magnética de la cual no se dice muy claramente qué cuali­dades tiene pero al parecer actúa sobre el cerebro, embota la inte­ligencia y hace que la gente siga regalando su dinero a cualquier timador.

Ahora bien, si en lugar de andar gastando su dinero en tales cachi­vaches o pagarle por sus servicios a un magnetoterapista prefiere usted ser uno de ellos y vaciar el bolsillo de los demás, hay por ahí «institu­tos» y «academias» que en sólo 8 sesiones semanales de 3 horas y por la modesta suma de 2,200 pesos le enseñarán -aunque no haya pasado del 6º grado de primaria- a «diagnosticar los desequilibrios de la energía vital» y «aplicar técni­cas terapéuticas». Los tales cur­sos -dicho sea de paso- no son supervisados por la Secretaría de Salud, pese a que en el temario se incluyen «aplicaciones específicas para el tratamiento de enferme­dades».

Pero si la idea de ser un esta­fador le remuerde la conciencia y sigue creyendo que llevar ima­nes sobre el cuerpo le hará algún bien, no malgaste su dinero: hágase sus propios guantes, gorras, anti­faces, diademas, fajas, chalecos o cinturones con esos imanes de los anuncios para adherir al refrige­rador que regala cualquier piz­zería. No le costarán nada y son tan ineficaces como los vendidos por los magnetoterapistas a precios exorbitantes.

La inteligencia en los huesitos

LA INTELIGENCIA EN LOS HUESITOS

Juan José Morales

Hay quienes confían en la quiropráctica por creer que es una rama de la medicina o una especialidad semejante a la ortopedia, que su objetivo es corregir anomalías del sistema óseo y que se basa en investigaciones científicas sobre el funcionamiento y estructura del cuerpo humano. Pero si supieran cómo surgió y cuáles son sus fundamentos, seguramente cambiarían de opinión.

DanielDavidPalmer La quiropráctica nació como un método totalmente empírico, con tintes mágicos y sin ningún sustento médico. Fue inventada en 1895 por un tal David Daniel Palmer, a quien ahora sus seguidores se refieren usualmente como «doctor» pero en realidad era abarrotero en un pueblo del estado norteamericano de Iowa y en sus ratos libres la hacía de curandero «magnetista». Entregado a tales menesteres, cierto día atendió a un sordo que tenía una vértebra ligeramente más prominente que las demás. Supuso que su sordera se debía al bloqueo de algún nervio por esa vértebra y en vez del habitual tratamiento con imanes, le dio lo que popularmente se llamaría «una tronada de huesos», tras la cual -¡Oh, maravilla!- el hombre volvió a oír, cosa que el imaginativo tendero atribuyó a sus manipulaciones.

Cualquier médico hubiera podido aclararle que los nervios de la audición van directamente del oído al cerebro sin pasar por la columna vertebral. Pero Palmer no iba a andarse con minucias anatómicas, fisiológicas o neurológicas. Vislumbró una veta mucho más productiva que las terapias magnéticas -en las que sobraban competidores- y decidió desarrollar una nueva y personal teoría sobre las enfermedades. Al poco tiempo ya andaba pregonando que la salud depende de cierta energía vital del cuerpo humano que fluye por la espina dorsal y a la cual bautizó «inteligencia innata».

Confusa jerigonza

En su obra The Chiropractor’s Adjuster, también titulada The Text-Book of the Science, Art and Philosophy of Chiropractic -la Biblia de los quiroprácticos-, asegura que la gente enferma porque el flujo de esa inteligencia innata se entorpece por imperceptibles desviaciones de la columna vertebral a las cuales llamó «subluxaciones». Para curarse, basta ponerse en las diestras manos de un quiropráctico que maniobre los huesos. Es más: los quiroprácticos afirman poder detectar las enfermedades antes de que se manifiesten y evitarlas con un oportuno reacomodo preventivo de vértebras.

Ni Palmer ni sus seguidores, sin embargo, han definido claramente qué son las tales subluxaciones -que nada tienen que ver con las vulgares luxaciones- ni qué relación hay entre cada vértebra y determinada enfermedad o grupo de enfermedades. Mucho menos han realizado pruebas clínicas para demostrarlo. Ni siquiera tienen una teoría coherente de qué es la quiropráctica. Palmer la definió con esta jerigonza: «Yo creé el arte de ajustar las vértebras, usando las apófisis espinosas y transversales como palanca, y le di el nombre de Quiropráctica al acto mental de acumular conocimiento, la función acumulativa, correspondiente a la función vegetativa física (el crecimiento de lo intelectual y lo físico) junto con la ciencia, arte y filosofía.»

Ya puesto en ese camino continuaba: «El sistema dualístico -espíritu y cuerpo- unido por la vida intelectual -el alma- es la base de esta ciencia de la biología y la tensión nerviosa es la base de la actividad funcional en la salud y la enfermedad. Espíritu, alma y cuerpo forman el ser, la fuente de la mentalidad. Innata y Educada, dos mentalidades persiguen el bienestar del cuerpo.»

Y, como muchos inventores de terapias mágico-religiosas, adoptaba poses de iluminado. «Yo soy «“proclamaba- el creador, la fuente de nacimiento del principio esencial de que la enfermedad es resultado de un funcionamiento excesivo o deficiente… Yo he respondido la antigua pregunta: ¿qué es la vida?»

Contra la vacunación

Quiropractico Actualmente, algunos seguidores de Palmer prefieren tomar distancia de su disparatada palabrería y usan términos científicos. Incluso, aunque originalmente aseguraban que las subluxaciones son tan sutiles que no pueden detectarse mediante radiografías y sólo ellos las perciben con sus sensibles dedos, ahora utilizan los rayos X a pasto. Sobre todo en Estados Unidos… porque ahí lograron que el seguro social les pague por atender pacientes, pero a condición de respaldar el tratamiento con radiografías.

Ya los quiroprácticos no se oponen -como en la década de los 50- a la vacuna contra la poliomielitis, en lugar de la cual recomendaban «ajustes quiroprácticos» para evitar y hasta para curar la enfermedad (se ignora a cuántos niños tal consejo les costó morir o quedar paralíticos de por vida), pero todavía recomiendan manipulaciones espinales a bebés de unos meses de nacidos si lloran, comen poco o tienen reflujo gástrico, porque «“dicen- esos son «síntomas de la obstrucción de algún nervio.» Sin embargo, la sección de pediatría de la Asociación Médica de Alberta, Canadá, ha dicho tajantemente que «no hay evidencia científica alguna de que los llamados ajustes quiroprácticos sirvan para corregir la espina dorsal de un niño. Son ineficaces e inútiles.» Y peligrosos, podríamos añadir, pues un torpe manejo de vértebras puede causar daños irreparables.

En general, no hay ningún estudio científico serio que demuestre la relación entre enfermedades y «subluxaciones» o sobre cómo al manipular las vértebras se puede lograr determinado resultado.

Tampoco existen normas y regulaciones oficiales precisas sobre el ejercicio de la quiropráctica, a pesar de que se presenta como «ciencia» y quienes la ejercen a menudo se hacen -o dejan- llamar «doctores», y pese a que su campo de acción es una de las partes más vulnerables del cuerpo humano. En algunos países su práctica está prohibida y se considera ejercicio ilegal de la medicina, en otros se permite y en otros más se tolera. En Estados Unidos se enseña en varias escuelas y universidades y los quiroprácticos formaron una llamada Federation of Chiropractic Licensing Boards, para concederse autorizaciones y licencias a sí mismos. En México es común encontrar muchos que trabajan al amparo de diplomas y certificados de «academias» o «colegios», donde se ofrecen cursos «de 12 meses para público en general y cuatro clases para profesionales de la salud.» Cualquiera que tome uno puede abrir un «centro», «consultorio» o «clínica», colgar en la pared su diploma y comenzar a masajear la espalda a pacientes en busca de alivio a sus males, cuidando sólo de no ostentarse abiertamente como médico para no incurrir en un delito.

En 2000, la Universidad Estatal del Valle de Ecatepec (UNEVE), en el estado de México, estableció la licenciatura en quiropráctica, con maestros improvisados según confesó la propia universidad. Y cuando los primeros alumnos terminaron sus estudios resultó que carecían de validez oficial. La Dirección General de Profesiones no los reconocía porque «presentan contenidos de una licenciatura incompleta de medicina general». Tampoco se logró el aval del Consejo Mexicano para la Acreditación de la Educación Médica, ni del Comité Estatal Interinstitucional para la Formación y Capacitación de Recursos Humanos e Investigación en Salud.

Así pues, para quienes crean enfermar porque la inteligencia se les atoró en la espalda, existe la quiropráctica del curandero Palmer.